Por Ali López
— What if the movie sucks? — pregunta Eric (Sam Huntington) a sus amigos, un segundo antes del inicio de “Star Wars: Episode I-The Phantom Menace” en la escena final de “Fanboys” (Kyle Newman- USA-2009), cinta que habla acerca de un grupo de fans de “La guerra de las galaxias” que buscan ver, antes que nadie, la película que traerá de regreso la saga al cine, el mencionado Episodio I. Todos conocemos la respuesta.
Aquella nueva trilogía, que deambula entre el final del Siglo XX y el inicio de XXI, trajo balance a la fuerza, pues, sucedió lo que nadie creyó posible: disgusto hacía la saga. Obviamente desde las primeras entregas (Episodios IV, V y V) hubo a quién, por razones inexplicables, no les gustó lo planteado por Lucas. Pero con las precuelas, los oponentes engrosaron sus filas; había motivos para hacerlo. Los Episodios I, II y III trajeron poco encanto, jugaron, sobretodo, con la aseveración de lo obvio y con las analogías que las acercaban a sus pares originales. Tal vez el Episodio III “Revenge of the Sith” es el mejor recordado, pues ya se vislumbran elementos que lo acercan a las historias originales; esas que todos aman. Entonces, tenemos una regla, obvia, pero difícil de pasar por alto: todo lo relacionado con “Star Wars” será juzgado en base a sus primeras tres películas, las estrenadas en 1977, 1980 y 1983.
“Star Wars: Episode VII-The Force Awakens” (J.J. Abrahams-USA-2015) retoma la historia a 30 años de terminada la guerra, es decir, tres décadas después del “Episodio VI” por lo que su conexión con la saga original es inmediata. Nombres como “Luke”, “Han” y “Leia” son escuchados desde el inicio, pues forman parte de la historia de este universo. Se han vuelto leyendas que deambulan entre las estrellas. La historia es simple, el Imperio pretende regresar y la resistencia no quiere que eso suceda. Luke está perdido y hay que buscarlo. Dos jóvenes promesas sienten el llamado y deben encontrar en ellos la fuerza. La nueva guerra ha comenzado; la luz contra la oscuridad, la rebelión contra la tiranía, y por supuesto, los Sith contra los Jedi; o por lo menos lo que queda.
Porque la fuerza actúa de maneras extrañas. En la primera trilogía se nos decía que la fuerza es quien llama, claro que debes ser entrenado para poder controlarla, pero la fuerza puede habitar en nosotros; siempre y cuando nos lo propongamos. Eso se cae con la segunda trilogía, cuando se nos dice que la fuerza proviene de los midiclorianos; se reducen las posibilidades. El llamado depende ya de otros aspectos, menos esperanzadores. En el inicio de esta tercera entrega, la fuerza se concentra en cuestiones familiares, fácil de intuir; quedando todo el misticismo a un lado. Ambos lados de la fuerza se concentran en unos cuantos seres, ligados sanguíneamente, que lo mismo pueden, y deben, pelear por obtener su lugar en ese microcosmos familiar. Así lo dice Leia: “Luke es un Jedi, tú eres su padre”. Entonces la fuerza sirve para poca cosa, pues lo que une, o desune, no es la ambición del control de la fuerza, que rige el universo, sino el demostrar que matar al padre, emanciparse, o liberarse de las castas es el fin de la batalla.
J.J. Abrahams entrega mucha aventura y poca sabiduría
Porque matar al padre, bajo ese concepto psicológico (que es también utilizado en “El Héroe de las mil caras” de Joseph Campbell, libro que ayudará a George Lucas a crear su obra) ha estado siempre presente. Anakin es concebido sin un padre biológico, sin embargo, el consejo Jedi parece suplir esta ausencia, ubicando al “padre” en la figura de Obi Wan Kenobi, que hace la par de padre-hermano, pero que para el momento del enfrentamiento “el matar al padre” o terminar con las cadenas que atan al héroe, Obi Wan personifica al tutor, más que al amigo. Luke también ve a Ben Kenobi como el padre ausente, sin embargo, esto es sólo un escaparate para que Luke tenga un enfrentamiento con su padre real; Darth Vader; quien por su parte también tendrá que enfrentar a esa figura masculina que lo mismo lo alienta, que lo castra; liberarse será por fin la solución a los pesares; matar al padre para encontrar el equilibrio en la fuerza.
