Por Ezequiel Obregon
CorreCamara.com-EscribiendoCine

Buenos Aires. Comienzan a proyectarse los últimos exponentes de una Competencia Internacional de buen nivel, y el 12º Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) comienza a escribir su historia. Acorde a esta realidad, Centro y Bummer Summer dejan en el espectador un aura de nostalgia. Se destacó un film de México por su nivel de emotividad.  

En “Alamar”, el realizador mexicano Pedro González Rubio propone una nueva articulación dentro de la Sección entre el registro documental y la ficción. Película diáfana, de mirada antropológica, podríamos decir que más que narrar, muestra. El film está construido a partir de tres personajes reales (los padres y su hijo), pero ficcionaliza parte de los vínculos para contar otra cosa. Fruto de de la unión de un mexicano y una italiana ya divorciados, el niño se reencontrará con el padre en el lugar de donde es oriundo: la península de Yucatán. Se trata de un paisaje exótico, rodeado de arrecifes de corales, de una belleza subyugante. Por fortuna, el realizador deja de lado todo pintoresquismo y mirada turística para centrarse en la construcción y reafirmación del vínculo filial, sobre todo a partir de la pesca. La película no subraya nada, sino que a través de los rituales cotidianos reflexiona sutilmente sobre la construcción del arquetipo masculino y –tal vez- se aproxime de una forma muy poética a la relación entre un orden ancestro-natural y la vida material y urbana. “Alamar” tiene un grado de emoción infrecuente en el cine contemporáneo.  

“Centro”, la última película argentina presentada en competencia, ha sido comparada desde el mismo catálogo con “Sinfonía de una ciudad”, el clásico de Walter Ruttmann. Pertenece claramente a un tipo de documental “sinfónico”, en donde se explora con minucia la capacidad de intercalar secuencias como si se trataran de compases, con la finalidad de formar un todo armónico. El universo auditivo cobra mayor espesor, algo que en la película de Sebastián Martínez no siempre se consigue, aunque sí vale la pena destacar que se trata de un trabajo loable en términos visuales. Sobre todo porque el realizador ha seleccionado y diseccionado imágenes del epicentro porteño muy identificables sin caer en la postal turística.   

Alrededor de la intersección de Florida y Lavalle conviven el turismo, la marginalidad, la melancolía, el mundo bancario y comercial, el paseo romántico. Cada uno de estos núcleos son “acompasados”, alternándose a lo largo de noventa minutos. El mayor logro de Centro es la capacidad con la que el diagrama de imágenes hace “dialogar” las secuencias entre sí sin ofrecer tesis alguna. Será el espectador quien dictamine el tipo de asociación que tendrá cada una de ellas. Lo excesivo del metraje y algunas redundancias distienden ese mérito, que pese a todo se termina imponiendo.  

“Bummer Summer” viene a señalar junto a las otras dos películas estadounidenses en competencia (“Putty Hill” y “Go Get Some Rosemary”) el revitalizante estado del cine independiente norteamericano. En el film de Zach Weintraub (también actúa) hay reminiscencias del cine del primer (y mejor) Peter Bogdanovich y del cine de Gus van Sant.   

Se trata de una película más “distendida” que abúlica, lo que la acerca (aunque a simple vista no parezca) a un film del gran Eric Rohmer. El contexto es el veraniego (como en varias películas del realizador francés) y eso es definitorio. Los tiempos muertos se imponen, y el adolescente Isaac se debate entre seguirle el juego a su novia celosa o aprovechar la cercanía con sus más íntimos. Un dilema que se resuelve amargamente pero no de forma violenta ni determinante. Porque si hay algo muy valioso en el film es su construcción pausada, amena, que produce un acercamiento con lo que les sucede a los personajes a tono con sus vaivenes afectivos. Rodada en blanco y negro y con una importante cantidad de planos generales, “Bummer Summer” es una de esas películas en las que la distensión del tiempo potencia lo mínimo. Sabemos que hay una situación amorosa endeble, que luego hay un viaje con el hermano y su ex novia, que hay un principio de acercamiento con otra chica, y que se plantea un cambio de rumbo con un objetivo insólito: entrar al laberinto más grande del mundo. Cada uno de esos pasos emerge con una naturalidad radical, acorde a las actuaciones. Basta con escuchar los diálogos sobre el pasaje de la escuela secundaria a la facultad (notorio en la sociedad americana) para comprender por qué la autenticidad no está en “High School Musical” sino en filmes tan transparentes y emotivos como éste.