Por Lorena Loeza

Ser juglar en el medioevo implicaba ser un artista complejo, capaz de manejar y usar distintos lenguajes artísticos para transmitir un mensaje, contar una historia. Lo más parecido al lenguaje multimedia actual, usando solamente los recursos de la época: instrumentos musicales rudimentarios y una habilidad extraordinaria para combinar música con poesía.

En la actualidad, los cineastas son en cierto modo, herederos de esa extraordinaria facultad de combinar artes a través del cine para contar una historia.  El llamado cine de autor tiene muchos ejemplos destacados de cineastas que encuentran la manera do combinar artes variadas para contar cosas, conmover, mover a la reflexión.

Dentro de este selecto grupo, ocupa un lugar con todo derecho Darren Aronofski. Su última cinta, la muy premiada y comentada El cisne negro (Black Swan, 2010) es una muestra de la maduración alcanzada en el tratamiento de un tema que parece ser una fuente de inspiración privilegiada para el cineasta: la obsesiones que conducen a la locura.

Son tres las variaciones que le hemos visto sobre el mismo tema: Pi, el orden del caos (Pi, the chaos order, 1988), Requiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000) y Cisne negro (Black Swan, 2010).  De la primera a al tercera, hay una diferencia evidente entre el presupuesto que permite realizar las películas. Sin embargo, si bien los recursos le permiten a Aronofski echar mano de actores destacados, el estilo narrativo madura de formas atrayentes, que finalmente no son resultado de la disposición de recursos, sino del crecimiento personal y profesional del cineasta. 

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Pi, el orden del caos, es una alucinante propuesta acerca de la obsesión por los números, el poder y el control. La posibilidad de poseer capacidad de predicción sobre sistemas que no lo tienen, (como la bolsa de valores u las decisiones de Dios) da como resultado un alucinante viaje a través de la mente solitaria de un matemático y su obsesión por la predictibilidad usando el lenguaje matemático.

Aronofski aprovecha la historia para lanzar preguntas y premisas perturbadoras: ¿porqué nos obsesiona la idea del control?¿No es ridículo y pretencioso intentar predecirlo todo? Al final entendemos que tenemos control sobre muy pocas cosas, en realidad probablemente en ninguna.  Y es bueno – y mentalmente sano- que así sea.

Esta primera película sorprende al mundo por su original tratamiento de las obsesiones que te colocan en el limite de la cordura. Sin embargo, todavía veríamos un interesante desarrollo de la premisa a través de otro de los trabajos del director.

Aronofski realiza una interesante variación del tema de la obsesiones – utilizando  incluso algunos de sus recursos ya mostrados – en Requiem por un sueño.  Perturbadora, deprimente e incluso opresiva, son algunos de los adjetivos que se le pueden dar a  esta historia que gira sobre las obsesiones y la soledad, los sustitutos de la felicidad que nos llevan a perder la cordura y el control. 

Aquí el desencanto es el principal protagonista. Una desesperanzadora imagen de la vejez, del conformismo, del no futuro.  Aronofoski hace gala de recursos narrativos que ya le habíamos visto: las alucinaciones del protagonista del desequilibrio y la famosa secuencia de la ingesta de drogas que también vimos en “Pi…” Sin embargo, en esa primera propuesta había esperanza de entender lo absurdo de la obsesión, mientras que en “Requiem…” la esperanza no nos brinda segundas oportunidades.

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Pero vemos otros elementos que empiezan a ser parte del estilo del director: las alucinaciones (con las hormigas en Pi, con el refrigerador en Requiem), ambientes cerrados, encierros que llevan a la desolación y una deprimente mirada a uno mismo, cuando el dialogo hacia fuera está cancelado, son las líneas que el  director explota desde perspectivas distintas.

Pasaría casi una década antes de que Aronofski volviera a presentarnos una nueva variación sobre el mismo tema. El 2010 y después de casi dos años de preparación, llega a las pantalla Cisne Negro (Black Swan) que ya algunos señalan como la muestra tangible de la maduración personal y profesional del cineasta.

Cisne Negro explota nuevamente la soledad, y las obsesiones que conducen a la locura, pero ya no por la idea del control, ni la de la desolación.  Cisne Negro es la rebelión hacia el interior del ser enfrentado con el deber ser. Control,  disciplina impuesta y soledad por elección, nos llevan al infierno de la autorepresión, a la insensibilidad por miedo al espejo, al reconocimiento de nuestro propio y atemorizante lado oscuro.

Cisne Negro es más oscura que sus predecesoras y el punto medio de la esperanza. No hay final feliz, pero tampoco la sensación de que toda lucha interna  esta irremediablemente perdida. Fiel a la expresión del relato clásico romántico, la muerte es la consumación de la búsqueda. Mejor morir en el drama de la comprobación, en la eternidad de la respuesta, que seguir viviendo sin encontrar el sentido.  Las alucinaciones también están presentes en los objetos inanimados,  e incluso en la versión que la protagonista tiene de sí misma, cuando permite que finalmente la domine su propio cisne negro.

La propuesta tiene además la enorme virtud de no ser moralista ni sermoneadora. Es una fábula trágica, artísticamente recreada donde se nos muestra como el crear arte o belleza no siempre resulta suficiente para remontar con éxito las frustraciones cotidianas.

Alucinante,  poco optimista, a ratos escalofriante y al final estremecedora, son algunas de las maneras en que se puede calificar la película.  Una combinación de lenguajes y propuestas artísticas combinadas con la maestría de quien reinventa un clásico romántico, para devolverlo en una oscura y fascinante reinterpretación.

Un estilo que encontramos en su expresión más madura después de la tercera variación sobre el tema. Sí, parece que para Aronofski, la tercera si resultó la vencida.

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