Por Samuel Lagunas
Desde Morelia.
Después de su paso por la Semana de la Crítica en Cannes 2017 y por el Festival de Sitges, en el marco del FICM 2017 se estrenó “Téhéran tabou”, primer largometraje animado del director iraní Ali Soozandeh. La película era una incógnita para gran parte de la audiencia. Sin embargo, dos referencias acudían de inmediato a la mente y se imponían de manera casi automática como referencia: la ya clásica “Persépolis” (Vincent Paronnaud, 2007) que contaba la historia de una niña iraní que en su politizada adolescencia vive las inclemencias de un país tomado por el fundamentalismo y migra a Austria en busca de mayor estabilidad y, por qué no, libertad. La otra película que se disparaba en la memoria era “Vals con Bashir” (Ari Folman, 2009), cinta israelí que evidenció con contundencia una nueva veta en el mundo de la animación no sólo por su tormentoso argumento sino por la propuesta formal que empleó. Y sí, “Téhéran Tabou” tiene mucho de ambas cintas.
Ambientada en un Irán muy parecido al actual, Soozandeh nos presenta un tríptico de historias marcado por la adversidad y la decadencia. Con una presentación de personajes muy similar a la que encontramos en cintas como “Sin City” (2005) donde cada una de las vidas trata de mostrarse más patética que la anterior, descubrimos a Pari (Elmira Rafizadeh), una mujer que se prostituye para mantenerse a ella y a su pequeño y mudo hijo Elias, mientras espera conseguir la autorización del juez para divorciarse de su esposo convicto. Paralelamente, está Donya (Negar Mona Alizadeh) quien se desplazará por los barrios más profundos de la ciudad a fin de conseguir los recursos para una cirugía de reconstrucción del himen. Junto a ellas vemos a Sara, una mujer de clase media que vive con su esposo y sus suegros y cuyo deseo es trabajar como profesora pero que, para lograrlo, debe conseguir no sólo el permiso conyugal, sino, sobre todo, luchar contra el “deber ser” de la maternidad. Entre ellas se formará una camaradería que intentará resistir las embestidas de una sociedad cuyo patriarcado, en alianza con el fundamentalismo islámico, se obstina en someterlas a un único modo de comportamiento.
A través del uso del rotoscopio, Soozandeh distorsiona su sociedad al mismo tiempo que la revela en su forma más perversa y desahuciada. La decadencia se hace patente tanto en sus escenarios luminosamente pálidos como en sus personajes masculinos: el omnipotente juez que, amparado en su posición, adquiere mujeres para satisfacer sus retorcidos deseos; el tímido y burocrático marido de Sara que encarna la doble moral de una burguesía aterida y agonizante y Babak (Arash Marandi), músico que trata de abrirse paso en la industria sin sacrificar su estilo pero que se ve acorralado por un régimen que no sólo censura sino que también cuelga a sus detractores en la plaza. Las historias de ellas y ellos se tejen poco a poco pero la obra resultante es tortuosa y sin salida. Entre la muerte y el exilio, las resoluciones de los conflictos se alzan como imponentes imágenes de decadencia y amargura ante los ojos de Elias que con su impotente silencio presencia el fin de todas las historias.
“Téhéran Tabou” es sin duda una de las películas animadas más inclementes del año que, más que una crítica a un sistema político específico, es un espejo retorcido donde todos podemos encontrarnos.