* El actor habla de su interpretación como David Alfaro Siquieros en el filme ‘El mural’
Noticine-CorreCamara.com
Bruno Bichir no puede esconder el entusiasmo que le despierta hablar de
David Alfaro Siqueiros, el muralista mexicano que le toca interpretar
en “El mural”, película de Héctor Olivera que llega a las pantallas
argentinas este jueves. El actor, que lleva uno de los apellidos más
célebres de la escena artística mexicana, tampoco oculta que ponerse en
los zapatos de tamaña figura es hasta la fecha su trabajo más
movilizador, que lo dejó sin dormir dos meses, le generó taquicardias y
le empujó a un proceso creativo muy complejo. Así lo contó a Cynthia
García Calvo en esta entrevista exclusiva.
“Espero serle fiel a un hombre tan hermoso, vibrante, rabioso,
lleno de amor y pasión por su arte y la sociedad”, detalla Bichir en su
breve visita a Buenos Aires con motivo del estreno local de esta
coproducción argentino-mexicana, que llegará a tierra azteca en el mes
de febrero.
“El mural” relata una historia de pasiones,
secretos, tragedia y poder que se desarrollaron al compás de la
creación de Ejercicio Plástico, un mural que Siqueiros realizó junto a
un grupo de artistas rioplatenses en el sótano de la casa de Natalio
Botana, millonario fundador del diario Crítica.
Considerada una pieza
clave de la plástica latinoamericana del siglo XX, luego de la muerte
de Botana, la obra fue oculta bajo cal, más tarde fragmentada y
repartida en contenedores que permanecieron por 16 años a la
intemperie, en medio de una maraña de cuestiones judiciales; hasta que
la expropiación por parte del gobierno dio inicio a un proceso de
restauración que finaliza en breve para su exhibición al público.
La
acción de la película transcurre en 1933, cuando Siqueiros (Bichir)
llega a Buenos Aires para dar una conferencia en la Asociación Amigos
del Arte. Tiene el deseo de pintar en La Boca un mural de temática
revolucionaria. Pero el clima político de la época le impide lleva a
cabo sus objetivos. A cambio, recibe la invitación de Botana (Luis
Machín) de realizar una obra en el sótano de su quinta. Luego de
plantearse si es correcto atender el pedido de un burgués, Siqueiros
comienza a dar forma a su obra, mientras la llegada de su pareja, la
poeta Blanca Luz Brum (Carla Peterson), altera el delicado equilibrio
en la convivencia de la familia Botana, donde la esposa del millonario,
Salvadora Medina Onrubia (Ana Celentano), es presa de sus
contradicciones y secretos.
– ¿Cuál es su visión de David Alfaro Siqueiros, y a qué respondió tu deseo de interpretarlo?
Ciertamente
tenía yo una ansiedad o deseo secreto por interpretar a David Alfaro
Siqueiros, en algún momento dado de su vida y de la mía. Me parece un
personaje fascinante, es un hombre de izquierda, un hombre congruente,
un hombre que no claudicó nunca, un hombre consecuente, profundamente
aguerrido y defensor de su propia concepción del arte público y social.
Y todo eso a mí me empata, me atrae. Y su constante investigación de
nuevas herramientas creativas y su visión de colaboración con sus
compañeros creadores. Su sentido del humor. Comparto muchas cosas. Pero
pensé que ya no iba a poder interpretarlo porque ya en algún momento
dado a través del personaje también fascinante de Frida Kahlo, se ha
tocado aleatoriamente la figura de Siqueiros en al menos dos películas
importantes: la de Paul Leduc, donde Salvador Sánchez hace una
interpretación soberbia de Siqueiros, y una triste –considero con todo
respeto- y profundamente alejada visión de Antonio Banderas sobre el
personaje en la película que desarrolló Salma (Hayek) y Julie Taymor.
Pensé que simplemente no iba a tener oportunidad, tal vez en un
cortometraje o en un docudrama. Pero no de esta manera.
– ¿Estaba al tanto de esta historia de Siqueiros en Buenos Aires?
