Foto de “Ms. 45” (1981).
Por Rubén Martínez Pintos
Transgredir la intimidad y sexualidad de otra persona es sin duda el acto más violento y desalmado que se puede cometer contra un individuo. Es una acción que elimina su humanidad y borra cualquier rastro de dignidad. El arte es, naturalmente, un terreno fértil para plasmar todas las formas en las que el cuerpo y la mente quedan marcados de por vida con este acto. En el plano del séptimo arte “El manantial de la doncella” (“The Virgin Spring”, 1960) de Ingmar Bergman, se mantiene como un punto de referencia obligado. Una película que en su momento recibió duras críticas y que sin embargo es un punto clave en la carrera del director.
Las inquietudes del realizador sueco se reflejan en este relato de una joven violada y la eventual venganza de su familia, a quienes la providencia les lleva hasta la puerta de su casa a los que perpetraron el acto. Bergman sugiere una espiritualidad en constante conflicto; la indiferencia de Dios ante el sufrimiento de sus fieles y una suerte de recompensa al entregar a los salvajes a la familia. Max Von Sydow jura levantar una iglesia en nombre del todopoderoso como una forma tanto de agradecimiento como de expiación de culpas. Bergman sin duda creía más en el viejo testamento y lo demuestra con creces.
“El manantial de la doncella”.
La cinta del sueco tuvo una influencia que nadie podría haber predicho que llegaría hasta el cine de explotación más truculento de décadas posteriores. Wes Craven realizaba un remake con “La última casa a la izquierda” (“The Last House on the Left”, 1972), cinta que amplificaba lo perturbador de la agresión de la mano del personaje interpretado por David Hess, un actor que se volvería en emblema de la experiencia “grindhouse” y que incluso repetiría en este tipo de fórmula con una cinta como “House on the Edge of the Park” (1980). Esta última dirigida por Ruggero Deodato inmediatamente después de su infame “Holocausto caníbal” (“Cannibal Holocaust”, 1980). Deodato no escatima en perturbarnos y añadía una capa adicional a la venganza al incluir fricciones entre personajes de clase alta y baja, todo en una residencia que se vuelve testigo de una serie de vejaciones hechas en el nombre del hedonismo y del odio más puro que el corazón humano puede engendrar.
El esquema popular del relato de violación y venganza se enfocaría en la figura de la mujer agredida y convertida en posterior imagen de feroz retribución femenina. “I Spit on your Grave” de 1978 dejaría su huella de dicha manera al dejar un diagrama que aún se sigue a la fecha. Protagonizada por Camille Keaton, nieta de Buster Keaton, dando vida a una escritora que se refugia en la solitud del campo para escribir su próximo libro. Una serie de crudos estereotipos del estadounidense redneck ignorante y fanático son los que la atacan. Después de esto la escritora se transforma en una ángel de la venganza. Este renacer de la mujer y la adquisición de características entre divinas y demoniacas se integraría de forma permanente en este tipo de relatos.
Si bien se pueden cuestionar muchas decisiones estéticas y de argumento de la original sus logros son mayores que el parco remake de 2010, parte de la última oleada de cintas del llamado “torture porn” que jugaban con los miedos de toda una generación que creció con cobertura constante de guerras y atrocidades en canales de televisión. Gente que fue presa del temor y la paranoia de los atentados del 11 de septiembre y para quienes el miedo constante que los medios plantaron en sus subconscientes marcó en sus cerebros una afinidad por historias sobre violencia extrema que rayan en lo caricaturesco.
“I Spit on your Grave”.
Otorgar un arma a una mujer no la convierte en automático en una figura de poder. Esta miopía es algo en la que caen constantemente varias de estas cintas y que el director Abel Ferrara evidenció de forma brillante con “Ms. 45” (1981). Lo que inicia como un sórdido relato de venganza, en el que una bella mujer muda se convierte en una vigilante consumida por la misandria a raíz de una violación doble, jugaba con las expectativas del espectador con astucia. El acto final daba la vuelta a la figura hueca del empoderamiento femenino contemporáneo que busca ajustar cuentas y no justicia igualitaria. Nuestra bella protagonista se volvía presa de su propio dolor y de la distorsión que su mente generaba de un acto para el cual nunca encontraría catarsis.
