Por Matías Mora Montero

En 1933, Luis Buñuel viajó a la provincia de Cáceres, zona montañosa en su tierra natal de España. Ahí, el legendario cineasta surrealista concibió el documental “La Hurdes, tierra sin pan”, una de sus primeras obras. Además de ser de las más aclamadas, fue criticada por la crudeza de sus imágenes y, sobre todo, por los drásticos métodos que Buñuel empleó durante la producción y que incluso han llevado al cuestionamiento de si a la película se le puede llamar documental, ya que Buñuel interrumpe la realidad para conseguir aquello que busca, exagerando o manipulando ciertos hechos de la vida de esta región para que encajen en su narrativa deseada. Entre estas manipulaciones, una de las más polémicas es el trato que se le dio a los animales de la zona: mataron a una cabra con una pistola en busca de una toma de la caída de la misma, permitieron que un burro fuera devorado por abejas, entre otros actos que sirven como un instrumento para incrementar el sentido de tragedia y brutalidad de la película.

A casi noventa años de la realización de “Las Hurdes” de Buñuel, Jordan Peele nos entrega “NOPE”, su tercer largometraje, mismo que encuentra una resonancia casi centennial con aquello que esconde la obra de Buñuel y, a través de ello, cuestiona el por qué de la imagen, el por qué de la toma. Peele abarca el concepto más ambicioso al que se ha aventurado hasta la fecha.

En “Get Out”, su debut como cineasta, Peele nos dio una de las películas definitivas de la década pasada, una cinta que exhala su tiempo y que le grita al mismo, examinando la administración de Obama y el ascenso de una cierta mentalidad liberal, que esconde una malicia tras bambalinas de discursos baratos. “Get Out” examina aquello que aún no se desvanece, aquella parte de la historia cuya evolución ha sido tan sútil que parece, a ratos, haber sido verdaderamente esfumada, pero que se sostiene fuertemente a nuestra actualidad. Es una película que estrenó durante el inicio de la era Trump y cuyas políticas parecían indicar un puente entre ambas administraciones, lo que hacía complicado entender qué diferenciaba a los supuestamente contrastantes partidos de Estados Unidos. Luego, un par de años después, “Us” se da como su segundo largometraje. En retrospectiva, indica ser un tropiezo, en el que Peele busca una escala más grande y una estética más completa.

Aquí hago una pausa para aclarar que me parece que casi todos, sino es que todos los aspectos técnicos de “Get Out” son sensacionales, puliendo una constancia que toma riesgos y presenta un respeto al terror que tanto conocemos, pero mantengo que tras ver “NOPE”, su segundo largometraje se siente necesario para lograr practicar una diversidad de aspectos que Peele indudablemente expande y logra con mayor precisión en su tercer película.

Y es que desde su primera cinta causó que todos tuviéramos nuestra vista picada en sus futuros proyectos. Tras ver “NOPE”, me da la sensación de estar viendo un futuro clásico del cine de parte de un maestro en plena formación, con elementos de Spielberg, Shyamalan, westerns y muchos más, pero con una autenticidad innegable. La historia, dentro de todo, es bastante sencilla: en California se encuentra un rancho de caballos entrenados para cine, dicho rancho pertenece a la familia Haywood, descendientes de aquel jinete que dio su parte en el nacimiento del cine. En un día común y corriente, un accidente los cambia de por vida y, seis meses después, el hermano OJ, interpretado por el ya recurrente en la obra de Peele, Daniel Kaluuya, es espectador de un objeto extraño volador que parece encontrarse cerca del rancho. Tras este misterioso avistamiento, los hermanos se disponen a capturar a este objeto en imagen para llevarlo al mundo, es decir, a Oprah.

Y es con esta anécdota que una serie de brutalidades se desenvuelven en NOPE. Desde su primera imagen, la cual impacta, intriga y revuelve al espectador tras la contundencia de la misma, hasta el magistral suspenso que Peele conjura a lo largo del metraje, la película se asegura de mantenerte en tu asiento si o si, mientras deambula entre el terror, la aventura, la comedia, el suspenso, con tal de alcanzar aquel efecto deseado, una victoria y una reflexión, ambas cargadas con una ambigüedad muy bella, la cual me parece es, sobre todo, encontrada en la última imagen de la película, donde un ciclo logra cerrarse alrededor de la niebla y el “MÁS ALLÁ”.

