Por Domingo Rojo

Es curioso como el tiempo le ha hecho justicia al actor Mario Almada, quien este 7 de enero cumple 90 años. Se le recuerda como el pistolero de sangre fría del viejo oeste, como el ranger texano que hace justicia contra todos los pronósticos o como el policía rudo en la versión mexicana de “Dirty” Harry o quizás  como macho vengador semimudo del corte de Charles Bronson, aunque en años recientes más bien aparece como una figura patriarcal a la que se le rinde culto. 

Este actor, productor y argumentista nacido en Huatabampo, Sonora, en
1922, apareció, aún niño, entre los extras de la película “Madre
querida” (1935), pero fue en la década de los sesenta cuando inició
formalmente su carrera fílmica, primero como productor, en la cinta
“Nido de águilas” (1963), y luego como actor y productor, al lado de su
hermano Fernando, en las cintas “Los jinetes de la bruja” (1965), E”l
tesoro de Atahualpa” (1966), y “Por eso” (1970). También en asociación
con su hermano Fernando, produjo, escribió el argumento y estelarizó
“Todo por nada” (1968), película que lo ubicó como figura de gran
atractivo para el público, preponderantemente en cintas de acción. Además, en esa época interviene en westerns como “El Tunco Maclovio” (1968). En total, suma mas de 330 participaciones como actor en el cine y el videohome en 50 años de carrera. 


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En las décadas de los setentas, ochentas y noventas su nombre solía asociarse a un cine popular, chili-westerns o cintas de acción fronteriza y de narcotráfico, al cual veían por arriba del hombro un sector del público y de los cineastas mexicanos. Había ciertas razones detras de ellos, pues es verdad que no se les puede juzgar como grandes obras cinematográficas  a títulos como “”El arracadas” (1977), “El extraño hijo del Sheriff” (1982), “Cazador de asesinos” (1983), “Siete en la mira” (1984); “Verdugo de traidores” (1986) o “El fiscal de hierro” (1989), pero en su trayectoria también aparecen películas destacadas, como “Emiliano Zapata” (Felipe Cazals, 1970); “Aquellos años” (Cazals, 1973); Longitud de guerra (Gonzalo Martínez, 1975); La viuda negra (1976) o “Pueblo de madera” (De la Riva, 1989), cinta que por primera vez lo establece como un mito consolidado del cine mexicano. A partir de ahí, su presencia en un cine más ambicioso se hará  frecuente, aunque todavía en los años noventa se le verá en abundantes películas de corte comercial, muchos de ellos videohomes, para su distribución en el mercado hispano de Estados Unidos.

“Lo mejor de todas esas películas es que me quedé con muchos compañeros, pero la verdad es que ya me están dejando solo; ya se fue David Reynoso y así como él se han ido muchos más, sólo quedan Ignacio López Tarso, Joaquín Cordero, Silvia Pinal e Isela Vega, ya estamos solos”, dijo el actor hace unos meses al periódico Milenio.

Los títulos de sus películas son verdaderos ganchos a la curiosidad y al morbo: Atrapados en la coca (1989), Tijuana Jones (1991) o Cien kilos de oro verde (1998). Almada forma parte ineludiblemente de la cultura popular mexicana y sobre todo de la fronteriza emergida del narcotráfico, de los últimos 30 años de México.

Acredor de dos nominaciones al Ariel por “La viuda negra” y Chudo Guan: el tacos de oro (Arau, 1986), igualmente, ha participado en filmes taquilleros y bien apreciados por la crítica como “La misma Luna” (Patricia Riggen 2006) o “El Infierno” (Luis Estrada, 2010).

“El cine de hoy es diferente, es más moderno, más difícil; antes era un entretenimiento sin sexo, sí había violencia, claro que no se niega, pero era entretenimiento que metía hasta 13 mil gentes en las salas. Ahora el cine es caro y por eso los piratas se dan vuelo vendiendo películas de a 10 pesos, antes era más barato todo, ahora es muy difícil”, comparó el actor en aquella entrevista. Le deseamos muchos años más a Mario Almada.