Este
pasaje de Siqueiros en Buenos Aires no está propiamente en el
inconsciente colectivo de los mexicanos. De hecho, nuestro
conocimiento, nuestro cariño por el personaje, está ligado a una etapa
posterior, mucho más madura de Siqueiros, desde sus 45, 50 años en
adelante. Y cuando vino a Buenos Aires tenía unos treinta y pico, y
tuvo todas estas contradicciones y complejidades con su propio punto de
vista sobre el arte, sobre la actividad social y política, y su
vinculación con el poder, el amor, la pasión y sus preocupaciones
personales. A mí me parece que este pasaje concreto de Siqueiros en
Buenos Aires explica su férrea personalidad, que después en la Guerra
Civil Española termina de ser profundamente congruente y de una pieza
inamovible con toda esa experiencia que lo vulnera por un lado y lo
convulsiona en todos los niveles. Tan es así que unos años después se
va a esta batalla, esta defensa ideológica, moral, social de la
República Española y deja la pintura de lado durante un tiempo muy
considerable para un creador tan feroz, tan vital, tan apasionado de su
propia capacidad creativa. Sólo así se explica. Es cómo el eslabón
perdido de su vida. Este pasaje hace que todo encaje porque si no sería
un hombre sobrenatural porque sería alguien que nunca dudó, nunca
tropezó. Este pasaje lo muestra profundamente humano, ambiguo, dudoso,
contradictorio, culposo, complejo.
– Justamente le
quería preguntar cómo se aborda un personaje de estas características,
que en su caso le interesa particularmente, ¿desde el mito o desde el
hombre?
En
lo que respecta a los mexicanos, es una figura muy difícil de llevar a
hombros. Siempre mi acercamiento a cualquier personaje es a partir de
su esencia anímica, de su fantasma, no necesariamente porque esté
muerto o haya existido. Mi acercamiento a cualquier personaje es
absolutamente sensorial en primera instancia, y así sucedió. Y después
verme en grandes dificultades por despojar este pedestal, porque por lo
menos yo tengo en altísima estima tanto su persona como su trabajo. Me
abruma, me sobrepasa la figura de David Alfaro Siqueiros. Espero haber
sido mínimamente congruente y fiel, justamente apostando a sus
contradicciones y vulnerabilidad. Lo coral del guión me relajó
muchísimo. No solamente me relajó saber que el peso dramático de la
historia no recaía exclusivamente en Siqueiros, sino que se repartía el
juego dramático en distintos puntos de vista, en distintas
cosmovisiones y pasiones de varios personajes fascinantes. Pude
dimensionar que se trataba de la vida de personas en un momento
determinado y no de la vida iconográfica de un ser. Al leer el guión,
fue despojado de la estampa, de la rotonda de los hombres ilustres, y
se volvió humano.
– ¿Cómo fue el proceso creativo para llegar a ello?
Afortunadamente
por internet ahora se puede encontrar material realmente preciado.
Héctor me hizo llegar mucho material. Y tuve la oportunidad de que me
abrieran la puerta de la Casa de Arte Pública Siqueiros en la Ciudad de
México, y tuve acceso a archivos entrañables y material audiovisual. Lo
vi caminar, sentarse, relacionarse con otras personas; y no me lo
imaginaba así. A nivel popular, no tenemos toda esa información. De
hecho, la información que tenemos es la de un hombre iracundo, con el
seño fruncido, incendiario, a favor de las causas sociales, el
proletariado, el campo mexicano y la lucha sindical. Empezar a
encontrar esa parte fue fascinante. Y te confieso que hubo una liga muy
cercana, una empatía muy fuerte, con mi padre. Vi a mi padre ahí. Mi
padre es director de teatro, es de campo y de izquierda, y es un ser
contradictorio. Es profundamente suave y delicado, y profundamente
iracundo. Empecé a encontrar unos símiles absolutamente escalofriantes
y felices. Así que hice un homenaje a tres bandas: al pueblo mexicano y
toda la iconografía visual que nos brindaron los creadores, a Siqueiros
y a mi padre.
– La historia se desarrolla en paralelo
a la realización de ejercicio plástico, que actualmente se está
restaurando para que finalmente pueda exhibirse al público, ¿qué
considera que aportará ese mural a la obra de Siqueiros?
