El punto de vista del muerto: dónde cine y literatura confluyen

Por Pedro Paunero

“Vampyr” es la única película que merece ser vista varias veces.
Alfred Hitchcock.

“Vampyr” (aka “La bruja vampiro”, aka “La extraña aventura de David Gray”, 1928) la visión particular y libre del relato clásico de amores vampíricos y lésbicos del autor irlandés Joseph Sheridan LeFanu, “Carmilla” y “La posada del dragón volador”, supuso el primer fracaso del cine sonoro del realizador danés Carl Theodor Dreyer, que lo llevó a una depresión profunda, no volviendo a filmar hasta más de una década después. Dreyer, director difícil, alejado de las masas y, para alguna parte de la crítica, quizá el mejor realizador de la historia, logró con esta cinta que, pasado el tiempo, llegara a convertirse en obra de culto entre los aficionados al género de horror aunque escapa a todo intento de clasificación estricta. Como señala el crítico Jonathan Rosenbaum del Chicago Reader (1):

Una sinopsis de la película no sólo la traiciona, sino que la tergiversa: aunque nunca deja de hipnotizar al espectador, echa por tierra los convencionalismos del punto de vista narrativo y la continuidad e inventa un lenguaje narrativo propio. Algunos de los estados anímicos e imágenes que expresa dicho lenguaje son sobrenaturales: el largo viaje de un ataúd desde la aparente perspectiva del cadáver…

Vicente molina Foix en un breve ensayo sobre cine y literatura, “El mirón literario” (2) hace hincapié en “la intensidad desnuda de un Dreyer” y al referirse a las dos únicas películas filmadas tanto por Jean Genet como Samuel Beckett (ambos escritores metidos a cineastas para expandir su lenguaje) “son manifiestos sobre el descubrimiento por parte de dos literatos del cine como instrumento único, inefable, de captación o redefinición de lo real” que también atañen al cine de arte de Dreyer. Es en este punto dónde la técnica desnuda y esa redefinición de “cómo se ve”, de la percepción íntima y la manera de trasmitir esa percepción, dónde “Vampyr” y una novela significativa de la escritora chilena Maria Luisa Bombal confluyen.

    “La amortajada” de María Luisa Bombal (3).

Sobre esta novela corta, publicada en 1938, expresó Jorge Luis Borges:

Libro de triste magia, deliberadamente “surannée,” libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nunca nuestra América.

Una mujer, Ana María, yace muerta, amortajada en su lecho de sábanas bordadas, perfumadas de espliego con su batón de raso blanco. Pero es capaz de “ver,” recordar y reconstruir sus memorias. Y es capaz de comprender a través de un tipo de consciencia en la introspección de la no-muerte.

Comienza en tercera persona por boca de un narrador omnisciente.

Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas. A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía. Porque Ella veía, sentía.

Siguen algunos pasajes conscientemente tratados con la técnica del “flashback” cinematográfico.

-Te recuerdo, te recuerdo adolescente. Recuerdo tu pupila clara, tu tez de rubio curtida por el sol de la hacienda, tu cuerpo entonces, afilado y nervioso. Sobre tus cinco hermanas, sobre Alicia, sobre mí, a quienes considerabas primas -no lo éramos, pero nuestros fundos lindaban y a nuestra vez llamábamos tíos a tus padres- reinabas por el terror. Te veo correr tras nuestras piernas desnudas para fustigarlas con tu látigo. Te juro que te odiábamos de corazón cuando soltabas nuestros pájaros o suspendías de los cabellos nuestras muñecas a las ramas altas del plátano. Una de tus bromas favoritas era dispararnos al oído un salvaje: ¡hu! ¡hu!, en el momento más inesperado. No te conmovían nuestros ataques de nervios, nuestros llantos. Nunca te cansaste de sorprendernos para colarnos por la espalda cuanto bicho extraño recogías en el bosque. Eras un espantoso verdugo, Y, sin embargo, ejercías sobre nosotras una especie de fascinación. Creo que te admirábamos.

“La amortajada” tiende hilos conductores con otra novela posterior, más acabada y ambiciosa, “La muerte de Artemio Cruz” (1962), del mexicano Carlos Fuentes.

