Por Ali López
“Caerá la noche” (“Night Will Fall”, André Singer-UK-2014) es un documental que narra y retrata los horrores de los campos de concentración nazi, descubiertos por los Aliados al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Lo particular de este filme es que no sólo se preocupa por denunciar las atrocidades cometidas en dichos lugares, sino que a la par nos cuenta el ascenso y la caída del documental, sobre la misma temática, que pretendían realizar Sidney Bernstein, encargado de la documentación fílmica del ejército inglés, junto con el maestro del suspenso Sir Alfred Hitchcock.
Estamos ante una cinta histórica, no sólo por el tema que aborda, sino porque es capaz de exhibir por primera vez lo filmado por Bernstein y su compañía en aquellos lugares de horror, casi, de la manera en que su producción lo concibió. Y lo que presenta no es grato. Las imágenes que salen a la luz son atroces; filmadas con un alto sentido estético, pero que se inundan de realismo, y un realismo franco y lastimero.
Comienza así una de las premisas intrínsecas en este documental, el valor de lo filmado, el valor del cine como medio hacia la verdad, y la necesidad humana de retratar para no olvidar; a pesar de que la verdad sea un ente mutable.
¿Por qué Hitchcok voló desde Hollywood hasta el caótico Londres para ayudar a la realización de este film? Él mismo se lo comenta a Truffaut, en el canónico libro “El cine según Hitchcock”: “Sentía la necesidad de aportar una pequeña contribución al esfuerzo de la guerra (…) si no hubiese hecho absolutamente nada, me lo habría reprochado después”[i]. Así es como Sir Alfred se pone bajo la ordenes de su amigo Sidney Bernstein y, horrorizado, decide exponer los horrores de la Alemania Nazi. Conocedor del lenguaje cinematográfico, y de lo mucho que pueden impactar dichas tomas en una sociedad acostumbrada a tratos visuales más benévolos, Hitchcock no sólo se concentra en cortar y pegar cinta de 35 mm para crear un film, sino en elaborar toda una cosmovisión de lo sucedido.
Pero la guerra termina, y los intereses políticos cambian. Los Aliados se siente en duda con la comunidad Judía masacrada durante el III Reich, y la exposición de sus pesares pasa a ser políticamente incorrecto; aunque los horrores permanezcan (miles de víctimas del holocausto siguen viviendo en los campos de concentración pues no tienen a donde ir); lo que se muestra debe ser diferente. El gran proyecto de Hitchcock y de Bernstein se pierde en latas de archivo, únicamente utilizado durante los Juicios de Núremberg, como retrato fidedigno e innegable de sucedido.
Regresemos a la importancia de lo filmado, pues sin ello, poco podríamos creer de lo que pasó en aquellos sitios. El mismo Churchill negó alguna vez que lo que se veía en los campos de concentración fuera cierto, pues conocía el nivel y valor de la propaganda. Sin embargo esa manipulación de imágenes, para mitificar o desmitificar algún punto político, también fue lo que terminó con la realidad de las cintas del ejército inglés. Los americanos tomaron las riendas de los que se podía ver o no, y ellos decidieron, por muchos años, la visión que se tuvo del horror Nazi. Es también este ocultamiento lo que hace revalorar lo que podemos ver hoy, y la manera en que puede o no afectarnos; pues la condición humana sigue siendo igual de voluble, frágil y cruenta que hace setenta años.
“Caerá la noche” es una oportunidad única de revisitar no sólo uno de los aspectos históricos más importantes de la humanidad, o el valor de uno de los cineastas más exquisitos del Siglo XX, sino la oportunidad de revisitarnos como seres humanos, como nación y como sociedad. ¿Qué horrores hemos permitido a lo largo de nuestros años, y cuáles se siguen perpetuando? ¿Tenemos el valor de afrontar la realidad, y mirarla de frente, o preferimos cegarnos y pasar las imágenes por alto?
Las entrevistas que poco a poco van describiendo lo sucedido en aquellas fechas, junto con la re-significación del pietaje editado por Hitchcock, recrean la historia. Es cierto que el filme cae en la escaleta llana del documental televisivo, pero esto no impide que su discurso pierda fuerza, ni que sus imágenes lleven al espectador al terror hipnótico de lo grotesco; de lo que no debe ser visto, y sin embargo es necesario vislumbrar para creer.
¿Son las imágenes de la muerte y la desolación permitidas sólo cuando la tormenta parece dispersa? O ¿Qué es lo que nos permite ver este material ahora, en un Festival de cine, cuando en el mundo no han dejado de suceder ciertas cosas? Los estómagos fuertes necesitan de un anclaje mental, y ese anclaje es el que va dictando la trama; el ritmo impuesto por Singer que nos lleva en un vaivén de emociones, que afortunadamente, sigue, y seguirá impactando en quien lo vea. Pues son humanos quienes crearon al monstruo, pero también somos humanos quienes vemos los resultados, y si dejamos de lado las heridas, o comenzamos a hacer caso omiso de lo horroroso, tal vez estas imágenes se vuelvan naturales. Tal vez se vuelvan cotidianas, y dejen de tener el impacto que provocan. ¿qué es mejor, ver al abismo o que el abismo nos vea a nosotros?
[i] Truffaut, François. “El cine según Hitchcock”. Alianza editorial. Madrid, España. 2010. Pag.164