De acuerdo a los dogmas progresistas modernos el hombre nace con una condición llamada “masculinidad tóxica” y lo hace inherentemente violento por naturaleza. Esta falacia ha sido comprada, distribuida y promovida por cine, series y otros panfletos en la actualidad. Sin embargo, la complejidad de las dinámicas violentas entre seres humanos apunta a que la violación como forma de control y poder puede ser ejercida por ambos sexos. Vale la pena mencionar “Last Summer” de 1969, dirigida por Frank Perry, realizador del magnifico drama “The Swimmer”. Si bien hablamos aquí de una cinta que no se desenvuelve como una pieza de “rape and revenge” maneja una escena clave que viene a cerrar una historia que desmitifica la noción romántica del verano como un rito enternecedor de la juventud estadounidense. Una suerte de hembra alfa, interpretada por Barbara Hershey, logra domar a dos varones con las hormonas en efervescencia y eventualmente los convierte en sus escuderos. La llegada de una chica más inocente hace estremecer el libertinaje sin brújula del trio, quienes ven con recelo el compas moral que mueve a esta nueva chica. El clímax es inevitable y muestra también el mito de la sororidad como un cuento de hadas que se coló en el sesgo ideológico de varias luchadoras pinta paredes y clickactivistas. La mujer realmente puede ser el peor enemigo de la misma mujer.
“Hermosa venganza” (“Promising Young Woman”, 2020), de la directora Emerald Fennell, fue descrita por el siempre contundente Armond White como la primera película emblemática de la administración Biden/Harris. Una lista de supermercado de los elementos que caracterizan al joven con “consciencia social” de hoy, lleno de contradicciones y orgulloso de su propia ignorancia tanto política, histórica y ni se diga fílmica. Una mujer obsesionada con vengar a su amiga, victima de una violación minimizada por sus conocidos, es un espejo perfecto de toda una generación de personas llenas de resentimientos y rencores que no entienden totalmente como se les originaron y que tampoco saben que hacer con ellos. Solo saben que están enojados y consideran que eso es más que suficiente para sentir indignación moral. La solución según el guion es ser pasivo-agresivo y escupir para arriba sin importar que uno se salpique.
Nuestra anti-heroína se odia a si misma y lejos de ser una figura de poder, o con un mínimo de dignidad, es una victima más de las que mueven los engranes del feminismo de hashtags y pañuelos verdes. Su venganza es torpe y su transformación en mártir el clavo final del ataúd de penas y dolores de un movimiento que cree triunfar solo cuando se lastima su propio pie y el de las mujeres que dice proteger.
La autoflagelación de “Hermosa venganza” contrasta con la sagacidad y frescura de “Game Over” (2019), propuesta de la India que además de trabajar con gran ingenio su premisa plantea una sororidad genuina y una catarsis plausible dentro de su esquema fantástico. Una mujer que fue victima de un ataque sexual, con un video publicado en redes, trabaja en su recuperación emocional a la par que tiene que enfrentar a un psicópata sin rostro que ataca a mujeres con extremo sadismo. Al no poner rostro y nombre al atacante el director Ashwin Saravanan juega con las emociones y expectativas del público. Uno puede proyectar sobre este avatar oscuro lo que el subconsciente dicte. Lo importante es el enfoque en la lucha de nuestra protagonista contra sus propios temores. Una pieza soberbia que debería ser el ejemplo a seguir para otros cineastas jóvenes que busquen abordar tan complicado tema sin faltarle el respeto a la inteligencia del espectador.
Foto de “Hermosa venganza”.