Parece ser que resaltó mucho la palabra ‘imagen’ en este texto y es por dos razones principales, una más consciente que la otra. Peele, desde “Get Out” logra crear imágenes que se mantienen tatuadas en la memoria, donde su visión toma una vida deslumbrante que crea un nudo de garganta donde no queda nada más que presenciar, con los ojos bien abiertos, aquello que el cineasta nos presenta en pantalla. Y es en “NOPE” que esta habilidad alcanza nuevos niveles, donde en repetidas ocasiones la dimensión de aquello que observamos, ya sea íntima o bien, una casa en pleno baño de sangre, golpean como un rayo muy convincente. Peele comprende que el cine no es sólo la narrativa textual, comprende dicho “más allá” al cual se puede llegar a través de la imagen, del poder de la documentación visual. Nuestros personajes, en un principio, se ven consumidos por la idea de la fama y el dinero que capturar tal objeto les podría conseguir, una avaricia los persigue, pero tal presenciar una diversidad de horrores, regresan a su objetivo, alejados de la maldición del dinero y encrucijados en una búsqueda más profunda, más simbólica, algo que los acerca a lo que su ancestro logró: el poder capturar algo nuevo gracias a la cámara, a la imagen. Esa búsqueda por el poder de la imagen que tantos de nosotros seguimos, lo que impulsó las locuras de Kubrick y continúa aterrorizando (en buen sentido, a veces en el malo también) la gran imaginación de los cineastas y fotógrafos, sobre todo cuando esta es puesta en práctica.

Regresando a Buñuel, todo aquel drama de “Las Hurdes” proviene de estas mismas raíces, aquellas donde la realidad, en su proceso de ser trasladada a la imagen, debe de ser manipulada, o bueno, no es que ‘deba de’, pero inevitablemente lo es. Existe la posibilidad de que el cine documental no exista gracias a la existencia de aquello que forma al propio cine, la imagen y la cámara que concibe la misma, un objeto inmóvil que, sin embargo, captura el movimiento, siendo la manipulación definitiva del tiempo, como decía por ahí Tarkovsky: ‘esculpiendo el tiempo’. El tiempo, aquel animal indomable que el cine dominó. No es coincidencia alguna que, entonces, la obra de Peele regrese a cuestionar el uso de animales –y niños chiquitos– en el negocio del espectáculo y los diferentes medios por los que esté se expande: ¿cuál es el límite de la búsqueda por la imagen? Para llegar a una posible respuesta para semejante cuestión, tendríamos que volver al por qué de la imagen y ante eso, regresar aún más atrás y llegar al por qué del lenguaje, ya que, como mi maestra de literatura decía en una clase: “El lenguaje está vivo, en movimiento”. Ante esto y nuestra comprensión del cine, podemos llegar a la conclusión de que el cine es lenguaje.

La escritura empezó como una documentación de lo más cotidiano, en cavernas y lápidas, rutinas del diario se desplazaron, de ahí fueron llegando los mitos y poco a poco fue surgiendo la gran diversidad de literatura que hoy conocemos y que mañana será aún mayor. Siglos en la formación, la literatura sólo logra encontrar nuevas voces y abrir más horizontes, aunque, como el cine, comenzó como un acto de captar un sentido de cotidianidad. Jinetes en su caballo, fotografías juntas creando un movimiento pulido por los Lumière, donde, nuevamente, la cotidianidad ataca y vaya que atacó. La llegada de un tren movió a sus espectadores, testigos de las primeras películas sacudidos por la existencia del movimiento, aterrados por la realeza del mismo. De ahí, llegaron los grandes mitos, Georges Méliés conjuro nuestros sueños y juegos de infancia en maravillosas fantasías visuales donde el color, gracias a la pintura, tomó una vida previamente desconocida, logrando capturar nuestros sueños añorados de ser piratas, exploradores y, claro, viajeros a la luna. Antes de estas locuras, el cine se vio forzado a admitir que estaba en el mismo territorio de la literatura, uno en el que los límites de la imaginación son inexistentes y la creatividad humana merece ser explotada. Bajo esta última declaración, ahora sí, ¿qué principios morales podrán quebrarse para alcanzar LA imagen? ¿LA toma?

