Por Pedro Paunero
Para Ricardo Guzmán Wolffer con admiración
y profunda amistad
Desde que el productor -y explotador-, K. Gordon Murray se pusiera a la tarea de distribuir “Santo vs. las mujeres vampiro” (Alfonso Corona Blake, 1962), en los Estados Unidos en una versión doblada al inglés, para la cual rodó algunas escenas e introdujo otros añadidos, como cambiarle el nombre al protagonista de “Santo” a “Samson”, quedando el título como “Samson vs.the Vampire Women”, la andadura internacional de nuestro súper héroe mexicano no hizo sino comenzar. Y, para maravilla de frikis, en volverse leyenda. Huelga mencionar la avatarización que el luchador ha experimentado, y que todo seguidor del cine de culto conoce, como aquel “Santo” de cabello largo (que le sobresale de la parte trasera de la máscara), aliado del “Captain America”, ambos enfrentados al malvado “Spider Man”, en la película de explotación turca “3 Dev Adam” (T. Fikret Uçak, 1973) o el alto y obeso “El Santos”, en la descacharrante “Jesucristo cazador de vampiros” (Jesus Christ Vampire Hunter, Lee Demarbre, 2001), por sólo mencionar dos ejemplos, que nos muestran que su andadura, dentro y fuera del ring, ha sido sumamente larga.
Una de sus más recientes metamorfosis la constituye “El Cura”, personaje con máscara y traje dorados –por aquello de los derechos de autor, se entiende-, que aparece en el episodio número nueve, titulado “Lucha de apuestas” (sic), perteneciente a la cuarta temporada de “Leyendas del mañana” (DC´s Legends of Tomorrow”), serie perteneciente al mismo universo que “The Flash” y “The Arrow”, y creada por Greg Berlanti, Andrew Kreisberg y Marc Guggenheim, para Netflix.
La “inclusión” -uso la palabra sin afán de sonar políticamente correcto- del Santo en la serie, no obedece sino a este fenómeno –vuelto una moda- del cine estadounidense de tomar los aspectos que, a ojos suyos, resultan más atractivos por “exóticos”, de la cultura e idiosincrasia del vecino del sur, así el Día de Muertos que, no obstante, antes de ser repetido hasta la saciedad (Disney, James Bond y hasta Superman han dado cuenta de ello), ya había hecho su aparición en mini series televisivas como “From the Dead of Night” (Paul Wendkos, 1989), en cuya trama la otrora “Mujer biónica”, acosada por presencias del Más Allá que la reclaman –ha escapado de la muerte, después de casi ahogarse-, tiene que realizar un viaje a México, en dicho día (2).
Las “leyendas”, un grupo de criminales –entre los que se cuenta el “Capitán frío” (Wentworth Miller)- y súper héroes torpes, como “Atom” (Brandon Routh) o la asesina “White Canary” (Caity Lotz), más bien una panda de perdedores, son reclutados por Rip Hunter (Arthur Darvill), un viajero del tiempo rebelde al “Buró del tiempo” y sus corruptos “Amos del tiempo” quien, para “deshacer entuertos” temporales, los ha reclutado, a pesar de que cada misión resulte peor que la otra, confiando en que, en algún momento, serán reconocidos como “leyendas”, aunque la línea del tiempo se sature con paradojas, “aberraciones” y anacronismos dispersos en épocas que no les corresponden (por ejemplo Helena de Troya en Hollywood o Julio César en una playa donde unos universitarios se divierten, vestidos de togas romanas), entre cuyas misiones se cuenta la de viajar a la Ciudad de México de 1961 tras un bondadoso “Kaupe” (un espiritu de la mitología hawaiana, bajo la forma de un hombre lobo), uno de los fugitivos mágicos –que igualmente se han dispersado por ahí- quien, gracias a su amiga chino americana Mona Wu (Ramona Young, la simpática “Kaya, la que no se calla”, personaje del pueblo inuit, de la serie paródica de zombis “Nación Zeta”), lo ha enviado a través de un portal temporal –a dónde sea- para salvarlo de los misteriosos “hombres de negro” ya que se trata, en realidad, de un semidiós, de un rey, llamado Konane, en su lugar de origen. “Soy como Mulder, y el gobierno queriendo ocultar la verdad. ¡La verdad está afuera!”, expresa Mona, cuando las leyendas no creen que lo ha hecho por el bien de la criatura.
