“No”, la dictadura chilena y el cine como antídoto contra la desmemoria
Por Hugo Lara Chávez
Un apreciado amigo de origen chileno, Ariel Arnal, establecido en México a raíz del golpe militar, me platicó que un día después de su llegada como exiliado, aun siendo niño, su madre se asomó por la ventana de su casa en el barrio de Coyoacán y se llevó un gran susto: en la calle se hallaban vehículos militares y varios soldados amenazantes empuñando sus armas. Era como un déjà vu. Los dolorosos recuerdos de la asonada militar en Chile se le vinieron encima. Dio por hecho que se trataba de otro golpe de Estado (¡hasta los uniformes parecían idénticos!) y tomó los primeros pasos para maquinar un plan de fuga para su familia. Fue hasta que mi amigo y su hermana volvieron de la escuela que todo se aclaró: se trataba del rodaje de “Missing” (1982), la célebre película del griego Costa Gavras sobre el “pinochetazo”, que fue filmada en México.
Hace unos días tuve la ocasión de revisar nuevamente esta película que ganó la Palma de Oro en Cannes, y noté que sigue conservando su vigencia y su fuerza como un estupendo thriller político, con buenas dosis de suspenso e intriga, e incluso algunas escenas antológicas de gran carga simbólica (el caballo blanco desbocado por una avenida, perseguido por una patrulla militar). La disfruté de nuevo reconociendo varias locaciones de la capital mexicana, que simulan ser Santiago de Chile. Cierto que el filme opta por un ángulo externo al punto de vista local, pues trata el caso de un ciudadano estadounidense desaparecido, cuando fueron miles los chilenos asesinados y torturados.
Desde hace varios años, desde que la democracia se consolidó, el cine chileno se ha ocupado por tratar el tema de la dictadura de manera frontal, desde adentro, como “Amensia” (Gonzalo Justiniano, 1995) o “Machuca” (Andrés Wood, 2004). Entre este grupo, ocupa ya un sitio principal el tríptico fílmico de Pablo Larraín.
“No” (2012) es la más reciente película de Larraín, sobre el golpe de Estado en Chile y la dictadura del general Augusto Pinochet. Sus anteriores filmes, las estupendas “Tony Manero” (2008) y “Post Mortem” (2010) están situadas en diferentes momentos: la primera en 1979, en plena dictadura militar; la otra, justo en el período del golpe de Estado, en 1973. Por su parte, “No” se ubica en 1988, en la campaña del plebiscito popular que determinó la salida de Pinochet del gobierno chileno. Con estos tres filmes, Larraín se asoma así al inicio, a la parte intermedia y al final del cruel y tiránico régimen pinochetista.
Las tres son películas muy importantes para la cinematografía de aquel país sudamericano, pero también pueden ser apreciados positivamente por su calidad y su inteligencia por cualquier espectador.
En “Tony Manero”, Larrain hace el retrato de Raúl Peralta (Alfredo Castro, aquí de gran parecido a Al Pacino ), un hippie ya pasado de maduro y obsesionado con imitar a John Travolta y su personaje –precisamente Tony Manero— de “Saturday Night Fever” (1977), la legendaria película de la época “disco”. Esa obsesión le hace cometer cualquier tipo de actos, inclusive la traición o el asesinato, con tal de lograr su máximo objetivo: ganar un concurso de imitadores por televisión. Con su ritmo pausado, su estilo sobrio y sin rebuscamientos, “Tony Manero” resulta una metáfora descarnada sobre el proceso de deshumanización experimentado durante la dictadura pinochetista.
Por su parte, “Post Mortem” está centrado en un empleado de la morgue (otra vez Alfredo Castro) que asiste al médico forense encargado de practicarle la autopsia al presidente Salvador Allende, tras su muerte durante el golpe de Estado. El filme también cuestiona con dureza la indiferencia de una sociedad que pasó de largo frente a la represión y violencia, lo que sepultó tras de sí a varios de sus compatriotas.
Finalmente, “No” – ganadora del premio de la Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes de 2012— es la historia de René Saavedra (Gael García Bernal), el publicista encargado de diseñar la campaña televisiva en contra del dictador Augusto Pinochet, en el marco del histórico plebiscito popular en el que se decidió si se quedaba al frente del gobierno o se marchaba, en 1988.
“No” es un filme donde, como en los dos anteriores, tiene un enorme peso el personaje protagonista, que figura prácticamente en todas las escenas. Esta vez, se trata de un personaje luminoso en comparación con los otros dos interpretados por Castro, que se distinguen por sus claroscuros e incluso por un lado tenebroso. El personaje de García Bernal está más cerca del héroe que del antihéroe, dentro de la línea del cine político progresista del corte de “All the President Men” (Pakula, 1976). La tensión del relato se basa en la conspiración del poder para hacer fracasar a Saavedra y su equipo; la intimidación de la que son objeto incluso poniendo en riesgo sus vidas.
En el aspecto técnico, “No” es un filme realizado en el viejo formato de video Umatic, ya en desuso pero que en los ochenta era muy común en el medio de la televisión. Eso le da una textura muy especial, deslavada, que contribuye a conferirle verosimilitud a la reconstrucción de época.
“No” es una película notable que permite comprender el enfoque de una nueva generación respecto al trauma social que significa la dictadura chilena en esa sociedad, todavía hoy. Cierto que algunas voces chilenas cuestionan el planteamiento del filme, que en esencia le otorga un papel determinante a lo hecho a través de un segmento televisivo, ignorando otros factores y frentes. Aun así, el ejercicio de hablar de esos procesos dolorosos ayuda al desahogo y a la sanación.