* Es uno de los cinco proyectos ganadores del Décimo Concurso Nacional de Cortometraje
Por Ulises Pérez Mancilla
Durante el mes de
octubre se produjeron al hilo los cinco cortometrajes de ficción ganadores del
Décimo Concurso Nacional de Cortometraje que año con año convoca el IMCINE como
parte de su distribución de recursos federales en beneficio del cine nacional.
En esta ocasión los elegidos fueron: Sitios prestados al aire de Maider Ortega, Borreguito de
Antonio Isordia, El pescador de Samantha Pineda, Juan y la borrega de Xavier
Velasco y Vendaval de Jesús Torres Torres.
Independientemente de
su trayectoria como diseñador de producción, director de arte y foto fijas, Torres
Torres recibe ahora su segunda oportunidad para dirigir un guión suyo, siendo
su antecedente inmediato En la luz del sol brillante, que le valió una
participación destacada en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2008, en
el Torino GLBT Film Festival 2009, el Festival Internacional de Cortometrajes
de Sao Paulo y el Takes Film Festival de Nueva Zelanda 2010, entre otros.
La historia del nuevo corto
de Jesús Torres Torres es simple empero abrumadora: Mariana, regida por una
moral estricta y a su vez, motivada por la dicha que le representa deshacerse
de ella, decide ir a buscar a Antonio en una noche lluviosa en la que apuesta a
perderlo todo: incluso al hombre que ama. En calidad de testigo de primera
mano, a través de mi oficio como continuista, he aquí una crónica de rodaje de
lo que aconteció los cuatro días que duró la concepción de Vendaval, a la
distancia, un corto altamente deseado y bien querido.
Primer
día: Un héroe entre nosotros
Un arranque lento como suelen ser los primeros días de
rodaje, en esta ocasión para hacer la famosa noche americana. Fuera de eso, se
trata de un inicio sin contratiempos gracias a que tenemos un héroe entre
nosotros. Anoche, Ernesto Martínez, el productor ejecutivo fue asaltado a mano
armada. Los ladrones querían que se bajara del auto pero no lo hizo. Erróneamente
los retó. En la cajuela traía no sólo el vestuario de los personajes, sino todo
el material Kodak con que filmaríamos el corto. Los maleantes comenzaron a
ponerse nerviosos, trastabillaron, maldijeron y soltaron un balazo.
Al fin familiarizado con el cine, Ernesto pensó que el
arma era de salva (después de todo las ráfagas no le hacían nada, dice) y
comenzó a perseguirlos con el coche por algunas cuadras, intimidándolos, antes de entregarlos a la patrulla más
cercana. A unas horas de empezar su llamado, Ernesto se estaba convirtiendo en
eso que la nota roja llama un “héroe ciudadano” (incluida esa pieza surrealista
y desgastante que consiste en remitirse al ministerio público a levantar el
acta correspondiente).
Estamos sobre la avenida Álvaro Obregón, en la colonia
Roma, desayunando en pleno camellón, muy cerca de Casa Lamm. Ernesto acapara la
atención con su aventura justiciera, mientras el asistente de dirección hurga
en la sección de espectáculos de El Universal cuya portada de hoy es el estreno
de Año Bisiesto, otra de la que todos hablan. Jerónimo Rodríguez, el fotógrafo
comienza a poner sus luces. Pasarán horas antes de que hagamos la primera toma.
Para entonces, Carlos Carrera, ocasional transeúnte y vecino habría pasado ya
al menos dos veces.
Se acerca la actriz, Luciana Silveyra, de extracción
teatral, maestra de actuación en Casazul. Luce guapísima, con una figura
poderosa que recuerda a las divas del cine que el director desea homenajear con
este corto. Disciplinada, simpática, dispuesta. Antes del primer claquetazo,
escuchamos el ya tradicional discurso inicial de Julio Quezada, evocando al
imprescindible maestro del melodrama, Douglas Sirk. La escena de Silveyra con
la no menos agradable Klaudia Aragón es puro buen augurio.
En un santiamén ya es hora de comer. Afuera, algunas
visitas: la también directora de arte Alisarine Ducolom y el actor Harold Torres recién
regresando de una puesta en escena en París, harto interesado en intercambiar
opiniones sobre el teatro mexicano actual con nuestro foto fijas de lujo: Julián
Hernández. Hernández le habla del extraordinario registro de Carlos Bonavides
en La güera Rodríguez, pero Torres está más interesado en saber qué tal están
los textos de Incendios, la obra de la temporada. Mary Paz Robles “La negra” y
Laura García de la Mora, maquillista y vestuarista respectivamente, se saltan
la sobremesa y se escabullen directo a una tienda de segunda mano a chacharear.
Muy pronto, comienza la búsqueda intensiva del crew por un café de verdad entre
los negocios aledaños.
