En el cine, se ha visto algunas veces el vínculo genial que suele operar en una pareja, en un trío o en un grupo más numeroso, y en ocasiones resulta menos que imposible, a reserva del gusto o la deducción personal, saber con certeza cuál es el porcentaje de talento que cada miembro aporta. Este es el caso que nos ocupa. El nombre de Gilberto Martínez Solares no se puede desasociar del que es, con toda certeza,  el histrión más inventivo del cine mexicano, me refiero a Germán Valdés Tin Tan.




Martínez Solares fue uno de los directores claves de la época de oro y uno de los más prolíficos y exitosos especialmente en el terreno de la comedia. Nacido en la Ciudad de México en 1906 y fallecido en el mismo lugar en 1997, su infancia transcurrió entre la capital y Guanajuato, a donde su familia había huido por causa de la revolución. De vuelta en la ciudad, cursó estudios de leyes y luego estableció en 1929 un estudio fotográfico junto con Gabriel Figueroa. Más tarde viajó a Hollywood donde se relacionó con Alex Phillips y Antonio Moreno, a la sazón otros futuros directores de nuestra cinematografía. De regreso en México, luego de una estancia en París, debutó al lado de su hermano Raúl como director de fotografía en Rosario (Miguel Zacarías, 1935) y continuó participando bajo ese rol en otras producciones más. Como director se inició con El señor alcalde (1938) y con sus películas siguientes adquirió la pericia necesaria que explotaría con la desmesura histriónica de Tin Tan, con quien comenzó una brillante relación a partir de la divertidísima Calabacitas tiernas (1948), primera de una treintena de cintas que harían juntos.


Junto a ellos, debe añadirse a Juan García El Peralvillo, actor y estupendo dialoguista cuya aportación fue más que relevante en varias ocasiones, como sucedió en El rey del barrio (1949), una de las mejores comedias de todo el cine mexicano, donde se muestra a fondo el estilo frenético y alucinante de Tin Tan, que contagiaba al elenco que lo acompañó otras veces, como el enano Tun Tun, la inolvidable Vitola o su carnal Marcelo. Bajo la lógica elemental, legítima y honesta, de la diversión per se, este mismo grupo alumbró unas muy buenas películas, como La marca del zorrillo (1950), El revoltoso (1951) o Lo que le pasó a Sansón (1955).


Martínez Solares tuvo una larga trayectoria, sumando más de 150 películas en total, pero como ocurrió con otros directores de su época, su declive empezó demasiado pronto, o quizá no tanto, pensemos que lo suficiente para haber contribuido, con sus mejores películas, en algo que siempre se le agradecerá: hacernos reír.


(Del libro Una ciudad inventada por el cine, Hugo Lara Chávez, Cineteca Nacional, México, 2006)