El tiempo, antes que nada y como principio del cine, es un factor indispensable. No es lo mismo Buñuel hace casi noventa años, que Nicolas Winding Refn hoy. El tiempo dicta al arte y dicta la ejecución del mismo. Los cuestionamientos evolucionan, navegan por las condiciones sociales que los rodean, hecho que da una válida justificación a quienes ven a todo el arte como algo político. Pero nada podría justificar la crueldad. Podemos ser observadores externos de la misma, hasta apreciarla, de este sentimiento surgen muchas variedades del arte. Dentro del cine se encuentran, claro, los llamados “torture porns” y demás similares. Los medios justifican al fin es una frase que se cae gracias al tiempo, el fin dado y los medios por los que se obtuvo serán cuestionados en mil años y aclamados en cien mil años, sólo para ser destrozados dentro de un millón. El arte eterno es así gracias a su poder de cambiar la cultura que creó, de poder mover el paradigma del mismo y sacudir al mundo en pedazos.

El arte, arriba de todo, recae en sentimiento, no en espectáculo. Aquel que toma la imagen por espectáculo nunca tuvo una búsqueda por la imagen, sólo una avaricia por la misma. Esa es la belleza de “NOPE”, su ambigüedad y conversación otorgan el sentir ese proceso, donde avanzamos y avanzamos por una tormenta de polvo, con cámara en mano, buscando lo imposible: capturarlo y tenerlo en movimiento, siempre en movimiento. Aun en aquella fotografía fija y estética del cielo, el viento está presente, encerrado bellamente en algo sostenible. Esa es la victoria de “NOPE”, lo que nuestros personajes persiguen es algo tan profundo del ser humano, acompañado por fenomenales aspectos técnicos. El sonido es un personaje en sí, sonidos cuyos significados revuelven el estómago, donde cada elemento es plasmado para enfatizar el poder visual de Peele. Esto es el cine: movimiento, tiempo, imagen, cámara. Y los límites morales se dictan por la honestidad de la búsqueda, se dictan por la creatividad de la misma, por la comprensión de lo que estamos capturando, ya sea una imagen construida o un acercamiento a una realidad más táctil, somos nuestros propios jueces y cualquiera con acceso a una cámara lo puede confirmar. Estás ahí, observando y no presionas, no aún, no hasta que obtengas lo que sientes necesario y que estés en paz con la imagen encontrada.

El cine es el heredero de la fotografía y, como tal, una extensión de todo este sentimiento. El cine, más que ser la verdad a 24 marcos por segundo o la mentira a 24 marcos por segundo, es la búsqueda, aquel elemento tan íntimo del humano que lo ponemos en práctica en todos nuestros aspectos de vida. Desde la filosofía al amor, siempre está ahí una búsqueda y el cine permite una materialización artística de esta búsqueda. Un poder bello que nos ha acompañado por un poco más de cien años, siendo el cine un arte joven, expandiendo como los demás, pero cuyas formas más establecidas, creo yo, aún esperan para hacer su aparición. Me gustaría poder elaborar la crítica sobre la película, sin embargo, sus giros y técnica me deslumbraron tanto que prefiero que cada quien pueda aventurarse a estos por su cuenta, de modo que opté por reflexionar sobre aquello que me provocó. Espero con ello aún dar un sentimiento genuino de mi opinión de la más reciente de Peele, la cual de preferencia recomiendo ver en salas IMAX, donde la ambición de Peele se apropia del tamaño de la pantalla, a la par que fue precisamente filmada en Kodak 65mm IMAX. “NOPE” se encuentra ahora en cartelera.