Hasta entonces el “Capu”, nuestro gaffer, ha seguido
iluminando el pasillo que conduce al departamento de Antonio, interpretado por
Alan Ciangherotti, que ha arribado al camper con un par de asistentes jóvenes
que homenajean a Beavis and Butthead: “yo le asisto a él, él me asiste a mí y
entre los dos le asistimos al señor Ciangherotti”, así se presentó uno de ellos,
que no dejaba de preguntar a los miembros del crew cuál era su función en el
corto. La mayor complicación del día resultó la colindancia del set con un
gimnasio pues, a la hora de preservar la belleza, el spinning no espera.
Momentos de tensión para nuestro gerente de locaciones, Álvaro Hernández que
presionado por el asistente de dirección, tuvo que negociar (sin mucho éxito)
la férrea postura de la clase: “no hay spinning sin gritos, mucho menos sin
Madonna y Lady Gaga”.
Armando Narvaéz se las arregla para tener el sonido lo más
limpio posible y continúan las escenas, pues a pesar de terminar el día con
acciones emocionalmente opuestas para los actores, la seguridad y la precisión
del director encaminaron a todo el equipo por buena vereda. Jesús, altamente
detallista, se encargó de llegar al set con las mejores herramientas para
transmitir su narrativa. Un shooting completo de pies a cabeza, estudiado y
abstraído, siempre es valorado por todos aun en el entendido de que es
modificable, especialmente en días en que el quehacer cinematográfico ha abierto
sus puertas a militantes flojos y fodongos que disfrazan de improvisación y
experimentación su desidia. Esta vez, el diseño de las plantillas corrió a
cargo del ponderado y talentoso segundo asistente, Jonathan Hernández, que amén
de entenderse perfecto con el director durante la semana de preparación, este día
trae puesto su jersey de la suerte, que con los años, está dejando de ser un
amuleto personal para convertirse en un rito colectivo.
La noche cae y con ella los números: cuatro secuencias
de trece, once emplazamientos, una página tres octavos, 23 minutos de pietaje,
cuatro minutos de tiempo efectivo pero lo más importante, un par de latas de
35mm camino a New Art Lab.
Día
dos: Fragmentación
Hay un tráfico abominable. El causante: el cierre de
Reforma por la Olimpiada del Bicentenario. Caos total. Contaminación de claxon’s
igual a ruidero infinito. Mucha gente llega tarde, incluido el plantero que a
punto está de atrasar el proceso de maquillaje de Luciana, no obstante, Reyes
González, joven y veterano staff, de la casta de don Jesús Moroco, en esta
ocasión debutando como avispado asistente de producción del equipo Mil Nubes
Cine resolvió todo sin mayor escándalo y en menos de lo que canta un gallo había
luz en el camper. Lo dicho, un auténtico crew de superhéroes.
De vuelta a desayunar en Álvaro Obregón donde ya se
encuentra Edgar San Juan, productor en línea de los cinco cortometrajes, designado
este año por IMCINE tras su exitoso año con Norteado. Hoy toca la escena erótica
por la que la directora de casting, Viridiana Olvera, sufrió tanto con las
actrices, ¡y eso que ni siquiera implicaba un desnudo!, una vez más hay harto
tiempo de espera. Toda la acción de hoy se concentra en la recámara de Antonio y
el fotógrafo plantea su iluminación base. Se trata de la escena más fragmentada
del corto y a su vez, la de mayor continuidad emotiva.
Jesús, inquieto y acostumbrado a entrar y salir del set
dado su oficio como fotógrafo de fijas, va de un lado a otro apenas da
indicaciones. Jero, como es su costumbre, callado, medido, amable, comienza a
mover sus fierros para darle matiz a la noche. Julio observa paciente con las
manos detrás de la cintura, sobre su típica playera de películas pasadas. Julián
toma fotos y se acerca con jiribilla a hacer un comentario en corto a David
Castañón, el segundo asistente de cámara, tímido cuequero cuyo pecado lo lleva
en la sonrisa, de esas miradas que lo dicen todo sin abrir la boca.
Los sets pequeños son difíciles para todos. Más calor,
menos movilidad, en ocasiones más tensión, pero aquí las cosas siguen fluyendo.
El director vierte pasión en sus indicaciones. El encargado de la steadycam lo
mira, postrado cual soldado en el resquicio de la puerta hasta que no se ejecuta
el plano circular con dicho aparato, operado por el propio Jero Rod. Cortes de
piernas, torsos, manos, labios, pelvis: sensualidad construida plano por plano
con la buena disposición de los actores que comprendieron perfecto que a veces
el cine también es técnica. Parafraseando el maestro Arturo Ripstein: no hay
intención en dar tres pasos, llegar a una marca y girar a la derecha. Así de
claras son las indicaciones.
