Por Pedro Paunero
Los “bancos externos” (outer banks, en inglés), están constituidos por una serie de islas situadas en la costa de Carolina del Norte (Estados Unidos), sobre el océano Atlántico. En esta geografía de tierras inundadas, habitan dos clases sociales claramente diferenciadas, los autodenominados “Pogue”, pobres, que mal viven en casuchas de madera, y los “Kook”, millonarios, asentados en increíbles residencias marmóreas, en la zona de Figure Eight, que por lo general toman como sirvientes y empleados a los Pogue.
Entre los Pogue, John B (Chase Stokes), lidera un grupo de adolescentes, formado por Kiara, alias Kie (Madison Bailey), cuya familia interracial (padre negro y madre blanca), mantiene un restaurante en Figure Eight, aunque el corazón de la chica se incline más hacia la zona pobre, donde ha encontrado comprensión y amistad -y un amor platónico-, por John B, Pope (Jonathan Daviss), el chico negro y genio del grupo, y JJ (Rudy Pankow, con una actuación digna de mención), hijo de un padre criminal y, por lo tanto, el más inadaptado, con una filosofía de “nada que perder”. La vida de los chicos transcurre en botes, recorriendo las aguas, bebiendo alcohol, sin ser ajenos a ciertas drogas, contándose historias al calor de las fogatas, e inmersos en una despreocupación escolar, capaz de poner en jaque la beca de Pope, único del grupo con ciertas esperanzas de trascender su estado de indefensión económica.
Del otro lado se sitúa Ward Cameron (Charles Esten), el adinerado empleador de John B, que tiene una hija, Sarah, que inevitablemente, atendiendo al cliché, se enamorará de John B, por lo cual se enfrentará a los problemas obvios con Topper Thornton (Austin North), su apolíneo ex novio, y al psicópata y adicto de su hermano mayor, Rafe (Drew Starkey).
Una fuerte presencia paterna impregna la serie. Así, “Big John”, padre de John B, funge como el padre ausente -desaparecido en el mar, mientras buscaba un legendario tesoro-, cuya grata memoria e ideas, obligan a su hijo a meterse en problemas; Heyward (E. Roger Mitchell), padre de Pope, el factótum de las islas, bastante apreciado por sus servicios por ambas clases sociales y Luke (Gary Weeks), el padre golpeador de JJ que, no obstante, impulsa a su hijo de manera significativa.
Y, claro, está el fabuloso tesoro virreinal español robado -equivalente a 400 millones de dólares actuales-, proveniente del barco colonial inglés “Royal Merchant”, del que se hiciera Denmark Tanny, esclavo negro con el cual comprara su libertad, y fundara Outer Banks. Una pista lleva a otra, y los chicos, entregados a su búsqueda, van viviendo increíbles aventuras, pero una brújula, o un mapa en un muro, que conducen a una magnífica cruz de oro de tamaño natural, no son sino el indicio de una meta aún más extraordinaria, la ciudad perdida de El Dorado.
Cada capítulo, los chicos realizan una serie de escapes imposibles, llevándolos a través de ríos, pantanos, el océano o las nubes, así como a exóticos destinos (las Bahamas), saliendo de las situaciones de peligro por los pelos, enzarzándose en golpizas, amoríos apasionados -y apasionantes-, balaceras, asesinatos, persecuciones, muertes aparentes, y muertos que no lo estaban, así como a misteriosos personajes, y el descubrimiento de nuevas y fieles amistades, como Cleo (Carlacia Grant), una ex pirata y ladrona, con tintes anti heroicos.
La trama de Outer Banks, en su primera temporada, contiene los elementos básicos para intrigar y mantener al espectador interesado, recurriendo a aquellos que, un autor de la talla de Robert Louis Stevenson, convirtiera en clásicos, a saber, el trazo pulido de las personalidades de los personajes, la atmósfera marina, y el tesoro mítico. Aunque decae durante su segunda temporada, y varios de los episodios de la tercera, la serie se levanta para continuar una historia que deja un sabor nostálgico por aquellos amores adolescentes, irresponsables, aventureros, con los cuales muchos podrán identificarse. El espíritu de Romeo y Julieta & Cía. alientan una historia que, por imposible que resulte, parece tan real como los deseos cumplidos. La amistad incondicional, y el amor ciego -como sólo puede serlo a la edad de diecisiete años-, empujan a cada uno de los involucrados y Outer Banks -una sociedad multirracial- devela su mayor secreto que, por visible, permanece oculto: el tesoro no es sino un hermoso macguffin, para denunciar la lucha de clases.
En Outer Banks no importa el color de piel -en Figure Eight viven personas negras millonarias, tan perversas como los blancos, mientras en “Poguelandia”, negros y blancos pobres, honorables o tan humanamente contradictorios como el resto, conviven en cierta armonía-, sino la cantidad de dinero que se tenga.
Creada y producida por Josh Pate, Jonas Pate y Shannon Burke, la serie trasciende el puro melodrama -recordándonos los excesos de “La leyenda de Billie Jean” (The Leyend of Billie Jean, Matthew Robbins, 1985)-, cautivando con su historia, personajes y alcances.
De lo mejor, en cuanto a aventura juvenil se refiere, en estos tiempos.