Por Javier Tapia Sierra

La figura del taxista recorriendo las calles de una ciudad ensimismada, llena de gente sola en todos los sentidos que al subir al vehículo, comparte experiencias con un desconocido que probablemente no volverá a ver jamás. Situaciones así tienen mucho de poesía coloquial que nos resulta atrayente en su cotidianidad. Es precisamente por medio de un taxi que la película del actual Ministro de Cultura del Perú, Salvador del Solar, se va construyendo, logrando crear una narrativa que nos muestra una parte profunda y dolorosa de la realidad peruana.

En “Magallanes” (Salvador del Solar, 2015), Damián Alcázar interpreta a Harvey Magallanes un ex – militar que combatió contra el grupo Sendero Luminoso durante el conflicto armado que azotó a Perú por 20años y que para sobrevivir en la actualidad maneja un taxi, propiedad de Milton (Bruno Odar), también ex –militar y propenso a la vida alegre. En su rutina diaria Magallanes, un hombre notablemente atormentado, pasa la vida paseando a su antiguo y enfermo coronel (Federico Luppi) y recogiendo a transeúntes con los que gana poco dinero. Un día en medio de su recorrido se encuentra con Celina (Magaly Solier), una mujer perteneciente a su pasado, a la ciudad de Ayacucho cuando su tropa se encontraba acuartelada y es entonces cuando los fantasmas del pasado golpean a su puerta y queriendo buscar la paz, la redención o algo que lo deje vivir, se decide a intentar a ayudar a la mujer, aun cuando está no esté dispuesta aceptar su ayuda.

El director, con fuerza y valentía, une las piezas del rompecabezas en este drama con fuerte carga psicológica

Del Solar, va uniendo con fuerza y valentía las piezas del rompecabezas en este drama con fuerte carga psicológica, aprovechando al máximo las capacidades actorales de su cast. Alcázar y Solier dan catedra actoral al hacer a sus personajes crudos, viscerales, vulnerables y hasta cierto punto patéticos. Simples seres humanos que viven al límite y al estar en ese límite no queda casi nada dentro de ellos, sólo una resignación oscura y potente que impregna cada paso que dan. No esperen un drama con gran expresividad pero sí con una emotividad poderosa en su sutileza e inteligente en su desarrollo. Luppi, con sus escazas apariciones nos liga a una generación anterior, que guarda en su memoria sangre y una congoja que arrastran de tal forma que las generaciones más jóvenes no saben qué hacer con ella.

Cada paso que Magallanes da, parece ser el paso definitivo que lo tire al abismo y es su humanidad al acercarse a este precipicio la que nos hace preguntarnos ¿qué tan lejos estamos nosotros del abismo? Porqué la película se esfuerza en hacernos entender que casi todos somos culpables y que las víctimas además de ser pocas, muchas veces optan por el silencio, no sólo por miedo sino porqué lo único que quieren es olvidar una realidad que la gran mayoría está dispuesta a mantener enterrada, todo sea por la tranquilidad que la ignorancia otorga.

Y es que la humanidad expuesta y sin tapujos que vemos en pantalla es la parte fuerte de la película. En “Magallanes” lo humano no es suavizado con cursilería sino mostrado con toda la suciedad y crueldad que existe. Quizás tenga mucho que ver la experiencia actoral de su director, pero las actuaciones de Magallanes son fluidas y logran comunicar al espectador no sólo emociones sino la idea que motiva al filme: la búsqueda muchas veces inconclusa de una justicia que parece no ser de este mundo. Y es que la realidad profunda y dolorosa del Perú, puede adecuarse a la realidad de Latinoamérica. Una realidad que mantiene sus heridas abiertas esperando que quizás algún día se cierren por apatía, por indiferencia, por olvido.