Por José de Jesús Chávez Martínez
Representar la realidad ya significa una dificultad para el cine y para el arte en general, y de ahí se pueden desprender vertientes de las múltiples facetas de la vida humana para abordarse en una película. Uno de los temas sensibles y difíciles de tocar es la formación (más allá de la educación) de los infantes porque se puede incurrir en cursilerías, frivolidades y demás lugares comunes del melodrama ramplón. Las sociedades modernas han dado lugar a ventajas y comodidades más materiales y monetizadas que desplazan al auténtico bienestar de las personas; lo que se plantea como “estar bien” es más que nada una propuesta hegemónica que dicta, entre otras cosas, qué hacer, cómo tratar y cómo educar a los niños.
Para 1959, año en el que se rodó “Los 400 golpes” (“Les quatre cents coups”), ya se habían realizado películas acerca de la niñez y sus problemáticas, pero hay un caso que remite más directamente a esta película de Françoise Truffaut: “Cero en conducta” (1933) de Jean Vigo. Ambas obras se introducen en el mundo infantil de la sociedad francesa en momentos distintos, la cinta de Vigo es previa a la Segunda Guerra Mundial y la de Truffaut es varios años posterior a ese conflicto armado y se ubica en el despertar y descontento ante un trato indiferenciado hacia los diversos estratos etarios de la sociedad.
Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) es un adolescente que pertenece a una familia de clase media baja de París. Vive con su madre Gilbert (Claire Maurier) y su padrastro Julien (Albert Rémy) en un pequeño apartamento y asiste a una escuela (al parecer) pública. Es un niño inquieto e inteligente que, como cualquier infante, busca divertirse, pero es también rebelde y constantemente es castigado por su profesor. Un día decide “irse de pinta” con su amigo René (Patrick Auffay) y ambos, gozosos, pasean por las calles parisinas, pero una escena impacta a Antoine: encuentra a Gilbert en compañía de un amante.
Gilbert en realidad nunca deseó que Antoine naciera y lo regaña constantemente, pero al saberse descubierta en sus amoríos le hace cariños y le promete darle mil francos si obtiene una buena nota escolar con una composición literaria. El chico obtiene un cero de calificación al plagiar a Balzac y huye ante la posibilidad de ser reprimido por el director de la escuela. Recibe asilo en casa de René y, ante la necesidad de conseguir dinero, roba una máquina de escribir de la oficina donde trabaja su padrastro; al no poder venderla decide regresarla, pero es atrapado por la policía y enviado a un reformatorio donde sigue siendo fuertemente reprimido.
Truffaut desarrolla esta historia con gran habilidad y desparpajo. Libremente mueve la cámara para lograr encuadres y ángulos descriptivos y terminantes, y se da tiempo para homenajear a “Cero en conducta”. Sigue a los muchachos en varios lugares y por momentos enlaza con lo documental al retratar con fidelidad calles, lugares y personas. Así era la estética visual de la Nueva Ola Francesa: mucha libertad para la técnica de filmación, pero a la vez una puesta en escena muy bien cuidada, por ejemplo, en las escenas en el aula y en la entrevista que una psicóloga hace a Antoine en el reformatorio, momento en el cual Jean-Pierre Léaud manifiesta un enorme talento histriónico.
En el punto crítico, Truffaut muestra que las instituciones francesas de ese entonces, empezando por la familia, no estaban ni cerca de poder resolver los problemas infantiles y obligaban a los niños a madurar más pronto de lo deseable (alguna relación tiene aquí con “Alemania año cero”, de Rossellini) porque más que corregidos, los menores eran avergonzados. Antoine era humillado desde el hogar, en la escuela, puesto en una jaula en la estación de policía, abofeteado en la correccional. Mucha opresión. Pero a pesar de todo logró conocer el mar, en un escape que quedó registrado con un travelling memorable.
Título original: Les quatre cents coups. Año: 1959. Dirección: François Truffaut. Producción: Georges Charlot. Guion: Marcel Moussy. Historia: Marcel Moussy y François Truffaut. Música: Jean Constantin. Sonido: Jean-Claude Marchetti. Fotografía: Henri Decaë. Montaje: Marie-Josèphe Yoyotte. Escenografía: Bernard Evein. Intérpretes: Jean-Pierre Léaud, Albert Rémy, Claire Maurier, Guy Decomble, Patrick Auffay, Georges Flamant.