Con una selección diversa en cuanto a géneros y directores, Ulises Pérez Mancilla nos entrega la lista de sus 15 películas favoritas
de 2011, para completar la opinión de los demás amigos y colaboradores
de CorreCamara.com que presentamos ayer.
Por Ulises Pérez Mancilla
Melancolía de Lars Von Trier
Desazón bajo la certeza del fin del mundo como limpieza espiritual ante el hartazgo de una sociedad deprimida, regida por un laberinto de protocolos morales (e ideales de felicidad) en desuso. Un auténtico óleo de melancolía en interacción con otras Bellas Artes (literatura, pintura, música y cinematografía en armonía apabullante). Sobresale Kirsten Dunst como la novia más desdichada del universo en un atroz y filosófico cuento de ciencia ficción implosiva.
Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán
Un documental con el contenido suficiente para impactar directamente en el vientre. De lo metafísico a lo humanista, el autor toma la astronomía como metáfora para explicar los crímenes de la dictadura chilena, utilizando la memoria fílmica como herramienta para motivar el perdón como motor de vida. Hurga sobre la inexistencia del presente y profundiza en la importancia social del pasado para la preservación de la vida (Somos pasado).
El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo
En resonancia con el filme de Guzmán, Tatiana Huezo también vuelve a su patria (El Salvador) para crear un ensamble emocionalmente apabullante sobre las heridas de una herencia colectiva tan dolorosa como necesaria en tiempos en que la indiferencia se ha apoderado del mundo. La cotidianeidad y el paso del tiempo se imponen como método de sanación y la subversión social emerge como los mejores poemas épicos. Un trabajo redentor/inspirador.
El chico de la bicicleta, de Jean-Pierre y Luc Dardenne
Este año los Dardenne consolidan su obsesión en torno a los sentimientos obsesivos, alocados/desbocados cual caballo salvaje, plasmados en sus ya tradicionales movimientos de cámara ansiosos, transgresores de un orden narrativo angustiosamente imperfecto. El impulsivo, reiterativo y terco sentimiento de joder a quien se ama o lo que nos hace bien, le da la estafeta a la neurosis infantil de un niño que se niega a entender por qué a quien ama no lo ama. Los Dardenne enriquecen su historia a través de juicios sociales duros, injustos pero funcionales en el mundo actual.
El premio, de Paula Marcovitch
Otra vuelta al pasado, a otra dictadura latinoamericana, a otro recuerdo personal que se transforma en sentimientos de honestidad furiosa, plasmados en la pérdida de la inocencia de una niña que como el niño de la bicicleta, está por descubrir la complejidad del ser humano. A pesar de una cámara y un diseño de producción (ambos, trabajos ganadores del Oso de Berlín) que pelean por hacer sobresalir la estética del filme por encima de la historia, el oficio como guionista de Paula asienta los esfuerzos y los suma para darle personalidad y emotividad a una historia potente, de antológico desolador final.
The Beaver, de Jodie Foster
Hermosa radiografía sobre la depresión clínica y sincera apuesta sobre la fortaleza familiar como tronco social. Jodie Foster arriesga con un actor reprobado socialmente (Mel Gibson soberbio y correspondiente a las ordenes de su amiga) pero también con una premisa ridícula: un hombre enfrenta su depresión a través de un títere colocado en la mano: la imagen de un castor bonachón que poco a poco se apodera de su menospreciado alter ego. El gran acierto de la película es que no hay un segundo en que la directora no se haya tomado el absurdo en serio.
Malas enseñanzas, de Jake Kasdan
Una comedia norteamericana guarra a más no poder, aparentemente convencional pero con muchas virtudes narrativas (entre ellas, la de crear escenas memorables como aquella en que Justin Timberlake tiene sexo por encima del pantalón). De entrada es harto divertida/disfrutable sin ceñirse a los estándares de la industria por la industria. Cameron Díaz brilla como una maestra antítesis de la enseñanza que ha visto en la docencia la oportunidad de agrandarse las tetas. De estricto oficio, posee un discurso transgresor que no se traiciona a pesar de imponer una valiosa lección moral: quiérete como eres y acepta a los demás por lo que son.
La piel que habito, de Pedro Almodóvar
Almodóvar emana Almodóvar en la adaptación cinematográfica de una novela impersonal que se apropia a fin de refinar su pasión y gusto por lo excesivo, más allá de la forma. Su retorcida visión del amor (más por los recovecos que por un juicio temprano a sus impulsos transgenéricos) es consolidada en esta historia de amor disfrazada de venganza, que deviene en homenaje a su propia obra y a su pasión por el amor y el respeto a la esencia de uno mismo a pesar de encontrarse en un cuerpo ajeno.
