Por Manuel Cruz 

@cruzderivas

Frente al arte el intelecto es una navaja de doble filo. Puede usarse para transformar la emoción en algo concreto, un motivo de discusión y encuentro de voces en el futuro. Pero también es una salida fácil a la dificultad del proceso creativo. Escribir nunca parece ser tan fácil como hablar.  Y la misma analogía ocurre en “La Última Película”, que comienza donde muchas otras cintas suelen acabar: un director estadounidense de voz melancólica (Alex Ross Perry) aparece a cuadro para explicar a su audiencia lo que estan a punto de ver, o más bien, lo que ya están viendo. Es una película sobre el fin del mundo y el fin del cine.

El fin de la película como material, pero también como expresión artística. Es la última película en celuloide, que aparentemente ha sido masacrado por un oponente desconocido y en esta ocasión da su último suspiro. Es una visita al fin del universo según los mayas, y quizás, el fin de la vida misma. Y también es un discurso melancólico, pretencioso e inconexo que advierte a la audiencia del aburrimiento que está por enfrentar durante 90 minutos. 

Mark Peranson y Raya Martin, directores de La Última Película, ofrecen una justificación aparentemente racional por cada minuto de pietaje filmado en el insoportable personaje que encarna Ross Perry, mientras viaja fotografiando la vida rutinaria en Mérida y Yucatán, escenarios para el apocalipsis que pretende filmar. Detrás de su monologo dramático hay una serie de tomas con exceso de movimiento, luz y sonido. Se trata, a excepción de algunas secuencias ligeramente más interesantes, de filmar mal y filmar nada para luego decir (a cuadro) que se ha filmado lo más puro y de la forma más cruda.

¿Y por qué someterse a un ejercicio tan falaz y egoista? La cinta combina el registro documental con una ficción aparente, donde cerca del final los propios actores reconocen su propia interpretación, y la situación aburda en la que se encuentran. Pero un fragmento de honestidad diez minutos antes del final no salva a la película de su desastre previo.  Y quizás, tal era el objetivo inicial: producir una obra que no tiene sentido y se queja de la vida reciente, como si Seinfeld fuera una producción de Televisa en un universo alterno. El cine puede ser muchas cosas, incluyendo un discurso intelectual. Pero un discurso incoherente y que se burla de su ejecución pobre en un intento de superioridad hacia la audiencia no es mucho más que una película sin motivos para ser vista.

Además de un pequeño detalle histórico: cerca del final, el director menciona que su intención final es de construir las expectativas de la gente cuando se sientan a ver una película. El cine lleva suficiente tiempo para que alguien más lo hubiera intentado, y en efecto: su nombre era William Greaves, y produjo una cinta de notable interés: Symbiopsychotaxiplasm