Por Miguel Ravelo
El estreno de “El Irlandés” (The irishman), vigésimo sexto largometraje de ficción del prolífico director italo-americano Martin Scorsese, supone el acontecimiento cinematográfico del año para los amantes del cine. Marca el regreso del director a los dramas gangsteriles y de las mafias que han sido parte indiscutible de la historia de los Estados Unidos, y que poco a poco el cineasta fue convirtiendo en uno de los géneros fundamentales de su carrera. Se pueden mencionar por ejemplo a “Calles peligrosas” (Mean Streets, 1973), o a la seminal “Buenos muchachos” (Goodfellas, 1990) y completar el tríptico con “Casino” (1995). Con ellas, Scorsese dio cátedra y sentó algunas de las bases que contribuyeron a formar lo más destacado del cine en los años noventa e influyeron en el trabajo de muchos de los directores más reconocidos en la actualidad.
Además de estar dirigida por uno de los autores ya fundamentales dentro de la historia del cine, “El irlandés” tiene entre sus mayores atractivos a un impresionante casting, lleno de figuras ya legendarias con las que el director creó algunas de sus más grandes obras: Robert De Niro, Joe Pesci, y Harvey Keitel, a quienes se agrega Al Pacino, cumpliendo aquí su primera -y que era ya tremendamente necesaria- colaboración con el director. De entrada, un reparto así bien merecería abarrotar toda sala en donde la película se exhibiera. En las actuaciones secundarias, los convocados forman una muy sólida selección: Anna Paquin (ganadora del Oscar por The Piano, 1993), Bobby Cannavale (Blue Jasmine, 2017), Ray Romano (The Big Sick, 2017), Stephen Graham (Gangs of New York, 2002), entre muchos otros.
Considerando tanto el trabajo frente a la cámara como los nombres que se encuentran detrás de ella, “El Irlandés” se coloca como una de las películas más importantes del año, y dado el extraordinario equipo de producción que participa en esta película, se vuelve necesario mencionar a algunos de sus más destacados integrantes: en la edición, Thelma Schoonmaker, en siete ocasiones nominada y tres veces ganadora del Oscar a la Mejor Edición, por “Toro salvaje” (Raging Bull, 1980), “El aviador” (The Aviator, 2004) y “Los infiltrados” (The Departed, 2007) todas dirigidas por Scorsese; Rodrigo Prieto, cinefotógrafo mexicano nominado al Oscar a la Mejor Fotografía por “Silencio” (Silence, 2016), también dirigida por Martin Scorsese; la producción corre a cargo, entre varios nombres, del propio Robert De Niro y Scorsese, junto al mexicano Gastón Pavlovich y al legendario productor Irwin Winkler, ganador del Oscar por “Rocky” (1977) y cumpliendo con “El irlandés” su sexta colaboración con el cineasta; o el diseño de producción a cargo de Dante Ferreti, frecuente colaborador de Scorsese y tres veces ganador del Oscar (The aviator, 2004; Sweeney Todd, de Tim Burton, en 2007 y Hugo, 2011).
Como puede apreciarse, las cartas que Scorsese presenta con “El irlandés” son irresistibles. Pero hacía falta alguien que concretara y pusiera en papel la historia a llevar a la pantalla. Basado en el libro de Charles Brandt “Escuché qué pintas casas”, el guion corrió a cargo de Steven Zaillian, ganador del Oscar por el guion adaptado de “La lista de Schindler” (Schindler´s List, Steven Spielberg, 1993), quien se encarga de adaptar la novela en la que se relata la historia de Frank Sheeran, el irlandés del título, y su ascenso dentro del imperio del crimen organizado. El recorrido nos lleva desde los inicios de Sheeran, veterano de la Segunda Guerra Mundial, como chofer de camiones de transporte, hasta convertirse en uno de los más poderosos capos, mano derecha de Russel Bufalino (jefe de la familia Bufalino, una de las asociaciones criminales más notorias de la época) y teniendo durante su vida una muy cercana relación con Jimmy Hoffa, líder del sindicato de camioneros a mediados de los años cincuenta y cuya desaparición continúa siendo material de sospecha, conspiraciones y misterio.
Robert De Niro da vida a Frank Sheeran, personaje con el que abre la película y quien se encarga de recibirnos, a sus 81 años, dentro de un asilo de ancianos, como si los mismos espectadores fuéramos uno más de las tantas personas y reporteros que lo han visitado para descubrir cuál fue su relación con Jimmy Hoffa (Al Pacino) y Russel Bufalino (Joe Pesci), y sobre todo para saber qué implicación tuvo con la desaparición del primero.
Scorsese aborda una cantidad importante de temas utilizando al personaje de Sheeran. Por un lado, es fascinante ver cómo éste comienza a abrirse paso en el mundo de la mafia, primero haciéndose amigo, casi por casualidad, de Bufalino, quien poco a poco lo pone a prueba y va reconociéndolo como una persona de confianza y posteriormente un importante aliado. Es por ello que el propio capo lo recomienda con el líder Jimmy Hoffa, quien necesita de una persona de confianza para resolver ciertos asuntos: “escuché que pintas casas”, la frase que Hoffa le menciona a Sheeran en su primer encuentro telefónico, toma un escalofriante nuevo significado en esta historia. Y la respuesta de Sheeran: “sí, inclusive realizo mi propia carpintería”, serán dos frases que marcarán las relaciones entre los capos y sus hombres de confianza, matones que van escalando peldaños dentro de las organizaciones criminales hasta volverse inseparables y dispuestos a dar la vida por sus jefes.