Y de conspiraciones, y de dos visiones bastante enfrentadas, sobre el “pueblo” de dos naciones, va este episodio. Una post moderna –o “hiper moderna” y “líquida”-, la de los Estados Unidos capitalistas, que considera que su gobierno mantiene en secreto tecnología y cuerpos de criaturas alienígenas recuperados (un elemento típico de la materia del futurismo), y otra tradicional, como la lucha libre mexicana, identificada en el episodio como un constituyente de identidad nacional (pero que no sería sino un elemento propio de un pasado estancado). Así, cuando Gideon (Amy Pemberton), la inteligencia artificial de la nave y vehículo de viaje espacio-temporal, “Waverider”, localiza la ubicación del kaupe, será John Constantine (Matt Ryan), el detective de lo oculto, quien exprese “hablando de sitios donde ocultarse, el centro de una gran ciudad no sería mi primera opción”.
La Ciudad de México, mostrada en retazos, fragmentos, es nocturna. Vemos una toma aérea del zócalo, y su iluminación, un parque y un vistazo rápido de un mugriento puesto de tacos –donde se venden, incluso ¡huevos!-. Las leyendas van vestidas de colores apagados, cuando la señal de la criatura mágica los lleva a un sitio que sorprende a Mona, “¿qué lugar es este?”. La arena no luce sino opaca, pequeña, pueblerina. Dos luchadores enmascarados se dan con todo en el ring. “Es toda una fiesta”, opina Constantine, “¿dónde está la cerveza?”, pregunta el burdo Mick Rory (Dominic Purcell), alias “Heat Wave”, pareja de “Captain Cold”. “El detector debe estar mal –expresa Mona-, no es probable que Konane se escondiera en un sitio como este”. “¿Estás segura de eso? –dice Sara Lance, mirando un cartel que dice: Lucha libre. El Lobo vs Los dos demonios. Coliseo Insurgentes. 7:30-, El Lobo. El kaupe no es está escondiendo, es la atracción principal”. Se trata, pues, de una obviedad. ¿Dónde podría lucirse mejor un hombre lobo, sino en una metaficción sobre luchadores de lucha libre, si México ya tuvo al Santo, que se enfrentaba a momias guanajuatenses, vampiros y demás entes importados del “legendarium” europeo?
Mientras todo esto ocurre, como tenía que ser en una serie digna de los tiempos que corren, tan “valientes” e “inclusivos” (ahora sí uso la palabra como término de corrección política), hay una subtrama de amorío lésbico, establecido entre Sara Lance, la capitana de la nave y del equipo, y Ava Sharpe (Jes Macallan), miembro del Buró del Tiempo, que incluso se ponen a bailar un tango, mientras el resto del equipo se deja llevar por la emoción de la lucha libre.
El Lobo no tiene rival. Vence uno tras otro a sus oponentes y, lo peor de todo –es decir, desde el punto de vista de la creación de paradojas temporales-, ha mandado a la lona, sin enfrentarse siquiera a él, a “El Cura” –la versión del Santo en el universo DC-, cuya máscara, como el traje, son dorados, luce sobre peso –la panza le sobresale- y se lamenta el haber perdido el favor del público. “No me sorprende ni un poco –opina Constantine-, la lucha libre se trata sobre todo de puro carácter y carisma”. El público –que, la verdad, no luce muy mexicano que digamos-, lleva banderas tricolores y no deja de hacer la señal de pulgar abajo, emocionado. “La moral moderna –sigue explicando Constantine-, el bien contra el mal, el pueblo contra el gobierno”. Este diálogo resulta por demás interesante, e importante, en serie de tal naturaleza. Contiene resabios de un socialismo –latinoamericano, realmente- idealizado, que las cinematografías de otras latitudes han entendido más o menos bien. Por ejemplo, ese que impregna el espagueti western “Los compañeros” (¡Vamos a matar, compañeros!, 1970), de Sergio Corbucci, tan ingenuo y trasnochado como redentor que, en pleno año 2022, no deja de ser, irónicamente, actual, bajo el populismo “amloísta”.