Posteriormente la narración continúa con una primera persona bajo la forma del flujo de conciencia de parte de Fernando, un antiguo amor no correspondido por parte de la protagonista tomando tintes convenientemente melodramáticos:

“Ana María, ¡es posible! ¡Me descansa tu muerte! Tu muerte ha extirpado de raíz esa inquietud que día y noche me azuzaba a mí, un hombre de cincuenta años, tras tu sonrisa, tu llamado de mujer ociosa. En las noches frías del invierno mis pobres caballos no arrastrarán más entre tu fundo y el mío aquel sulky con un enfermo dentro, tiritando de frío y mal humor. Ya no necesitaré combatir la angustia en que me sumía una frase, un reproche tuyo una mezquina actitud mía. Necesitaba tanto descansar, Ana María. ¡Me descansa tu muerte! De hoy en adelante no me ocuparán más tus problemas sino los trabajos del fundo, mis intereses políticos. Sin miedo a tus sarcasmos o a mis pensamientos reposaré extendido varias horas al día, como lo requiere mi salud, Me interesar· la lectura de un libro; la conversación con un amigo; estrenaré con gusto una pipa, un tabaco nuevo. Si, volveré a gozar los humildes placeres que la vida no me ha quitada aún y que mi amor por ti me envenenaba en su fuente. Volveré a dormir, Ana María, a dormir hasta bien entrada la mañana, como duermen los que nadie ni nada apremia. Ninguna alegría pero tampoco ninguna amargura. Sí, estoy contento. Ya no necesitare defenderme contra un nuevo dolor cada día. Me sabías egoísta, ¿verdad? Pero no sabías hasta dónde era capaz de llegar mi egoísmo. Tal vez deseé tu muerte, Ana María”.

No será sino hasta los párrafos finales dónde “el largo viaje de un ataúd desde la aparente perspectiva del cadáver” de la cinta de Dreyer es descrita por el narrador de “La amortajada”, cuando leemos que el cuerpo de Ana María es depositado en el ataúd:

Ve oscilar el cielo-raso; resbalar; sus ojos entreabiertos perciben casi en seguida otro, blanqueado hace poco; es el de su cuarto de vestir. Una enorme rasgadura, obra del último temblor, la hace reconocerse luego en el cuarto de alojados. Largas filas de habitaciones van mostrándole así ángulos, molduras, vigas familiares. Ante cada puerta se produce matemáticamente un breve alto y ella adivina que la excesiva estrechez del umbral dificulta el paso de quienes la cargan. (…) De pronto el cielo sobre sí. (…) ¡El cielo! Un cielo plomizo donde los pájaros vuelan bajo. Dentro de unas horas lloverá nuevamente. (…) Otra vez corre el cielo sobre su cabeza. (…) Poco a poco se despeja el cielo. Ella divisa el disco, aún pálido, de la luna, en su cuarto menguante.

José Gómez Sicre en un artículo titulado “La escritora de la niebla” recuerda cómo María Luisa Bombal estuvo presente en el rodaje de “La pasión de Juana de Arco” (1928), la grandiosa cinta muda de Dreyer y su entrevista con el director danés, lo que establece esos nexos narrativos entre el pasaje de “La amortajada” y el famoso plano de “Vampyr” al conocer la autora plenamente el trabajo del realizador y comprender –entendemos-, la técnica cinematográfica.

“Vampyr” forma parte de esas cintas para muchos indigestas, una obra de arte vanguardista

    “Vampyr” (4).

Concebida como una película muda (en cuatro versiones: danesa, alemana, francesa e inglesa) a la que se añadió sonido en estudio por parte de Wolfgang Zeller, fue financiada por un cinéfilo holandés, el barón Nicolás de Gunzburg (con el seudónimo de Julian West a quien Dreyer conociera en una fiesta) que reclamó para sí el papel del protagonista principal, el asombrado Allan Gray (David Gray en algunas versiones), quien llega una noche a la aldea de Courtempierre dónde suceden hechos sobrenaturales: voces, rostros extraños, sueños inquietos, visitas nocturnas, sombras que tienen vida autónoma a la de sus poseedores, imágenes que van hacia atrás, llantos de niños que no existen, desdoblamientos de los personajes. Gray da con un castillo dónde le transfunde sangre a una de las dos hijas de Bernard, el dueño, y cae presa de visiones anómalas, oníricas, entre las que se cuentan precisamente la de su entierro vivo. Lee en un tratado sobre los vampiros el caso de una vampira, que obedecía al nombre de Marguerite Chopin, que asolaba la aldea y está enterrada en su cementerio. Al final abrirán su tumba, le clavarán una estaca en el pecho y la chica recobrará la salud. Es relevante la manera en que Dreyer apuesta a la atmósfera y el trabajo de cámara (de Rudolph Maté quien ya había trabajado con Dreyer en 1928 en “La pasión de Juana de Arco”) y menos al terror físico o las entidades sobrenaturales en un escenario contemporáneo. Para cualquier cinéfilo que se precie se trata de una película sumamente estimulante y sofisticada al presentarnos ángulos inéditos, movimientos de cámara y perspectivas aún hoy novedosas y fascinadoras.

