Por Leticia Carrillo


Una caja de clips agitándose es una víbora de cascabel; un par de hules
de bombas para baño golpeadas rítmicamente sobre una caja llena de
arena, las patas de un caballo, mientras que una oxidada batidora
funcionando, es una vieja bicicleta en movimiento. Sí, esto es verdad
dentro del universo de los sonidos incidentales del cine.


Sin embargo, el gradual reemplazo de la tecnología analógica por la
digital ha desplazado la elaboración de estos efectos de las
tradicionales salas de doblaje a las modernas THX, y sustituido al
efectista, que se valía de objetos que parecían sacados de basureros,
por computadoras para crear esos ruidos -como se conocen comúnmente-.


A pesar de esto, el operador de la Sala de Doblaje de los Estudios
Churubusco, Lauro Galindo, aún conserva algunos instrumentos de trabajo
de su compañero Gonzalo Gavira, ganador del Óscar en 1974 por su
trabajo en la cinta El Exorcista y quien cumple el próximo 13 de enero,
cuatro años de haber fallecido.


Galindo dice que: “Gonzalo Gavira se especializó en hacer efectos
incidentales, se hizo experto porque tenía una memoria tremenda. La
tecnología actual te permite hacer de ruido en ruido, uno por uno si
quieres pero en ese tiempo no podías decir: ‘¡Ay! Ya me equivoque,
paren’ porque no se podía detener el equipo para repetir el sonido,
entonces él hacía diez minutos corriditos [grabando los efectos de cada
rollo de la película]”.


El operador de la sala de doblaje explica que un filme con duración de
90 minutos esta compuesto por 9 rollos de película de 10 minutos cada
uno y lo primero que pedía Gonzalo Gavira era ver la película para
hacerse una idea de lo que necesitaría para crear los sonidos de la
cinta.


Enseguida, veía tres o cuatro veces una copia de trabajo del rollo
número 1, preparaba en una mesa todas las cosas que iba a necesitar
para ese fragmento: cucharitas, platos, vasos, puerta, un teléfono,
llaves por si iba a abrir una puerta y cuando ya estaba listo para la
grabación, pedía cámara, lo que quería decir que él y sus ayudantes
estaban listos para grabar. Entonces, el operador de la sala de doblaje
junto con el proyeccionista de la película, corrían simultáneamente el
rollo negativo con la imagen y el material nuevo para grabar los
sonidos incidentales.


“El señor Gavira se ponía listo, ¡que vienen pasos, y hacía pasos!,
¡que hay una secuencia en que la chica viene de la calle con
zapatillas, entonces tronaba las zapatillas en una losa de cemento!
sacaba las llaves de la bolsa de mano de la muchacha. (Gavira) Traía
una bolsa de mano y hacía el ruidito pero todo corriendo en tiempo
real”.


“Él tenía que estar muy atento para todo, sabía lo que venía,
memorizaba la película: ‘¡y ahora viene la tacita! y ¡órale, qué siguen
los cigarros, los sacaba, hacía el ruidito de la cajetilla, del cerillo
y prendía el cigarro!’” refiere emocionado el trabajador de los
Estudios Churubusco y agrega que el proceso se repetía con cada rollo
del filme.


Lauro Galindo asegura que Gonzalo Gavira “inventó ruidos”, al referirse
a las sorprendentes técnicas usadas por el efectista para potenciar el
impacto de una imagen a través del oído. Por ejemplo, relata que para
recrear el sonido de un barco estallando en alta mar, Gavira ponía un
pedacito de pólvora, alcohol y otros materiales que explotaban y
enseguida les soplaba con la boca.


El operador de la sala de doblaje cuenta que Gonzalo Gavira iba a
conseguir su materiales de trabajo a los puestos de fierros viejos y
ocupaba de todo lo que encontraba a su paso para contar su particular
película a través de ruidos.


El también ganador del Ariel de Plata en 1975 por su trayectoria en el
séptimo arte, empezó su carrera artística como ambientador sonoro de
radionovelas [XEW], después lo invitaron al participar en el cine y
“vio que era muy fácil para él” por su experiencia previa en la radio
que consideraba, “requería de más imaginación”, según Galindo.


Gavira participó en más de un centenar de filmes mexicanos y
extranjeros entre los que destacan El bueno, el malo y el feo (1966),
de Sergio Leone; La mansión de la locura (1973), de Juan López
Moctezuma; Canoa (1976), de Felipe Cazals; De la calle (2001), de
Gerardo Tort; Nazarín (1959), de Luis Buñuel; Macario (1960), de
Roberto Gavaldón, y La montaña sagrada, de Alejandro Jodorowsky (1973),
quien fue quién lo presentó con el director de El exorcista, William
Friedkin.


“Los efectistas gringos no le satisfacían al director de la película,
él quería que las imágenes impactarán, como cuando la niña gira la
cabeza y para lograrlo, quería ruidos, efectos incidentales
impresionantes, por eso trabajó con Gonzalo Gavira” finaliza su amigo
Lauro Galindo.