Hora de comer: Y hoy, la invitada especial en la mesa de
Roberto Fiesco, nuestro querido y omnipresente productor simbólico, es Jacqueline
Ducolumb, mamá de Alisarine, otrora actriz de Jodorowsky y emblemática
arrendataria de su casa como locación a unas cuadras de ahí, donde hace cinco años
la mayor parte de este equipo filmábamos la ópera prima del CUEC La vida
inmune. Su presencia trajo consigo recuerdos altamente gratos, pero también,
una hermosa conciencia de los pasos que hemos caminado (a veces solos, a veces
juntos) para llegar a este momento, en que los rodajes son menos caos y más celebración,
especialmente porque con mayor frecuencia uno domina su oficio y se desgasta
menos, de manera que los días de llamado suman tiempo oro jamás echado en saco
roto.
Los días de
una sola locación, único maquillaje, único vestuario, etc. Pueden ser altamente
aburridos para quienes laboran fuera del set, horas y horas que se prestan para
picarse la panza, los ojos o de plano fortalecer vínculos de compañerismo y
amistad. Las actividades van desde llamar por teléfono a los amigos ausentes (como
nuestro utilero querido, Alfredo Martínez) hasta de plano parlar y parlar y
parlar la vida como ocurre con las ya inseparables Laura García y La Negra,
cuya mejor anécdota de su comadreo en set, la rememora Carmelita Salinas en el
rodaje de Martín al amanecer, que en esa ocasión fue tanto el cuchicheo que la
sacaron de concentración y de plano fue a decirles, con su inigualable estilo: “¿sí
las molesto con su plática?”… Un clásico de los entretelones del cine nacional.
Día
tres: La calle de “los chicos”
Volteamos el llamado de diurno a nocturno, con el
vientecillo de octubre en todo su esplendor. Tarde de sábado que toma por
sorpresa a un tramo de Álvaro Obregón iluminado con luz otoñal-artificial. Desde
su ventana, el chico que nos renta el departamento mira fascinado todo el
despliegue mágico. Toda la cotidianeidad del cine en ojos ajenos cobra sentido.
Siempre hay primeras veces si se saben provocar.
Hoy vamos por la escena final de la película, pero
antes, se realizan dos de interior en las que Mariana increpa a Antonio su modo
de vida. Interesantes movimientos de cámara y juego visual dentro de un espejo,
elaborado a su vez con trozos de espejo por el equipo de arte de Enrique
Echeverría, que hoy muestra el que viene a ser su set principal: la estancia
del protagonista. Echeverría (cuyo trabajo más reciente pudo verse en Seres)
resultó ser el director de arte perfecto para un director con pasado reciente
en ese departamento, especialmente por su total disposición para atender humildemente
las peticiones de un director que ha ocupado sus zapatos (por cierto,
recientemente ganador de una Pantalla de Cristal por su trabajo en este rubro
para Rabioso sol, rabioso cielo).
Si ayer fue el día de la SteadyCam, hoy toca turno al
Dolly. Noche de espera que los asistentes de Alan Ciangherotti aprovecharon
para armar la fiesta en la camioneta del actor. El crew por su parte le hace el
día a la señora de las quesadillas, abalanzándose con súbita hambre al puesto
acomodado justo afuera del edificio figurante. Pese a su gran amabilidad, el
servicio de alimentación nos hizo recordar a varios del equipo nuestras épocas
más pobres, en rodajes verdaderamente guerrilleros, lejos, muy lejos del cobijo
oficial.
Para el tiempo en que están las luces, el protagonista
del corto necesita ya de chicles para disfrazar el aliento fiestero que se
carga, sin embargo hay indisciplinas que por más que se quiera no se pueden
disimular. Jesús se mira estresado. Después de todo los actores son como hijos,
diría el propio Jesús al día siguiente, y el director como padre, siempre
buscará la aprobación social de los mismos. Cómo sea, la vieja y fea costumbre televisiva
de tomar en el set entre descansos es superada por uno de esos casos en que la
cámara quiere al actor en turno a través de todos sus ángulos. Alivio, la
escena no sólo funciona, sino queda como el director la imaginó.
Los exteriores siempre son un respiro. Respiro sobre
respiro. Es casi un rito apropiarse de la calle y marcar territorio que al
volver a la cotidianeidad jamás volverá a ser el mismo, como si una parte de
uno se quedara ahí, como si inconcientemente en su guía roji mental uno fuera
poniendo banderitas para luego rememorar su paso, volviendo emblemático hasta
el más insignificante rincón urbano. Como que de ahora en adelante varios de
nosotros sumaremos ésta avenida como uno de los sitios más atípicos donde se ha
desayunado.