En esta nueva entrega, la imagen patriarcal cae sobre alguien que no tiene el control de la fuerza, y al cual nunca se le había reprochado esto, sin embargo, parece que ahora comienza a ser un problema. Han Solo es el padre; es la figura que alienta y recrimina, es más que nunca Indiana Jones, aquel anti-héroe que te incita a seguir tus sueños, hasta que descubre que eres su hijo, así cambia la cosa.
Que Han Solo sea quien aconseja, y no un sabio Jedi, trae ciertas turbaciones a la fuerza. Por ejemplo, mientras Ben Kenobi (personificado por Alec Guiness) sentencia, como enseñanza velada, pero enseñanza al fin y al cabo: “¿Quién es más tonto, el tonto o el tonto que sigue al tonto?”; o Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) nos dice que: “Tu enfoque determina tu realidad”; Han Solo nos dicta una sabía frase, que aunque es muy útil, y cierta, poco tiene de filosófica, religiosa o instructiva; Solo nos dice: “Las mujeres siempre descubren la verdad, siempre”.
Y es que el encanto de la primer “Guerra de las galaxias” versaba sobre esa rebeldía, sobre una juventud desbocada que pretendía emanciparse de todo, del campo, del lugar que los vio nacer, de su familia, de la política. Ser amos y dueños de su futuro, de sus aventuras; siempre en pos de algo mejor. J.J. Abrahams entrega mucha aventura y poca sabiduría detrás; no hay más que el deseo de luchar, der ser el mejor, de matar al padre, al hombre viejo, a los viejos estatutos de lo que significa ser hombre. Regresamos a Han Solo.
“Ya no hay a nadie a quién puede engañar en la galaxia” le comentan a Han; y es que sus prácticas ya son obsoletas. Ya no hay cabida para los hombres de antaño, aquellos que al decirles “Te amo”, responden con un escueto “Lo sé”. Aquellos hombres anárquicos que no sirven más que para destruir la estrella de la muerte; pues su vida bandolera, llena de desventuras y anécdotas varoniles, no sirven de mucho al progreso. Ya no se aprende sobre la marcha, se estudia el manejo de las naves. Ya no sirven de mucho los engaños, pues no hay quien los crea; y aunque la suerte a juega a favor de los buenos, ésta puede estar con cualquiera. Han es prescindible, a diferencia de “Terminator Génesis” (Alan Taylor-USA-2015) donde Schwarzenegger nos dice que: “Es viejo pero no obsoleto”, Han se ablanda, deja de lado lo que lo hizo ser condecorado, pues el forajido también puede ser héroe, y ese ablandamiento, ese abandono del hombre del pasado (macho, viril, des afanado) termina por traerle una cruenta paga.
Pero ¿Quién llora su pérdida? En pantalla son sólo unos cuantos segundos de (pseudo)luto para este personaje, en donde no corre ni una lágrima. Aunque él fuera el nuevo “padre”, sus hijos no son incapaces de sentir su perdida, pues los lazos que los unen son livianos, apenas tejidos en un guion truculento, más melodramático que intenso, mucho más preocupado por el avance de una historia de acción, que una de aventuras, o fantástica. Hay muy poco de las sagas originales en esta nueva entrega, muy poco en real esencia, pues, entre guiños y la aparición de los actores originales, se solventan esas carencias. Se propone muy poco, ya hablamos de las nulas percepciones filosóficas, sociales o psicológicas que habitan en los diálogos de ésta entrega; y por supuesto que la filosofía del “Episodio IV” puede resultar barata, para los muy académicos, pero había una necesidad, e intención, de cambio. El éxito de aquella película no fue fortuito, ni resultado del marketing, fue gracias a lo que significó ver aquello en una pantalla de cine, ver el simbolismo marcado en imágenes y palabras sobre el triunfo, sobre lo que se puede llegar a ser, y sobre la esperanza que habita en la fuerza.