Por Lorena Loeza   

-“Ni hablar mujer. Traes puñal”. (Pepe El Toro en “Nosotros, los pobres”).   

Pues, sí. El ídolo del pueblo merece ser recordado como el ícono romántico por excelencia de nuestra filmografía de la época dorada. El sueño de miles de mujeres, el –también- emblema del machismo por excelencia, sigue levantando debates y contraponiendo posiciones. Vale la pena dedicarle unas líneas al galán mexicano más importante, el que todas las mujeres querían de pareja, todos los hombres de compadre y todas las abuelas hubieran querido de yerno; y que incluso inspira una de los ensayos más destacados del recordado Carlos Monsivais, nuestro extrañado autor mexicano.   

El ídolo del pueblo es una figura controvertida y contradictoria. Lo mismo se rebela contra la injusticia, que golpea mujeres – incluso momentos después de haberles dicho que eran el amor de su vida-. Tomador y jugador, pero no de mala intención, amigo leal con los hombres hasta el fin, aunque mujeriego siempre que se presente la oportunidad. Demasiada oposición de ideas no parece incoherente para el público que sigue levantando el rating de las transmisiones televisivas de sus películas y asiste a llorarle a su tumba cada 15 de abril.   

Para Monsiváis, tales contradicciones se volvieron con el tiempo rasgos infalsificables para el actor: “se enamora un rato y para toda la vida; es borracho, parrandero, y jugador; es desprendido y solidario cuando hace falta; es valiente a la hora buena, esparce una alegría contagiosa; es miembro de una familia hasta la última gota de su sangre; se rebela ante las injusticias, pero nunca ambiciona el poder…” Y eso es quizás los que hace que el público lo adore y se identifique. Parafraseando a Lerner, Infante aparece nítidamente ante nuestros ojos, tan humano como la contradicción.   

Y eso es quizás lo que vuelve inmortal. Eso y el acomedido trabajo de Televisa, que se aseguró que las nuevas generaciones crecieran viendo las películas todos los sábados por la tarde. Tanta fue la devoción de la cadena para con el ídolo del pueblo, que también se encargó de explotar el género melodramático en todas sus producciones telenoveleras, donde los conflictos del cine cincuentero encontraron la manera de inmortalizarse. Pero eso sí. Encontrarían la manera de darle continuidad al melodrama trágico y estereotipado, pero nunca encontrarían otro Pedro Infante.   

Y es que un Pedro Infante es una imagen encapsulada y atorada en el tiempo. Hoy no tendría ningún asidero con la realidad. Nunca sabremos como sobreviviría Pepe el Toro en medio de la globalización, donde la pequeña empresa está condenada a desparecer – ¿que sería de su pequeña carpintería?. O de Jorge Bueno y Pedro Malo con las haciendas desiertas por la migración y forzados a venderle a Bachoco o a La Costeña. Y bueno, Pedro Chávez quizás hubiera sido recortado de los cuerpos policíacos porque nunca pisó la academia de policía, y la lucha contra el narco requiere de cuerpos bien entrenados. Pero también es verdad que Chachita ya tendría una fiscalía de delitos contra las mujeres a la que podría ir a denunciar el cachetadón que le asestaron, y Tizoc ya contaría con el Conapred para que no le sigan diciendo “indio ignorante.” Los derechos humanos seguramente denunciarían la serie de irregularidades jurídicas que se cometieron en el juicio contra Pepe el Toro – quien sabe si la PGR atendiera las recomendaciones, dado que son no vinculantes, claro-. Y por si se requiere, hoy sabríamos que lo que tiene el menor de Los Tres García es un trastorno bipolar, que no permite que se reponga de la muerte de su abuelita.   

El caso es que siendo el mundo tan diferente, Infante sigue haciendo suspirar a las mujeres y emocionando y haciendo reír a los hombres. Todavía hay quien sueña con una serenata de este hombre bajo su ventana, aunque luego le diga “chancluda” o algo tan horrible como ¿estás trompuda o quieres beso?, incomprensible ¿verdad?, pero a final de cuentas, quién dice que el romanticismo se explica con razonamientos lógicos…