Por Pedro Paunero
En el marco casi post apocalíptico de una ciudad china condenada a la demolición en pos de un futuro que es ya mismo, y los planes de un estado que pasa por encima de los intereses particulares de los ciudadanos, un ex prisionero, austero en sus maneras, contratado por la oficina local de control poblacional de perros, entabla una improbable amistad con uno de los tantos perros callejeros que, en manadas, se enseñorean de las colinas que rodean la ciudad.
Desde “La salida de los obreros de la fábrica Lumière” (La Sortie de l’usine Lumière à Lyon, 1895), la primera película exhibida como cine de la historia -véase la historia de Louis Le Prince para contrastar (1)-, los perros -y, en este corto, también los caballos-, hicieron su aparición como una de las especies más representadas en la pantalla (el primer gato en el cine aparece hasta 1899, en otro corto de los Lumière, “La petite fille et son chat”).
Queridos por el público, estos cánidos no habían hecho sino empezar su larga andadura en el cine. Así, la primera película sobre un perro callejero en problemas sería “The lost dog or The canine rescue” (1903), situando en el extremo a “Rescue by Rover” (Cecil Hepworth, 1905), que presentaba al primer héroe canino (Blair, mascota del director, considerado como el primer perro estrella de la historia ), en un filme británico que, imperfectamente, descubre la continuidad cinematográfica, mientras “Vida de perro” (A Dog’s Life, Charles Chaplin, 1918), introducía a Scraps, un perrito mestizo cuyo verdadero nombre era Mut, en la comedia chaplinesca.
El tiempo pasó y los perros asaltaron el serial cinematográfico y las series de T. V. (el olvidado Strongheart, Rin tin tin, Lassie y cientos de actores caninos más), pasando por clásicos de la animación de la casa Disney, como “La noche de las narices frías” (aka. 101 dálmatas, Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, 1961), la crudísima “Los perros de la plaga” (The Plague Dogs, Martin Rosen, 1982) o la maravilla en Stop Motion, “Isla de los perros” (Isle of Dogs, Wes Anderson, 2018), el terror, “Cujo” (Leawis Teague, 1983), la Ciencia ficción, “Un niño y su perro” (aka. 2024: Apocalipsis nuclear; A boy and his Dog, LQ Jones, 1975), la versión animal de la Odisea, “El viaje increíble” (The Incredible Journey, Fletcher Markle, 1963), el policiaco, “La banda de los Doberman” (The Doberman Gang, Byron Ross Chudnow, 1972), o la fallida historia de la domesticación del lobo, “Alfa” (Alpha, Albert Hughes, 2018), hasta la controvertida “Perro blanco” (White Dog, 1982), la última gran cinta de Sam Fuller (2), un alegato furioso contra el racismo que, no obstante, hirió la sensibilidad de muchos.
“Perro Negro” (Black Dog, 2024), dirigida por Guan Hu, conocido por retratar en sus anteriores películas –“Dou niu” (2009), y “Lao pao er” (2015)- a unos personajes que intentan conciliar el pasado tradicional chino con la arrolladora modernidad, con todo y sus contradicciones, nos cuenta la historia de Lang Yonghui (Eddie Peng), un reo liberado recientemente, a quien se le ha encargado la ingrata tarea de reducir a ejemplares enjaulados a los perros que bajan de las colinas -la primera escena, en la cual vemos a una manada descendiendo al valle, es tremendamente poderosa-, aunque su comportamiento se ponga en continuo conflicto con sus compañeros y jefecillos de la mafia local.
Guan Hu sitúa la historia en 2008, en los albores de los Juegos Olímpicos de Beijing, cuando a la nación china le importaba presentarse al mundo como un estado imperial, poderoso y moderno, pero cuyos pueblos, formados por ciudadanos reacios a abandonar su folclore, tradiciones y hasta supersticiones, se caen a pedazos por el abandono, las fuerzas naturales -una tormenta de arena, proveniente del desierto de Gobi, así como un terremoto, sirven de referencia-, o la apatía, en un tiempo aparentemente congelado y estatizado.
En un principio, el estoico Lang se deja convencer por los rumores que vomitan los altavoces sobre un perro negro peligroso, enfermo de rabia, al que hay que atrapar. Descubre que el perro, alejado de las grandes manadas, se oculta en un edificio en ruinas, que sólo abandona su refugio para orinar, marcando territorio, sobre el mismo muro que Lang ha usado de mingitorio improvisado y, en un tira y afloja entre hombre y animal, que incluye el ser mordido por el perro, Lang termina por liberarlo de la perrera para estudiar su comportamiento primero, cerciorarse que no tiene la hidrofobia después, y terminar haciéndolo su mascota.
De paso, Lang pelea varias veces por su vida, parece enamorarse de una de las chicas que integran la troupe de un circo itinerante y hasta modifica su motocicleta, a la que añade un sidecar, para transportar a su nuevo y fiel amigo canino, mientras la ciudad se desintegra. Escenas como el lobo en lo alto de la colina, la liberación del tigre y otros animales, provenientes del zoológico al que nadie visita, a la vez que se ofrece carne de serpiente como platillo o como remedio natural, jalonan una narración que sitúa en el debate las transiciones forzosas que conducen al resurgimiento de un imperio.
Conmovedora, “Black Dog” recuerda “Un informe ambiguo sobre el fin del mundo” (Nejasná zpráva o konci světa, 1997), película del eslovaco Juraj Jakubisko, una metáfora del pasado enclavado, como una herida, en el presente, pero no se rinde, empero, al sentimentalismo barato, melodramático y cursi de la mayoría de las películas que presentan perros como protagonistas, ofreciendo una narración muy humana, y universal, de esta amistad cuasi simbionte entre especies, que se remonta a treinta mil años de antigüedad.
Para saber más:
- Historias de Cine I: El hombre que no bajó del tren: Louis Le Prince, padre olvidado del cine por Pedro Paunero.
- “«Perro blanco»: 35 años del último Sam Fuller” por Pedro Paunero.