Por Hugo Lara 

Una de mis películas favoritas ha cumplido este año su aniversario número 50; se trata de Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), una obra cumbre de Luchino Visconti  en la que se narra la dura adaptación de una familia rural a la ciudad, y donde un jovencísimo Alan Delon encarna, como boxeador en ciernes, las contradicciones de una Italia que aún seguía en proceso de reconstrucción, después de la Segunda Guerra Mundial y la dictadura de Benito Mussolini, el Duce. 

Entre el tono melancólico de esa película y su poética trágica se desliza una buena cuota de materia incendiaria y provocadora, como lo juzgó la moral pública de su momento en países como México, donde fue víctima de la censura.  Su autor, Visconti, fue un cineasta de paradojas, de vida aristocrática y de convicciones comunistas, “una rara mezcla de noble decadente y ciudadano progresista”, como lo ha definido Guillermo Cabrera Infante. 

Nacido en 1906 en Milán, su padre era de origen noble y su madre provenía de una poderosa familia de industriales del norte de Italia. En este contexto, es sabido que la infancia y la adolescencia de Luchino transcurrieron en condiciones principescas, con una educación privilegiada que lo acercó al teatro y a la ópera, cuyos vínculos sostuvo a lo largo de toda su trayectoria..  

Su arribo al cine ocurrió de la mano el realizador Jean Renoir, con Una partie de campagne (1936), en la que formó parte del staff de vestuarios y, posteriormente, con La Tosca (1941), como coguionista y ayudante de director. Aún bajo el régimen de Mussolini y en plena Segunda Guerra Mundial, Visconti hizo su debut en 1942 con el filme Ossessione, una adaptación pirata del clásico de la novela negra El cartero siempre llama dos veces, del escritor norteamericano  James M. Cain.   

Sin adivinarlo siquiera, con esta cinta Visconti inauguró el llamado neorrealismo italiano, la corriente cinematográfica de mayor importancia de la postguerra la cual, según su teórico más conocido, el guionista Cesare Zavattini, consistía en centrar al cine en la realidad de la gente ordinaria en su vida cotidiana. El neorrealismo fue la reacción al acartonamiento de la política cinematográfica fascista que había dominado al cine italiano durante los años anteriores.   

Con La Tierra tiembla (La terra tembra, 1948) y Bellísima (Bellissima, 1951), Visconti  continuó explorando las posibilidades estéticas de esta corriente, como el empleo de actores no profesionales, el rodaje en escenarios naturales, la austeridad de recursos y el montaje rítmico. Mientras, a la par, se convirtió en un destacado director teatral, con puestas en escena de autores como Jean Cocteau, Tennessee Williams, Arthur Miller o Carlo Goldoni y, en la ópera, a cargo de algunas representaciones de la celebérrima María Callas.  

Paulatinamente, como le ocurre a muchos miembros del neorrealismo, sus intereses personales lo van alejando de este movimiento para acercarse a otros géneros y propuestas; en su caso, los dramas históricos como Senso (1954) y La caída de los Dioses (La caduta degli déli, 1969), y las adaptaciones literarias como El Gatopardo (Il gattopardo, 1963); El extranjero (Lo straniero, 1967) y Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), con el uso expresivo del color y la estilización de decorados que refeljaban su pasión por el teatro y la ópera.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.