Por Pedro Paunero
Después de que su novio la abandonara tras confesarle que está embarazada, Maggie (Misty Rowe) huye de casa, con dirección a Los Ángeles, portando un ligero vestido veraniego con una minifalda que no deja nada a la imaginación. Como en toda historia manida, se encontrará con todo tipo de sujetos que lejos de ayudarla, sólo querrán acostarse con ella. El síndrome de ignorar las advertencias que seres aviesos como el zorro y el gato, de Pinocho, nos enseñan, permea la trama.
Rodada con un pésimo sonido, el metraje de “The Hitchhikers” (Ferd y Beverly Sebastian, 1972), se rellena con una maravillosa banda sonora que incluye temas musicales interpretados por Danny Cohen, cuyas letras se corresponden con la acción en pantalla -cumpliendo, así, con una de las premisas principales del subgénero de las Road Movies-, y por momentos con diálogos en Off, fuera de escena, denotando no sólo su bajo presupuesto, sino su torpe edición.
Misty Rowe, actriz que cobraría fama por formar parte del elenco de las “Hee Haw Honeys”, dentro de un popular, como bobísimo, programa de T. V. setentero, aparece aquí en su primer papel, en el que se nos muestra en todo su potencial erótico, sensual y exhibicionista, pero recubierta de una dulce ingenuidad que termina, en contraste, por hacer de Maggie un personaje decidido en cada escena. Su interpretación recuerda, en algunos momentos, a Justine, la cándida heroína del Marqués de Sade y, en otros, a una de las contadas antiheroínas de la picaresca española en versión Cine Trash que, con todo y su colección de escenas gratuitas, uno no puede dejar de ver, por lo que tiene de documento involuntario de época, y de un tipo de cine -el destinado a los autocinemas-, que daba material irrisorio como este.
Ferd Sebastian conoció a Beverly Cawthorne, su futura esposa y cómplice en sus quehaceres cinematográficos, mientras patinaban en una pista de hielo en Houston, Texas. Él tenía por entonces diecinueve años, ella dieciocho. Se dedicaron a hacer comerciales de televisión, con cuyas pagas reunieron la cantidad de $7,500 y rodaron un primer exploitation, “I Need a Man”, en 1967. Después de ser estafados por la casa productora que los acogiera -el material original se perdió o lo hicieron perdedizo-, fueron descubiertos por David F. Freidman (1), uno de los pioneros de las rentables (e ingenuas) Nudie Cuties, cintas rodadas en colonias nudistas que antecedieron al porno propiamente dicho (2). Freidman se asociaría con otro precursor, Herschell Gordon Lewis, el “padrino del gore”, cuya filmografía de nulo encanto, abrió la posibilidad al Splatter y el Slasher, subgéneros que, innegablemente, también se enmarcan en el Teensploitation.
La colaboración entre ambos daría como resultado la inicial “Living Venus” (1961), que se aprovechaba de una parte de la biografía de Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy, para contar una historia que tenía como lejano antecedente el mito de Pigmalión y Galatea, en la cual un editor caído en desgracia encuentra un raro parecido entre la Venus de Milo y la camarera que lo atiende en un bar. Le seguirían “Daughter of the Sun” (1962) y “Goldilocks and the Three Bares” (1963), vendida como el “primer musical nudista” de la historia, hasta decantarse, una vez que la decadencia de las Nudie Cuties los alcanzara, por la violencia gráfica de “Blood Feast” (1963), la primera película gore, y las aún más infames “Two Thousand Maniacs!” (1964) y “Color Me Blood Red” (1965).
Freidman no se quedaría sólo con eso, por si fuera poco, al convertirse en padre del Nazisxploitation, con la legendaria “Ilsa, la loba de las SS” (Ilsa, She Wolf of the SS, 1975), que firmara como Herman Traeger, para evitar ser relacionado con tan innoble producción. En cuanto a los Sebastian, Friedman fue el responsable, realmente, de lanzarlos a lo grande, con “Red, White and Blue” (1971), un documental sobre la Comisión sobre pornografía y obscenidad del presidente Nixon, que echaba mano del material prohibido de “Soy curiosa (Amarillo)” (Jag är nyfiken – en film i gult, Vilgot Sjöman, 1967), uno de los filmes pioneros que desataran un intenso debate sobre la “obscenidad”, convertido en materia pop, y que hoy parece inocuo, así como de la danesa “Días tranquilos en Clichy” (Stille dage i Clichy, Jens Jørgen Thorsen, 1970), adaptación de la novela semi autobiográfica de Henry Miller, que también pasó por el tamiz de la censura.