La historia va desarrollándose a modo de flashback, con Sheeran volviendo a cada uno de los momentos que lo llevaron a convertirse en la persona más cercana a Bufalino y Hoffa. Es importante notar cómo Scorsese desarrolla el nacimiento y aceptación dentro de una nueva familia, la criminal, que otorga poder, respeto y reconocimiento, mientras al mismo tiempo la familia real del protagonista va recibiendo duros golpes que a la larga serán irreparables. Una de las más importantes relaciones que tendrá Sheeran dentro de la historia es con su pequeña hija Peggy, la más querida y a la que más protección brinda, sin darse cuenta que esta misma protección irá provocando que ella se dé cuenta de la persona que realmente es su padre y prefiera evitarlo, viéndolo primero como una persona a la que hay que temer, y después, a una edad mayor, de la cuál debe alejarse.
Scorsese explora las relaciones de poder y cómo éstas se van desarrollando; qué tan importante se vuelve la aceptación dentro de estas bandas criminales y cómo, mientras mejor posición se consigue, las decisiones van repercutiendo a niveles más altos hasta terminar definiendo el desarrollo de una nación. Las relaciones de Hoffa con los sindicatos y el crimen ejemplifica con agudeza cómo cada bando reconocía y aceptaba que ambos lados, el legal y el ilegal, históricamente han recurrido a sus respectivas influencias para llegar hasta los más altos sitios. El periodo político desarrollado en la película nos habla de las relaciones que estas organizaciones tuvieron con la carrera y puestos de John F. Kennedy y su hermano Robert, pero no es difícil reconocer que las relaciones de poder y los intereses que en ellas se mueven poco han cambiado.
El director y Thelma Schoonmaker, su editora, desarrollan la película de forma contemplativa, pausada y envolvente, sin recurrir a momentos vertiginosos que tan notables fueron en Goodfellas y Casino, prefiriendo, acertadamente, hacer de “El irlandés” un capítulo más meditado, aproximándose a la violencia –que por supuesto la hay- desde una visión diferente a la abordada en las cintas anteriores. Al elegir colocarse en la mirada y las reflexiones de su protagonista en sus últimos momentos, en aquellos en los que la culpa y el arrepentimiento inundan las horas del día y generan reflexiones sobre los actos cometidos que ya será imposible cambiar, el director nos habla de la fragilidad interna que tienen muchas veces los que ostentan el poder y son vistos con miedo y admiración.
Los actos violentos y los momentos brutales, contados por una persona viviendo sus meses finales, en las que se reconoce ya como presa vencida por las enfermedades y físicamente siendo un remedo de lo que fueron sus años de gloria, generan una importante reflexión sobre lo volátil de las relaciones que en algún momento de la vida parecieron imprescindibles; sobre el alcance de ese poder y la forma en que los arrepentimientos necesariamente se presentarán a tocar la puerta en los últimos días, cuando la vida los ha colocado ya en su etapa más vulnerable. Enfrentarse con la certeza de que lo que parecía éxito y ganancias, en realidad fueron elementos que iban generando pérdidas fundamentales, solamente posibles de reconocer cuando la vida las ha vuelto más necesarias.
Por supuesto no se puede hablar de “El irlandés” sin mencionar el apartado interpretativo. Pacino, De Niro, Pesci y Keitel dan algunas de las que podrían considerarse entre sus mejores y más logradas actuaciones. No solamente permiten ver el trabajo de actores más que reconocidos y respetados interpretando un nuevo personaje dentro de sus carreras; el Sheeran de De Niro, el Hoffa de Pacino, el Bufalino de Pesci y el Angelo Bruno de Keitel revelan en cada mirada, en cada sonrisa (notables las sonrisas del Bufalino de Pesci, capaces por sí solas de helar la sangre y dictar sentencias de muerte), una vida entera de conocimiento y dedicación no solamente dentro de estos temas y géneros. Nos hablan de una profunda exploración de las emociones, de la psique, que solamente artistas de su trayectoria son capaces de desarrollar y alcanzar. El abrazar el poder y todo lo que trae consigo, el reconocimiento de las traiciones, el entendimiento de las pérdidas que cada uno refleja en su mirada, la lucha contra el desgaste y la vulnerabilidad, son mostradas como pocas veces se había hecho. Los actores alcanzan lugares inexplorados; todos ellos, reconocidos por grandes papeles dentro de otras películas del género, logran profundizar y generar nuevos monstruos cinematográficos que seguramente darán mucho de qué hablar en los años venideros. No será extraño verlos alzarse con los máximos premios de interpretación en 2020.
Elogios similares merece también el trabajo en la dirección de Martin Scorsese. El director acaba de cumplir los 77 años y con ello nos regala una de sus obras más valientes, brutales y personales. Una vuelta a los temas que forjaron algunas de sus obras más importantes y veneradas, pero que como los grandes autores, consigue no repetirse y darnos una nueva visión, un diferente acercamiento a los temas que sabíamos dominaba como pocos. Una reinvención de su cine, una reinterpretación de lo antes abordado, logrando con ello desarrollar no solamente a algunos de sus mejores personajes. Scorsese logra contar, de forma diferente a todo lo hecho con anterioridad, la historia de una nación desde algunos de los más oscuros lugares del poder absoluto, sin jamás perder de vista que, como la historia nos ha enseñado, no hay poder que sea eterno.
No es común que un autor nos brinde una revisión tan dedicada y fundamental de su propia obra como la que hoy nos trae Scorsese. Como antes mostrara Clint Eastwood con Unforgiven (“Los imperdonables”, 1992), hace falta una vida entera dedicándose a contar historias, a desmenuzarlas, a observar desde la dirección, creando una mirada única que consigue entrar en la piel de los protagonistas de cada una de las historias que forjan las leyendas. Con “El irlandés”, Scorsese escribe una nueva página en la historia del cine. Mira a su pasado, lo reconoce y abraza, y regresa con una nueva e imprescindible visión de su propia historia.