Afuera ocurre el cierre de una de las historias
paralelas del corto, que además de dar contexto, son un acompañamiento
emocional de lo que pasa por la mente de la pareja estelar. Se trata de la vida
de dos jóvenes que se prostituyen en la calle, punto de reunión en el que
ellos, como muchos otros, ofertan placer. Entran a escena los jóvenes Erasmo Ríos
y Daniel Rivera (curiosidades del destino, alumno de Luciana en Casazul), así
como dos presencias fetiche en las producciones de Mil Nubes Cine: Joaquín Rodríguez
y Ernesto Martínez, el primero como asiduo cliente y el segundo como auténtico
gigoló de las calles, pose y estilo que entre broma y broma ha logrado a través
de los años.
Termina el llamado con la filmación de un inserto, esos
males necesarios del cine, a veces tan aburridos y complicados, a veces tan necesarios
y bendecidos en la sala de edición. El objeto en turno es la tarjeta de presentación
de Antonio, detalle de la mano que la deja sobre una repisa de cristal.
Día
cuatro: De grúas y llamados nocturnos
Noche complicada por los siempre intimidantes artefactos
del cine. Como se hizo costumbre en este rodaje, el arranque es apenas para
cronometrar tiempo de espera para el equipo, que ahora no sólo tiene que
iluminar interior-exterior, sino hacer llover y manejar una grúa transversal en
medio de todo. Jero, Capu y el legendario Vázquez de efectos especiales ponen
manos a la obra, mientras el asistente coordina el acomodo de autos, y el
equipo de arte ambienta el vendaval del título con hojarasca previamente
recolectada.
Mientras tanto en las horas muertas, los que no tienen
mucho qué hacer por ahora ven y re ven el trailer no oficial de Marcelino, pan
y vino que José Luis Gutiérrez (director y amigo con quien trabajamos en Todos
los días son tuyos) ha subido a Youtube. En el camper, Luciana invita a las
chicas de maquillaje y vestuario a ver una obra de teatro dirigida por ella: Proyecto
Laramie, sobre el asesinato de Matthew Sephard, presentado días después en el
Hotel NH dentro de una jornada de Derechos Humanos sobre crímenes de homofobia.
Para la trivia: Luciana dirigió el corto ganador del famoso (y muy concurrido
en su tiempo) concurso de la desaparecida Radioactivo.
De los cuatro días de rodaje éste fue el más tenso, o por
lo menos en el que se sintió mayor presión. Especialmente porque los planos de
grúa requieren de muchos cuidados. Coordinación por aquí y por allá, ensayos y
más ensayos que hacen que el tiempo se esfume rápido, aunque simultáneamente se
piense que se lleva invertido una eternidad en la misma tarea. La poca
paciencia puede hacer incluso que el director abandone su silla para tratar de
controlar áreas que no le corresponden, como parar el tráfico o decorar. La de
malas, hoy el café ya ni siquiera es café preparado, agua caliente y un Nescafé
clásico es lo que hay en la mesa del craff service.
En plena madrugada, baja un vecino del edificio a
limpiar su auto, que ha sido confundido con coche actor y está repleto de hojas
y agua; lo limpia con esmero mientras ejercemos el disimulo descarado del cine
cuya máxima es poner en imágenes la historia, sea en una lata de 35mm o en un
disco duro, sin reparar en qué o quién: los rodajes son ese territorio de caos
incontrolable que cosecha para la posteridad un vuelco de emociones no sólo de
los actores, sino de la gente alrededor.
Mariana mira al cielo, pequeñas gotas de lluvia caen,
frente ella, más allá del close up: un Dolly semicircular y mucha tensión. Amanecía
ya y aun cuando seguía oscuro, el tráfico de lunes se acercaba. El permiso para
cerrar Álvaro Obregón había caducado y la patrulla estaba metiendo presión, el
tiempo apremiaba por partida doble, no sólo aparecería el sol sino terminaba lo
que se dice “para siempre” el rodaje, un momento que a los directores les
cuesta desprenderse de él, ya sea pidiendo un tiro más, un plano más o un algo,
que en el caso de Jesús fue un retake del inserto de anoche. Mero pánico. Vendaval
no sólo se cuenta (ese propósito mínimo de tantas y tantas producciones que se
conforman con eso) sino se cuenta cabal, con estilo y elocuencia.
Y pasó. Esa bruma de pájaros que aun en el claroscuro
avisan que ya es otro día, siempre tan presentes en el sonido directo, comenzó
a cantar. Iliana Reyes, la coordinadora/contadora comienza a pagar la semana a
un desfile de cuerpos desguanzados. Se respira agotamiento, pero agotamiento
placentero, de ese que se disfruta porque al final del día, el sufrimiento de
rodaje es puro gozo, como que los cortos aunque cortos, también se meten duro
en el corazón de la gente. Y este es uno de esos.