Con “The Hitchhikers”, los Sebastian lograrían crear su propia casa productora, Sebastian International Pictures que, para 1973, estrenaría la exitosa “‘Gator Bait’”, explotando la película de culto del año anterior, “Amarga Pesadilla” (Deliverance) (3), del director de la masculinidad, John Boorman. “’Gaitor Bait’” nos narra la típica historia del “salvaje” (denominados peyorativamente como rednecks o hillbillies) blanco -en este caso, la de la cazadora Desiree Thibodeau, interpretada por la playmate Claudia Jennings-, que vive en un pantano y es rechazado por la sociedad aledaña, más civilizada y, por ende, más prejuiciosa, tema que ya había tenido un tratamiento anterior con “Swamp Girl” (Don Davis, 1971) que, al mismo tiempo, reafirmaba la denuncia social con una subtrama de esclavismo moderno, hasta la reciente y epifánica “La chica salvaje” (Where The Crawdads Sing, Olivia Newton, 2022), que aúna a su inverosímil narrativa -es, de hecho, una adaptación de la novela de Delia Owens-, una belleza escapista y romántica.
Del matrimonio Sebastian, tan autores por derecho propio como una Doris Wishman (4) en los terrenos del cine de explotación, se ha escrito poco en inglés, y nada en español. Ambos estaban convencidos de que tenían la obligación de rodar filmes fáciles, rápidos y comerciales, que podría entender un tipo amplio de espectador que, en sus propias palabras, iba de ser un ciudadano educado cualquiera, a un idiota sin escuela.
Al principio, Maggie deambula por las carreteras, sin suerte, hasta que, en una escena muy extraña, descubre a una chica que, brotando de detrás de unos matorrales, la confronta, alegando que esa zona de la carretera le pertenece. Maggie está hambrienta, por lo que la otra le vende un pedazo de pan a un precio exorbitante, que nuestra heroína está dispuesta a pagar, reafirmando la nula capacidad intelectual que posee, y que ha sido la responsable de echarla a andar por esos polvorientos caminos de dios y del señor dólar. Cuando un auto se detiene y levanta a la otra muchacha, que se aleja burlona, Maggie se queda sola, una vez más, en plena carretera, sin dinero y sin pertenencias, pues la desconocida le ha robado en despoblado (nunca mejor dicho). Después, un conductor que, más que apiadarse por ella, lo ha hecho tras mirarle las piernas, la invita a cenar hamburguesas con papas fritas para, en seguida, proponer darle dinero a cambio de sexo.
Fingiendo que va al baño, Maggie sale del café, intenta recoger sus cosas que ha dejado en el vehículo, y huir a toda prisa, pero el chofer (uno de los pocos personajes que demuestran no ser un tarado redomado), no se cree el engaño, por lo cual la alcanza, la empuja a la parte trasera, y la viola. Posteriormente, como si nada le hubiera pasado -milagrosamente, el vestido que le ha desgarrado el cerdo violador, se ha recompuesto-, la vemos comiendo fruta y bebiendo leche sin pagar, en un Mall, pero es descubierta por uno de los empleados. Cuando escapa, pateando la entrepierna del empleado que ni la debía ni la temía, la recoge un chofer que ha aprovechado que la persiguen para robar, a la vez, en la tienda. El chofer, que responde al nombre de Benson (Norman Klar), la lleva a su comuna (proverbialmente llamada “Benson Body Shop”), donde la presenta con su “familia” -cualquier similitud con la “Familia Manson” no es coincidencia, máxime el juego de palabras/apellidos Manson-Benson-, compuesta por un harén de cuatro hermosas chicas hippies, cuyos miembros responden a los nombres de Karen (Tammy Gibbs), Brooke, Jenks y Diane (Linda Avery), con quienes vive en unión libre y con las cuales, apenas recién llegada, ya se verá envuelta en malentendidos.
Maggie descubre que Diane, una de las integrantes de la familia, es la desconocida que le robó tiempo antes, en la carretera, y no duda en trenzarse con ella en una pelea que las hace rodar por el suelo. Benson las separa, y advierte a las demás que la traten como a una integrante más, como a una verdadera “hermana”. Maggie se queja entonces de dolor en el bajo vientre, antes que una de las chicas se percate de que sangra en abundancia y les confiese de su embarazo. Todos, excepto Brooke, que se queda cuidándola, acuden a un hospital donde, a punta de pistola, secuestran a un médico que termina practicándole un aborto de emergencia, bajo condiciones insalubres, en el seno de la comuna. Después de la exitosa operación, a Benson no se le ocurre otra cosa que ordenar a sus muchachas que violen al médico, mientras este les toma una serie de fotos para chantajearlo, y que no despepite lo que le han obligado a hacer.
