* Sección Oficial de documental iberoamericano
Por Ulises Pérez Mancilla
Talent Campus. Guadalajara
Nostalgia de la luz, el documental de Patricio Guzmán, se traduce en un hilado de emociones incontenibles hacia el final de la película. Una palabra lo define claramente: es inmenso, tan inmenso como el universo mismo. Las metáforas de las que el director chileno se vale para intentar comprender uno de los episodios más vergonzosos en la historia de su país y del mundo; parten de relacionar la complejidad de la existencia humana tras las atrocidades de la dictadura militar, con la incansable (y hasta hermosa) búsqueda de respuestas por parte de ciencias como la astronomía y la arqueología.
En Chile, en la misma zona donde está construido uno de los telescopios más importantes para la investigación del espacio en el mundo, fueron enterrados y desenterrados a capricho los cuerpos de miles de desaparecidos políticos. Los restos de estas personas, hoy en día, siguen apareciendo gracias a la terquedad moral de unas mujeres que han clasificado y resguardado por años, cada miembro desmembrado, cada partícula de hueso calcinado de sus familiares para poder dormir (algunas morir) en paz.
Esta aparente casualidad de hechos, es retomada por el director para desarrollar una postura férrea y crítica sobre la imposibilidad de deshacerse del pasado, pero a la vez, de aprender a construir con él a cuestas, ya sea como medio de liberación para la vida, o como fuerza para seguir viviendo. Guzmán ejerce loablemente su oficio de cineasta para sensibilizar, más allá de la victimización. Los testimonios de cada colaboración científica, de los hijos de desaparecidos que han encontrado en la astronomía fuerza y consuelo, de los presos políticos redimidos por las estrellas, todos ellos, están encaminados a construir una especie de dignidad humana ante la sucesión de hechos aleatorios en el universo. Nostalgia de la luz tendría que ser en un futuro, el legado de una necesidad social apremiante.
Impresiona la entereza humana del director y la intimidad que logra transmitir construyendo un discurso como se construye la historia de ficción más entrañable. No hay plano, ni silencio, ni anécdota, ni sonrisa que esté montado para no decir algo, incluso ese ritmo Tarkovskiano con que nos introduce a su película. Su propia historia personal sobre un Chile inocente y su cambio radical a una nación que aun busca a sus muertos para tener la certeza de que han partido es estremecedora. Un discurso cinematográfico que se fusiona con el deseo personal de un autor capaz de despojarse de su propio dolor nacional para explicar al mundo una tragedia tan presente como olvidada.
Entusiasma una visión tan cercana de la ciencia y este ímpetu de la nacionalidad chilena por reflectar teóricamente los conflictos sociales en la academia. Baste recordar la teoría del amor del biólogo Umberto Maturana, quien concibe al amor como el reconocimiento y el respeto a la existencia del otro. Y fundamenta una teoría tan enorme que se hermana con lo visualizado aquí por Guzmán: las sociedades sin amor, al igual que el cuerpo en términos de Maturana, se enferman. Y las sociedades enfermas, se resquebrajan. Nostalgia de la luz, más allá de ser un potente discurso visual, Selección Oficial en Cannes pasado, es un noble intento por redimir a una nación que tropezó, pero que se ve en la necesidad de seguir caminando.