    La secuencia (5).

Allan Gray yace en el interior del ataúd, rígido, la cabeza hacia atrás, boquiabierto. Su doble traslúcido y asombrado lo observa. Sobre la tapa del ataúd puede leerse: “Aus Stab bist du geworden-zu Staub sollst du wieder werden” (“Polvo eres y en polvo te convertirás”). Un hombre coloca la tapa. Vemos la tapa desde la perspectiva de Gray a través de la mirilla de vidrio y cómo el hombre que ha puesto la tapa la atornilla con un berbiquí. Vemos un par de manos colocar y encender un cabo de vela sobre el vidrio y otra mano que coge el cabo de vela. El rostro de la anciana vampiro asoma sobre la mirilla sosteniendo en la mano la vela. El ataúd es levantado y transportado. Vemos fragmentos de techo, sombras oscilantes, el rostro del médico malvado asomando por la mirilla, el dintel de la puerta, las ramas de los árboles, el cielo, se escuchan campanas, la torre de la catedral se mueve lenta en un semigiro, luego la fachada, el cielo y más árboles. La procesión con el ataúd pasa al lado de la banca dónde el cuerpo de Gray perdiera anteriormente el alma. La procesión se desvanece a la vez que Gray se solidifica. Abre los ojos. Despierta.

Tanto en la cinta de Dreyer como en la novela de María Luisa Bombal las subjetividades de los personajes son rotas por momentos, haciéndonos entrar y salir a través de varios planos narrativos y cinematográficos. De esta forma la secuencia del ataúd siendo transportado (en ambas obras) y la perspectiva del cadáver, es interrumpida por la descripción (en el libro) del paisaje, los personajes o el flujo de conciencia de la amortajada mientras en la cinta lo es mediante la varios cortes en primer plano del rostro inmóvil de Gray en el interior del ataúd y con la cara enmarcada por la mirilla (desde fuera, con intención eminentemente narrativa y dejar en claro que Gray está mirando con ojos inmóviles esa sucesión de imágenes danzantes del paisaje), o aquellos dónde vemos las acciones del médico malvado, aliado de la bruja.

Uno de los objetivos de Carl Theodor Dreyer se cumplía a través de esta película (obra maestra del montaje y la fotografía, entorpecida por momentos con los pasajes del tratado sobre vampiros) cuando exclamó que deseaba:

Crear en la pantalla un sueño despierto y mostrar que lo espantoso no se encuentra en lo que nos rodea sino en nuestro propio subconsciente.

“Vampyr”, pues, forma parte de esas cintas para muchos indigestas, un dechado de descubrimientos técnicos, una obra de arte vanguardista que ha tenido influencia en la forma de hacer la literatura del Siglo XX al grado de hacernos comprender aquella remembranza que de un filósofo de la talla de José Ortega y Gasset hiciera Luis Buñuel en “Mi último suspiro” (6):

     Después de las proyecciones, Ortega y Gasset me confesó que, de haber sido más joven, se habría dedicado al cine.

       

    Notas:

(1)    Schneider, Steven Jay et. al. “1001 películas que ver antes de morir”. Ed. Grijalbo. Sexta edición actualizada, agosto 2006.

(2)    Molina Foix, Vicente. “El mirón literario (el cine de Jean Genet, Samuel Beckett y Eugene Ionesco)”. Véase online: http://bduimp.es/archivo/conferencias/pdf/08-10_84_10040_06_Molina_Miron_idc15090.pdf  

(3)    Bombal, María Luisa. “La última niebla, la amortajada y otros relatos.” Planeta. Primera reimpresión. México, abril de 1999.

(4)    La película puede verse completa en el siguiente enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=Ky1echTJeTk

(5)    El guión es de Dreyer y de Christen Jul. El argumento en francés se puede cotejar online: http://issuu.com/dreyer/docs/vampyr-dreyer-dfi

(6)    Disponible online:

http://monoskop.org/images/b/bd/Bunuel_Luis_Mi_ultimo_suspiro.pdf

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.