Aceptada por el resto -y a regañadientes, más bien, por Diane-, Maggie se entrega a lo que mejor sabe hacer la dichosa familia: robar conductores incautos, que se ofrecen a darles un aventón, en la carretera que va de Boulder City a Saratoga (como leerán, orgullosos, en la primera plana de un periódico, suponiéndose émulos de Bonnie y Clyde), a las sensuales integrantes de la familia, que siempre van en shorts de mezclilla, botas de cuero y blusas ombligueras, y cuyos trucos para detenerlos incluyen el mostrar letreros, haciéndose pasar por estudiantes en ruta, o el recostarse desnudas, atravesadas sobre la ardiente carretera.
Hay algún otro altercado entre Maggie y Diane -que casi la ahoga en un río, aunque luego se la descubra toda sonrisas detrás de las hierbas, inexplicablemente-, cuando se reconocen como rivales por el amor de Benson, y un asalto a un tipo caliente y maduro, que se ve acusado de intento de violación por parte de Brooke y Maggie, para que suelte la pasta, antes que este huya despavorido para evitar el escándalo de la gente de la calle, como uno de los pocos picos emotivos de la historia, antes que la endeble trama comience a diluirse. La cámara de los Sebastian se regodea en el cuerpo semidesnudo de Misty, mientras baila que te baila, en un contrapicado hiper sensualista y gozoso, que logra transmitir lo divertido que el elenco se la pasara, rodando este producto desechable. Benson y las fieles Maggie y Brooke, después que las otras chicas se largaran tras saquearles sus pertenencias, adquieren un autobús escolar y se meten en él (con todo y perro) y se lanzan en pos de más aventuras.
“The Hitchhikers” apenas contiene algún mensaje, a diferencia de, por ejemplo, la descarada “Diary of a Teenage Hithchhiker” (1979), que cierra la década en una típica exploitation que busca el sensacionalismo del tema que, supuestamente, denuncia, y que dirigiera Ted Post -responsable del bodrio “Beneath the Planet of the Apes” (1970) y de “Magnum .44: Harry el sucio II” (Calahan, Magnum Force, 1973), segunda película con Clint Eastwood/Harry “el sucio”-, que denunciaba los peligros de hacer autostop, y de toda una letanía de títulos rodados por los mismos años, en los cuales un ejército de jovencitas se aventuraba a viajar “a dedo”, por las carreteras estadounidenses, cinta que hace mancuerna con títulos más carnales como “Schoolgirl Hithchikers” (Jeunes filles impudiques, 1973), del maestro del vampírico kitsch, Jean Rollin (5), y “Teenage Hitchhiker” (Jerome S. Kaufmann, 1974), como muestras de todo un subgénero que se podría denominar como el “Teenhitchsploitation”.
No tiene importancia. Lo que realmente interesa es descubrir el entusiasmo que el matrimonio Sebastian imprimió en cada una de sus realizaciones. Más sinceros que muchos cineastas “serios”, la pareja sólo buscó la captura del momento, del concepto inglés de “Joyride”, que tanto implica un deseo de libertad como de auto destrucción en un viaje por carretera, esencialmente juvenil, con el cual capturaron no sólo los detalles de una época, en apariencia despreocupada, pero en el fondo marcada por la decepción, y un estorboso peso existencial, sino de su propia búsqueda horaciana, concretada a través de la célebre frase “Carpe diem quam minimum credula postero”. ¡Salve!
Para saber más:
- Unsung Auteurs: Beverly & Ferd Sebastian by Erin Free.
https://www.filmink.com.au/unsung-auteurs-beverly-ferd-sebastian
- Las distintas edades del «Cine Sexploitation» por Pedro Paunero.
- Blanco, negro y mugriento. Las películas perdidas (y restauradas) por Nicolas Winding Refn (III) por Pedro Paunero.
- Doris Wishman: Catexis reiterativa y política del cuerpo por Pedro Paunero.
- Trece películas para la Noche de Brujas 2018: Sangre y erotismo. El cine de Jean Rollin por Pedro Paunero.
https://www.correcamara.com.mx/trece-peliculas-para-la-noche-de-brujas-2018-sangre-y-erotismo-2