¿Por qué le importaría a “Las leyendas” poner en orden esta línea del tiempo? Suponemos que, según la lógica interna de la serie, si una línea de tiempo es alterada, esto alterará, en su conjunto, al continuum por completo. “Según este registro histórico –dice Atom, tras indagar en Gideon-, El lobo llegó a la lucha hace seis meses y rápidamente fue ascendiendo. El misterio que rodeaba su identidad inspiró novelas, películas y programas de televisión”. ¡A ver! En esta línea del tiempo alterada –en esta metaficción-, estamos hablando de que El lobo se apropió del destino de El Cura –¡el Santo, vaya!-, cuya carrera no podrá ser.
Sara y Constantine se acercan a la barra, piden dos cervezas. Y se topan con El Cura, que se queja de que El lobo es imposible de vencer. “Cualquiera que conoce de cultura mexicana sabe que es un luchador legendario y una estrella de cine”, le cuenta Constantine a Sara. “Adoro tus películas de monstruos –le confiesa Constantine a El Cura-, quien escribió esas joyas sabía más de magia que esos estúpidos borrachos de Hollywood”. “No he salido en ninguna película, amigo”, dice El Cura. Constantine comprende que El Cura, célebre por abstemio, se encuentra en dicha situación porque El lobo le ha robado protagonismo. Y esa paradoja es la que se debe resolver porque, “el héroe del pueblo”, como lo llaman, ahora es El lobo.
No pude evitar tener presente -mientras veía el episodio-, el cuento “El mexicano”, de Jack London. Esta historia, escrita con gran confianza en su arte narrativo, por parte de este autor socialista –el mexicano del título es un boxeador que no confía en los gringos y en quien, por contraste, tampoco los magonistas, a cuyas oficinas ha llegado a fregar pisos, aunque se deshaga los nudillos en aras de la Revolución-, inicia, irónicamente en pluma de un estadounidense, la tradición del mexicano como personaje que se abre paso en la vida, literalmente, a punta de golpes. La tradición es larga y abundante, y pasa por películas, y más cuentos, como el clásico “Campeón sin corona” (Alejandro Galindo, 1946) hasta la figura real de un Julio César Chávez.
Acuciado por Constantine, que le insta a no lamerse las heridas, El Cura reta a una “lucha de apuestas” a El lobo, donde el perdedor se quitaría la máscara. La gran idea que se le ocurre a Constantine para salvar esta parte “importante de la cultura mexicana”, es convencer a El lobo de dejarse ganar. Por supuesto, El lobo –me molesta tener que escribir cada vez el artículo “el”- no comprende la situación, pues ha saboreado las mieles del éxito, y golpea una y otra vez al pobre El Cura, hasta casi matarlo en una secuencia cómica. Las leyendas y El Cura tendrán ayuda inesperada, sin embargo, cuando los malos del episodio –que quieren secuestrar a El lobo para sus planes-, aparezcan en el ring. Vixen (Maisei Richardson-Sellers), detentadora de un poderoso talismás africano que le otorga fuerzas míticas, que invocan la energía de los animales, tomará el micrófono -va vestida con un peinado a lo Frida Kahlo-, y arenga al “pueblo” a no permitir interferencia gringa. “El Cura y sus amigos lucharán por el pueblo. ¡El pueblo!”, grita Vixen, y el pueblo enloquece. Cuando uno de los malosos acorrala –inesperada e increíblemente- a El lobo sobre las cuerdas, nuestro héroe dorado aplica un “Moonsault” y recupera el favor del público, no sin antes ofrecerle la mano a El lobo, arrinconado y compungido, que se pone de pie para, así, ambos levantar los brazos, victoriosos. En paralelo a esta trama hemos visto no sólo que la relación de la capitana peligra, sino las verdaderas intenciones detrás de los actos, aparentemente filantrópicos, del padre de Nate, alias “Steel” (Nick Zano), y la recuperación casi-amorosa del kaupe y Mona, sino que ella misma se convierte en una mujer lobo.
Paródica, muy acorde al tono humorístico que impregna a la serie, “Lucha de apuestas”, nos recuerda no sólo la popularidad –legendaria- del Santo en otras latitudes o su valor como ícono cultural, que ha durado mucho más de lo esperado (ha ofrecido algo más que entretenimiento al “pueblo” al que tanto se alude en el episodio), sino la forma que tiene Hollywood, o Netflix, o el Mexploitation de asimilar, convertir en cliché y hasta satirizar, aquellos elementos que han devenido en más reconocibles a nivel internacional.
Notas:
(1): “K. Gordon Murray: Rey del Mexploitation” por Pedro Paunero.
(2): “Siete películas para el Día de muertos” por Pedro Paunero.