Crónicas RMFF: El hombre que vivió en un zapato

Por Ulises Pérez Mancilla. Enviado

Playa del Carmen. “Es más,
yo compro este documental. Quiero comprarlo. Quiero tenerlo conmigo y
verlo una y otra vez”, dijo una joven del público local antes de que se
le quebrara la voz, en una de esas sesiones de preguntas y respuestas
con presencia del director al finalizar la proyección de su película. A
veces víctimas de silencios sepulcrales, a veces obligados a responder
preguntas soquetes o a recibir innumerables elogios; los directores se
someten, hechos un mar de nervios, a la tradicional dinámica de dar voz a
la audiencia.

A Gabriella Gómez-Mont, que se presentó en la
Sección Plataforma Mexicana en el Festival de la Riviera Maya con su
ópera prima documental “El hombre que vivió en un zapato”, le fue más
que bien. Opiniones sinceras de voces emocionadas le agradecían haberles
disparado tantos sentimientos como capas tiene la historia de “El
Güero”, su protagonista, un hombre al que ella conoció cuando era niña y
que por mucho tiempo, fue cautivada por sus historias quijotescas.

Durante
la proyección hubo risas, identificaciones, carcajadas francas que
parecían sacar pancartas de apoyo con las leyendas: “Todos somos el Güero” ó  “Yo también tengo una familia disfuncional”; pero también, y
lo digo como publicidad favorable, hubo quienes abandonaron la sala.
Detrás de mí, una fila completa (de una función con butacas llenas)
abandonó la proyección cuando Pilar Boliver, declaraba con ímpetu y con
los pezones salidos, su teoría sobre lo normal. En la pantalla, la
artista del performance también conocida como “La congelada de uva”, era
presentada como el primer desamor de “El Güero”, lo que motivó que a su
actual esposa (Sonia) y madre de su hijo (Pablo), la encerrara en una
habitación durante un año antes de casarse con ella e irse a vivir a un
basurero adentro de un zapato.

Pero, ¿de qué trata este documental?

La
directora comparte la cotidianeidad de “El Güero”, que sin tener un
desorden mental diagnosticado, ha elegido vivir esta vida a través de la
locura. Con una lucidez estructural, tanto de un lado como del otro,
Gómez-Mont obtiene la complicidad de un tipo
paranoico/idealista/extremo, con quien el público encuentra semejanza a
partir de la imposición de un respeto a su diferencia; así como de la
esperanza que genera la posibilidad de construir su propia esfera de
orden lógico-moral (un escudo protector).

Gabriella, creadora
también de Tóxico Cultura (una organización gestora de proyectos
culturales), aborda con arrojo la complejidad de la estructura familiar
justamente desde una familia atípica cuyos absurdos están sustentados en
los arquetipos más arraigados. Y no sólo eso, la exposición de cada
personaje aquí, es un despliegue de complejidad existencial que nos
lleva a descubrir que la locura es una madeja de hilo negro pateada por
un gato. El que esté libre de desequilibrio emocional, que tire la
primera piedra.

Gómez-Mont dispara líneas argumentales por
doquier y pinta una acuarela moralmente abstracta: de la filosofía de la
vida ligera a la cruda radiografía social, hecha mano del lado sensible
y “dulzón” de José Luis Robles Gil (“El Güero”), pero también, el
documental se mantiene en todo momento dentro de una dura línea de
negación de la realidad que lo saca de la caricatura del lunático buena
onda (que tanto gusta al público) y lo transforma en un ser cuerdo
neurótico y a la postre cruel con su familia y con él mismo.

Las
lecturas están a disposición del público planteadas de manera clara
desde el inicio de la película, con ligeras exposiciones de la familia
“al exterior” y con “lo social”, para después desarrollar la historia al
interior del hogar donde permea un pasado perturbador que se aborda,
pero no se desarrolla: los padres de “el hombre que vivió en un zapato”
(que también se hizo pasar por lámpara humana… y que dice haber
descubierto una nueva forma de ver el universo… y que no puede pasar más
de cuatro horas con los ojos abiertos… y que no le gusta mirar a los
ojos a su primogénito), es hijo de una pareja de abolengo político cuya
relación estuvo basada en la fascinación del padre por el Marqués de
Sade. El mismo que advertía en el prefacio de 120 días de Sodoma: “toma
lo tuyo y permite que el prójimo escoja los placeres propios”.

En
la sala no sólo a la chica le ganó el llanto mientras felicitaba a la
realizadora, en ese momento acompañada por el fotógrafo Rodrigo Sandoval
(egresado de Centro), un hombre se puso de pie declarando que él
también era diferente por portar con frecuencia faldas escocesas, luego
otro y otro y otro más pidieron el micrófono. “El hombre que vivió en un
zapato” había logrado hacer magia con el público y convirtió la sala en
una especie de reunión de AA en torno a un invitado: “El Güero”.

Gómez-Mont dispara líneas argumentales por doquier y pinta una
acuarela moralmente abstracta: de la filosofía de la vida ligera a la
cruda radiografía social…