Por J. J. Flores Hernández
El cine no tiene pasaporte. El cine es un vehículo y como tal puede ser utilizado de diversas formas. Desde hace tal vez una década el cine mexicano ha mostrado su ambición: ser visto como una expresión de calidad y conectar con algún público. Las resonancias que el cine nacional produce son extraterritoriales empero, muy a nuestro pesar, el cine mexicano hace ruido fuera del país pero al interior sólo hace escándalo: se le rechaza cuando aún no se le conoce lo suficiente, se le juzga con premeditación o simplemente resulta ser indiferente. Se quiera o no, se piense o no, todo arte siempre es político. Hay una política de autor y con ello responsabilidad. Al día de hoy los motivos de por qué Michel Franco hace cine no son claros y sin embargo no hace falta saberlos: cuenta historias y lo hace de la mejor manera que puede y, mejor aún, que quiere; no obstante le cueste antipatías y odios. Franco ya tiene independencia creativa; probablemente siempre la tuvo. En 2012, cuando “Después de Lucía” obtuviera el premio Un certain regard en Cannes, lanzó un anunció de radio que le permitió generar una audiencia para su filme al tiempo que se creaba una imagen pública: hacer lo que sea por su trabajo, ensuciarse las manos. Así, Lucía/Films, casa productora de Franco, Gabriel Ripstein y Moisés Zonana nace con estridencia. En 2013 en el Festival de Cine de Morelia, en donde presentaba junto con su hermana Victoria Franco “A los ojos”, Michel reiteró el lodazal: hacer lo que esté entre manos para su película ¿eso no permite leer ya una política de autor? El debate entre compromiso social (o no) y creación artística es añejo y reverbera en cualquier ámbito. Leni Riefenstahl con el nazismo. Kenji Mizoguchi al mejor postor (de izquierda o derecha). Günter Grass en las juventudes alemanas. Albert Camus y Argelia. Emilio Fernández detestando la diferencia. Etcétera. No juicios morales, posicionamientos. Es un debate. El cine es diálogo y no tiene fronteras, lo demás es censura y exclusión. Tim Roth se acercó a Michel Franco y le dijo que su filme le había conmocionado, que era una obra maestra: 2012, “Después de Lucía”. Roth era el presidente del jurado Un Certain Regard. Esa alianza fue producto de una peculiar cartografía de apreciación y emociones.
En “Chronic” (2015) el día en que David va a morir no lo sabe pero lo viene deseando. Precaución con lo que se desea, se puede cumplir. David Wilson (Tim Roth, inmejorable), enfermero de servicio privado, dedica su vida a la atención de pacientes crónicos. David lleva en sí una pérdida. Sin recursos tramposos como el flashback el guion de Franco, galardonado en el Festival de Cannes en 2015, cuenta la vida presente de David a medida que va explorando su modo de trabajo y la relación con sus pacientes siempre estrecha y creciente es, a su manera, lineal pero con muchos matices. Más despacio. Tres instantes. Primero. Sarah (Rachel Pickup, atinada-enclenque) tiene SIDA, nadie sabe por qué, y muere. David asiste a su funeral. Se encuentra con la hija de Sarah quien le agradece los cuidados y atenciones a su madre. Le pregunta si es que siempre asiste a los funerales de sus pacientes. Sí, casi siempre. David rehúye a la conversación. En el corte siguiente David bebe en un bar. A su lado una pareja celebra su reciente compromiso. Ella me lo pidió, comenta fuera de cuadro el hombre. La mujer confirma. ¿Y usted no está casado? Lo estuve. ¿Y qué pasó? Mi esposa murió, tenía SIDA, se llamaba Sarah. Segundo instante. David es consignado a otro paciente y otra familia. John (Michael Cristofer, excelente-encarnado), arquitecto de profesión, padece, después de mucha edad y más de algún paro cardíaco, secuelas motrices. David establece un primer lazo. Y otro más: la complicidad permisiva de que John, que está muriendo, vea a placer pornografía. David le pregunta a qué se dedica. Soy arquitecto. ¿Y qué haces? Cosas funcionales, pequeñas casas, edificios. David al día siguiente acude a una librería. Se hace pasar por arquitecto usando las mismas líneas, el mismo argumento: David está en el lugar de otro, siendo otro para no estar solo. A veces el propio panorama es pura desolación, Franco lo ilustra fenomenalmente en cada escena en que David está solo. Último instante. David regresa a la ciudad en donde está su hija Nadia (Sarah Sutherland, a la altura). En casa de su madre (Nailea Norvid, satisfactoria) padre e hija comparten bebida. La hija pregunta si piensa en él. Silencio. Gestualidad. Dolor mudo. Sí, todo el tiempo. Silencio y remate: “cuando llega a los huesos es difícil”. La elipsis es abrumadora. Habiendo asistido la muerte de su hijo Dan, David se fue con él. Y entonces sí el final es previsible y cierto. Para Michel Franco, Bresson es dios, su dios personal. Fue dios quien dijo del cine “el sonoro inventó el silencio”. Y Franco, como buen discípulo, sabe leer las escrituras, de ahí que, como ejecuta Michael Rowe, no haya música. Acierto y firma, herencia y tradición. Lucía/Films le apuesta a la sacudida de la conciencia, a la provocación no gratuita. Sus tres brillantes producciones del año pasado (alusión a “600 Millas” de Ripstein-hijo y Desde allá de Lorenzo Vigas) tienen un final abrupto, a ratos tremendista mayormente atinado. Lucía/Films tiene ya un sello y es sólido. Ernesto Diezmartinez lo ha leído desde la crueldad.
A cien años exactos de su escritura “Duelo y melancolía” (1917 [1915]) de Freud confirma, de forma clínica, lo que Franco dice de forma cinematográfica. El texto freudiano es un puente. Más allá: el cineasta extiende la discusión de una manera excepcional, casi perfecta. Con “Después de Lucía” ya había hecho tesis sobre el duelo y ahora, con “Chronic”, lo hace de la melancolía. En esas coordenadas de lectura: ¿es Michel Franco freudiano? Ante la prensa en Cannes 2015 Michel Franco dijo “no sé qué diría Freud acerca de mi película…” Nadie lo sabe. No será lejano el día en que a Michel Franco le tilden como uno de los clínicos del cine. Eso también hace un autor y esa es la gran paradoja política. Lo importante: voluntad de estar ahí para atestiguarlo y dialogar.
Coyoacán, Ciudad de México.
Quince de abril de dos mil dieciséis.