Por Manuel Cruz
cruzderivas@gmail.com
@cruzderivas

Distrital 2014, sección Topografías

La vida y cultura actuales se unen por una velocidad imperante: la irremplazable necesidad – en apariencia – del teléfono inteligente y el frenesí de efectos especiales dentro de cintas como la excelente Avengers  (Joss Whedon) o Need for Speed (Scott Waugh) dan a creer que la observación es cosa de segundos para una audiencia.

Pero el tiempo es dilatable, y quizás el cine lo descubrió antes que la física. La narrativa muda regresa con “Pierrot Lunaire” del director Bruce LaBruce, y su duración real de 52 minutos se expande en la mente de su público, resultando en una película extraordinariamente lenta para estándares actuales.  ¿Vale la pena acostumbrarse, por lo menos esta vez, al ritmo del pasado?

Adaptando la ópera de Arnold Schoenberg estrenada en 1912, Pierrot es un hombre con un problema mayor: no es hombre. Y tal condición complica su relación con Columbine cuyo padre auto-descrito en la cinta como un “gordo cerdo capitalista” toma con mucho desagrado. Así, Pierrot debe encontrar una forma para demostrar su masculinidad y recuperar el amor perdido. La crisis de identidad es un tema abundante en el cine, pero su transformación al estilo del cine mudo da un flujo de conciencia innovador a su protagonista: La vida de Pierrot es una ópera en forma y letra, bajo el canto prácticamente eterno de su propia voz. Este ritmo acentúa el drama sin volverlo cursi y le da oportunidad a Susanne Sachbe, quien lo interpreta, de preguntarse con movimientos de cejas y labios, quien es realmente. ¿El protagonista de su propia tragedia lírica, o visitante al veloz sub-mundo de la transexualidad, presente en la repentina música techno de los clubs masculinos a los que acude en la noche, en busca de objetos para demostrar su virilidad?

Quizás lo más complicado del cine es lograr empatía entre la pantalla y su espectador, respondiendo al tiempo y dinero invertidos en acceder a un nuevo mundo durante un par de horas. No deja de sorprender que LaBruce haya regresado al origen de esta narrativa audiovisual para solucionar el problema, lográndolo con notable éxito. “Pierrot Lunaire” regresa a definir el cine como una experiencia, un estado de trance donde la racionalidad y lo visceral se unen fugazmente y motivan volver, a la obra del mismo director, a Distrital y a explorar el cine, como esa increíble fuente de mundos alternos que ha sido desde el principio