Por Ali López
“La bruja de Blair” (Blair Witch|Adam Wingard|USA|2016) la tercera entrega de la naciente saga del clásico de culto, “The Blair Witch Project” (Daniel Myrick-Eduardo Sánchez|USA|1999) continúa con la línea temporal iniciada en el último año del siglo XX. James (James Allen McCune) cree encontrar pistas sobre su hermana Heather, desaparecida en 1994 y protagonista del primer filme, en un vídeo recientemente subido a YouTube, por lo que decide internarse (junto con una documentalista, su mejor amigo y su novia) en el bosque maldito de Burkittsville.
17 años separan a una producción de otra (obviando la lastimera y olvidable “Book of Shadows: Blair Witch 2” (Joe Berlinger|USA|2000), y ese tiempo ha significado un crecimiento tecnológico asombroso, así como la transformación radical del público.
En la primera entrega se jugó con elemento de lo real o el falso imaginario; dudar sobre si lo que estaba pasando en la pantalla era real, no era sólo la sal y pimienta del terror, sino el plato caro y fuerte del menú. Abrevando las aguas de Deodato, y ante la antesala puesta por Dean Alioto y su “Alien Abduction: Incident in Lake County” (USA|1998) Myrick y Sánchez utilizaron las herramientas tecnológicas a su alcance, y una proto-campaña transmedia, para realizar una obra que es un parteaguas en la historia del cine de horror.
Sin embargo, la cinta actual, que en muchos sentidos es una calca de la primera, carece de muchos de los elementos, algunos generacionales, otros creativos, que se entregaron en el 99. Ante el avasallamiento visual de la multicámara, y la posibilidad de grabar con casi cualquier artilugio, en la nueva incursión al bosque se poseen más de 5 cámaras, todas capaces de mostrar lo mismo: nada. Es cierto que la primera entrega de “La bruja de Blair” se configura a partir de lo que oculta, no de lo que muestra, sin embargo, en la cinta de 2016, el leit motiv es la exhibición; por fin se ha podido ver algo.
En este caso, a diferencia de lo que sucedió hace casi 20 años, sabemos que estamos inmersos en una metaficción, y que lo que veremos es una realidad maquillada. Y ante el uso de tantas cámaras, e inmersos en el universo creado a partir de la obra; entendemos que la edición y selección de lo que vemos está determinada por una mano ajena, y se nos muestra lo que se cree digno de ser mostrado. Por lo que un agente externo decidió que miráramos un hombre orinando, tal vez como alusión a la primera entrega, donde dichas escenas, lejanas y en tercera persona, significaban en naturalismo propio de la realidad, o por el simple exhibicionismo absurdo de lo innecesario.
Entonces, la cinta se queda en ese limbo, muestra lo que ya tantas veces hemos visto, y francamente nos tiene cansados, sobre todo en el subgénero del found footage, que se mató a sí mismo, y se aleja del aporte moderno al mito, no concreta ni proporciona lo que prometió en un principio. Es más, se olvida de todo artefacto del nuevo milenio y termina por contarnos la historia en una vieja cinta noventera de textura granulosa.
Es cierto que habrá momentos de tensión, más que de miedo, pues la manufactura se concentra en que los brincoteos aparezcan todo el tiempo (hasta el mismo guión se implora dejar de hacerlo), pero no hay un aporte narrativo, ni a la saga, ni al género. Otro clásico trastocado por la mano invisible del mercado.