Cinecrítica: ‘De Roma con amor’, el optimismo como detonador
Por Hugo Lara Chávez
Desde que Woody Allen dejó la Gran Manzana como escenario
obligatorio de sus películas y se trasladó a Europa para filmar, entró en una
etapa que le ha dado un nuevo aire y le ha permitido producir ya valiosos
filmes, como “Match Point” (2005), realizada en Londres; “Vicky Cristina
Barcelona” (2008), en la capital catalana, y “Medianoche en París” (Midnight in
Paris, 2011), en la Ciudad Luz.
Esta etapa se ha prolongado con su más reciente filme, “A
Roma con amor” (2012), un ensamble de cuatro historias, independientes entre
sí, que no tienen nada más en común que su transcurrir en la Ciudad Eterna, a
diferencia de otras cintas suyas, que describen historias paralelas vinculadas
por un personaje o situación.
Los relatos no guardan ningún orden específico —el montaje los
presenta de forma coral y mezclados— y no tienen unidad de tiempo, puesto que
uno puede transcurrir en el plazo de 24 horas mientras otro lo hace en varias
semanas. El primero está centrado en Leopoldo (Roberto Benigni), un romano
común y corriente, empleado de oficina y cabeza de una familia clasemediera,
que un buen día se despierta con la sorpresa de que, por arte de magia, se ha
convertido en una celebridad asediada por los paparazzo, quienes lo interrogan
sobre cosas absurdas como saber qué desayuno o de qué manera se afeitó.
Otra historia es la de Hayley (Alison Pill) una turista
estadounidense, y Antonio (Alessandro Tiberi ) un joven italiano, socialista
radical, que se enamoran y comprometen. Por esta vía entran en contacto los
padres de ambos: Jerry (Woody Allen), un obsesivo ejecutivo de la música ya en
retiro, y Giancarlo (Fabio Armiliato), un sencillo trabajador que tiene
asombrosas aptitudes como barítono… siempre y cuando cante bajo la regadera.
La tercera historia es la de Jack (Jesse Eisenberg), un
joven estudiante de arquitectura estadounidense que vive con su novia en Roma.
Ésta recibe la visita de una amiga, Mónica (Ellen Page), una joven actriz que
tiene fama de ser una depredadora sexual y que provocará un incontenible
triángulo amoroso.
Por último, la cuarta historia está centrada en una cándida
pareja de provincia (Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi), que llega a
Roma en su viaje de bodas, para conocer a unos familiares influyentes del
chico. La mujer sale un momento del hotel pero se pierde en la ciudad, aunque
se topa gracia al azar a uno de sus ídolos, un actor maduro y seductor. En tanto el joven, por una confusión, es
visitado por una despampanante prostituta (Penélope Cruz). Los jóvenes conyuges
viven por separado una aventura iniciática llena de divertidos enredos, en lo
que resulta un homenaje directo a “El Sheik Blanco” (1952), la segunda película
de Federico Fellini.
De hecho, “De Roma con amor”, cuyo guión es del propio Allen,
está llena de estas reminiscencias del cine italiano clásico, en particular las
comedias que hicieron famosa esta cinematografía en los años cincuenta y
sesenta a través de directores como Mario Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola,
lo que revela el rico bagaje cinéfilo del cineasta, como lo ha demostrado desde
sus legendarias evocaciones a Bergman. Asimismo, persisten algunos tópicos y
recursos recurrentes del propio director, como el factor sorpresa de la
atracción sexual; el abusrdo como catalizador de lo cotidiano o la fantasía que
desentraña la realidad (muy claramente revelada en el episodio que protagoniza
Beningni o en el del joven arquitecto que interpreta Eisenberg, que es seguido
por la presencia fantasmal de Alec Baldwin, un arquitecto consagrado, en un
juego anacrónico entre pasado y futuro.
La película es entretenida y se mantiene casi siempre en un
tono optimista (el título lo indica con claridad), aunque con los retruécanos
agridulces que hacen que la narración funcione con buen ritmo. En definitiva, no
se trata de un filme que posea una fuerte carga trágica como lo tiene “Match
Point” o incluso “Conocerás al hombre de tus sueños” (You Will Meet a Tall Dark
Stranger, 2010), pero esto no se trata de un defecto, a pesar de que justo por
esta característica mucho críticos se han apresurado a considerar “De Roma con
amor” una obra menor del neoyorkino.
Es de llamar la atención, como siempre, aspectos como la
sobriedad de Allen quien filma con claridad y sencillez, sabiendo lo que quiere
sin demasiadas pretensiones. Lo logra apoyado en sus ingeniosos y filosos diálogos,
así como en una estupenda partitura musical, la solvencia del fotógrafo iraní Darius
Khondji, y el sobresaliente trabajo de casting que realiza Juliet Taylor.