Por Benjamín Harguindey
EscribiendoCine.com-CorreCamara.com
Si la trayectoria de James Cameron deja alguna enseñanza es que nunca hay que apostar en su contra, sin importar los rumores sobre presupuestos descarrilados o pretensiones megalómanas, ni que demore más de una década en dirigir una película.
“Avatar” (2009) tuvo un debut sensacional, el film más caro y simultáneamente taquillero de todos los tiempos, pero no dejó una huella significativa en la cultura popular. Su trama era básica y calcada de otros films más memorables. No lanzó carreras ni inspiró imitadores. La novedad del 3D perdió su efervescencia. En un mundo colmado entremedias por el cine de superhéroes -Marvel a solas produjo 28 largometrajes entre 2009 y 2022- el legado de “Avatar” se redujo al chiste fácil sobre el rodaje eterno de su secuela, achacado a la compulsión obsesiva del director.
Trece años más tarde, Cameron finalmente estrena “Avatar: El camino del agua” (The Way of Water”, 2022), una secuela no solo digna del original sino hasta superior, técnica y narrativamente. A grandes rasgos cuenta la misma fábula ecológica, pacifista y anticolonialista, pero esta vez lo hace netamente desde la perspectiva nativa y el conflicto tiene un corte más íntimo y personal. Se suma una nueva generación de personajes con dinámicas interpersonales más complejas, el mundo se expande atractivamente y si bien la trama no deja de ser algo predecible, guarda momentos de sorpresa e intriga. También trabaja mejor el suspenso, montando en paralelo los recorridos de héroes y villanos y preparándolos para un clímax cargado de acción que se siente más merecido.
Visualmente la película es bellísima, incorporando un rico mundo subacuático al lienzo de Pandora y texturándolo con un 3D nítido y detallado. No es el 3D carnavalesco que llama la atención a sí mismo con chistes o sustos, sino una herramienta más para pincelar la densa y vibrante flora y fauna alienígena. Gran parte de la película ha sido también filmada con el doble de fotogramas por segundo, lo cual le da una agradable fluidez a la imagen y ayuda a hilvanar las secuencias de acción más complejas que ocurren simultáneamente arriba y abajo del mar.
El espectáculo es inigualable y hace gala de dos de las grandes fortalezas de Cameron: filmar secuencias de acción transformativas (mutando y condicionando a los personajes constantemente) y filmar de manera didáctica pero entretenida. En los 193 minutos del film nada ocurre que no sea anticipado y examinado primero con un ojo casi documental, tan fascinado se encuentra el director por los detalles más extraordinarios o ridículos de su ciencia ficción. A diferencia del “blockbuster” promedio, que tiene una energía improvisadora y a menudo se regodea en ello, el de Cameron es metódico y solemne. La acción siempre satisface la expectativa.
De lo que Cameron y sus coguionistas (Rick Jaffa y Amanda Silver) no se pueden jactar es de los diálogos. Los hay atroces, melodramáticos, insólitos. Ciertos personajes hablan más por los guionistas que por sí mismos, llamando la atención a la intención de la escena o bien recitando lo que suena a líneas de un primer borrador olvidado. Jake Sully (Sam Worthington) narra de nuevo en off intentando conectar las partes de una enorme y a veces divagante épica, y sus monólogos filosofales sobre conceptos como la familia, la felicidad y el hubris humano no pasan de observaciones banales e intercambiables.