Por Hugo Lara Chávez
En un país con fuerte arraigo religioso como es México, el significado de los símbolos religiosos ha sido pródigo en nuestra cinematografía, y entre todos sus espacios la Villa de Guadalupe es el más importante de todos, como sede de la fe católica que predica la mayoría.
Su historia está asociada a la devoción por la Virgen de Guadalupe a partir de las historias sobre sus milagrosas apariciones en el cerro del Tepeyac, en el siglo XVI. En ese sitio fueron edificadas varias construcciones dedicadas al culto guadalupano, en especial el edificio conocido como la Colegiata del siglo XVI que albergó hasta 1976 la imagen de la Virgen, trasladada ese año a la monumental Basílica de Guadalupe que se construyó entre 1974 y 1976 según el proyecto del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
Aparte de las imágenes que glorifican la creencia en la Virgen de Guadalupe y que muestran sendas imágenes de este santuario, en otras cintas se ha buscado retratar algunos otros aspectos relativos a los ritos de esta devoción, como se mira en El Muro de la Ciudad (José Delfoss. 1964) donde uno de sus protagonistas participa en las danzas de conchero que es común observar en las inmediaciones del templo.
Otras películas se refieren también a la Villa de Guadalupe con valoraciones diversas, como en La risa de la ciudad (Gilberto Gazcón, 1962), La montaña sagrada (Alejandro Jodorowsky, 1972), Matiné (Jaime Humberto Hermosillo, 1976) o La otra conquista (Salvador Carrasco, 1997).
En la cruda Batalla en el cielo (Carlos Reygadas, 2005), una de sus líneas culminantes se traza en el sentido de la búsqueda de la redención a través de las peregrinaciones a la Villa, a costa del dolor y la flagelación. (Hugo Lara, del libro Una Ciudad Inventada por el Cine, Ed. Cineteca Nacional, 2005)