Las razones del corazón, de Arturo Ripstein
Una cámara vital, explosiva y rebosante al riguroso servicio de una fábula negra de opresión emocional. Del corazón desgarrado al absurdo enfático de la sin razón, la adaptación libre de Paz Alicia Garciadiego de Madame Bovary encuentra su mejor cause en la atmósfera asfixiante de Arturo Ripstein, analista nato de la vileza humana en su obra. Emociona la fortaleza autoral de la pareja creadora en torno a un universo sólido de crueldad, desolación y tragedia que se respira a tal grado a través de la pantalla, que las críticas contrarias a esta obra se sustentan principalmente en la incomodidad que éste genera.
Extraterrestre, de Nacho Vigalondo
Cinematográficamente emocionante. Se trata de una mezcla de géneros por tradición excesivos (ciencia ficción con comedia romántica) para elaborar un sencillo análisis sobre el comportamiento humano y su relación con los otros, tomando como base una inspiradora producción austera y teniendo como protagonistas a un trío de españoles confundidos en torno al amor de una mujer, también confundida sobre sus maleables sentimientos.
Los Muppets, de James Bobin
Tratándose de un trabajo por encargo, para un director proveniente de la televisión, sobre una franquicia que Disney quiere reposicionar en el mercado puede que ocupe un lugar injusto en esta lista; sin embargo, más allá de la nostalgia generacional, se trata de una película emblemática (cuya autoría habría que recaer en el guionista y actor protagónico Jason Segel y su necesidad/terquedad por inmortalizar el agradecimiento del público en una historia donde el público mismo es elevado al grado de protagonista de su propio sueño; así como a la propia magia de los personajes ícono de Jim Henson, construidos a fuerza de solidez inquebrantable en el pasado. La magia va más allá del despliegue técnico-artesanal: como en “La piel que habito”, la esencia de uno mismo se sobrepone a todo, incluso al tiempo.
Kinodontas, de Giorgos Lanthimos
Lanthinos escribe junto con Efthymis Filippou un guión perfecto que construye un mundo asfixiante con sus propias reglas semióticas, sociales y emocionales, alrededor de una familia a la que el padre no le ha permitido contacto con el mundo exterior (una especie de “El castillo de la pureza”) y que él mismo vendrá a poner en jaque cuando comienza la rutina de llevar a una mujer para que el hijo tenga relaciones sexuales con ella. Desconcertante e inquietante, no sólo por la rudeza con que se desarrolla la trama, sino por su propuesta audiovisual, su atmósfera humillante y su confección de seres dolientemente complejos.
Medianoche en París, de Woody Allen
El Woody Allen de siempre, pero ni tanto. Reciclándose un poco a sí mismo enfoca su neurosis hacia un mundo de literatura y arte fundamentado en el pasado, para cuestionarse el dilema que por obvio no deja de tener importancia: ¿todo tiempo pasado fue mejor? La envoltura es de comedia romántica con un París de ensueño como telón de fondo, con simpática pasarela de personajes de la historia incluido; pero su malicia condena rápidamente y sin concesión al público: ¿es la añoranza una evasión? ¿una manera de anularse así mismo?
El fin, de Miguel Gómez
En frontal y explosivo opuesto con “Melancolía”, desde Costa Rica emerge otra visión sobre el fin del mundo “off Hollywood” que a pesar de cargar también con la cruz de la pesadumbre e indiferencia como virus social, identidad y aprovechamiento de (escasos) recursos de por medio, se empeña inteligente, perspicaz e ingenua en pincelar color y amor a las últimas horas de vida de sus muy entrañables personajes. Cine a la vieja usanza, del que orgánicamente roba sonrisas y arrebata lágrimas.
Blue Valentine, de Derek Cianfrance
Imponente. Una historia en continuidad con el desgarre emocional y la tristeza humana como indiscutible y proliferante modo de vida. Dolorosa como todo fin, recupera los momentos de felicidad efímera en una relación de pareja y enfatiza groseramente sobre la gestación del desgaste amoroso, incauto, azaroso, casi creado y fomentado por la incapacidad cultural de saber decir adiós, acaso por no saber dar un no a tiempo. Ryan Gosling y Michelle Williams estremecen hasta el llanto.
Sobre las 5 peores, me reservo.
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