En
mi cabeza, en mi corazón, estoy convencido que una vez que se
reinaugure su mural en la Argentina, la percepción de la importancia
creadora de Siqueiros dará un vuelco insospechado en su trayectoria en
el mundo. Curiosamente un trabajo que no necesariamente se vincula a su
postura social o política, que es un mero ejercicio plástico como él
mismo lo denomina. Y que es brutal, me parece.
– Ya tuvo oportunidad de ver la película, ¿qué piensa del resultado?
Estoy
contento con el resultado. Creo que hay muchos puntos de aprecio
cinematográfico. Considero que la puesta en escena; el montaje; la
dirección propiamente dicha de Héctor es sutil, sobria, en un medio
tono muy inquietante; que toda la película es congruente y homogénea.
Creo que mis compañeros actores están soberbios: Luis Machín, Sergio
Boris, Ana Celentano, la mismísima Carla (Peterson) hace un trabajo
precioso. Y la fotografía, la música, la ambientación, el diseño de
producción…Creo que es una película que tiene tanto para gozarse que
será una pena que sea desdeñada por cualquier causa. Y lo menciono
porque nuestra cinematografía latinoamericana está pasando por momentos
siempre difíciles. Por eso es tan cuestionable celebrar estás cosas de
revoluciones, por lo menos a título personal, en México lo que menos
somos es ser independientes. Nos cuesta tanto nuestra independencia,
nuestra autonomía, nuestro derecho al trabajo, a las libertades
creativas. Nada más hablando de cine, seguimos bajo la bota y el yugo
imperialista de los Estados Unidos. Es terrible. Por eso es que
defiendo tanto, sobre todo con una película donde las cosas están en su
lugar.
– ¿En México se tiende a criticar más lo que es propio?
Sí,
constantemente. Creo que es un mal latinoamericano. Tenemos un dicho
que nos causa risa, pero es una risa absolutamente amarga: Los
mexicanos son como los cangrejos en la cubeta, no es necesario taparlos
para que se salgan, porque el que se quiere salir es arrastrado por los
otros cangrejos dentro. Yo creo que eso pasa en Latinoamérica. Creo que
tenemos muchos traumas, muchos complejos. Y aún así, confieso que
celebro el desparpajo y el poco pudor, por lo menos cultural, que tiene
el pueblo argentino, como el español. Creo que son dos pueblos
profundamente francos y que no tienen ningún tapujo en contar lo que
tienen que contar, pese a quien le pese. Y nosotros como mexicanos
tenemos esa triste y siempre reflexiva visión del choque cultural que
tenemos con España. Nos ha vuelto muy complejo. Tenemos arraigada la
conquista. Por más que digamos que no fue una conquista, que fue un
choque de culturas, fue una conquista. Nosotros decimos mucho ¡mande!
cuando alguien nos habla, eso es profundamente extraño. Yo tengo la
costumbre de decir ¡a sus ordenes!, lo cual en otros países causa risa
y sorpresa. Tenemos muy entrelazado a nuestro código genético ese
sometimiento de 500 años. Y el indio mexicano que es un ser
hermosísimo, sabio y muy sensible, pues tuvo ese contacto feroz con la
brutalidad y lo violento que fue la llegada del ejército español.
Además llegaron puros asesinos y la escoria. Y por otro lado, la
iglesia con todo su armamento ideológico. Somos una complejidad muy
ruda y eso se refleja por momentos.
– ¿Cómo se traslada eso al cine?
Por
ejemplo, nos cuesta mucho hacer películas de alta calidad, de alto
compromiso, que toquen temas genéricos del cine. Nos cuesta mucho hacer
un thriller, una comedia franca, una comedia romántica, una película de
terror. Nos cuesta mucho trabajo porque estamos profundamente pudorosos
frente a nuestras artes y creemos que tenemos la obligación pseudo
intelectual de contar historias profundas, complejas y oscuras, que
hablen de los infiernos de nuestra sociedad y nuestras almas, y eso me
parece glorioso porque yo mismo como creador lo hago, pero se nos
olvida crear industria. Por pudor. Y cuando se hacen esos intentos no
cumplen los estándares, quedan desveladas las intenciones económicas.
Son polos opuestos. No podemos todavía hacer una gran comedia romántica
que atasque las salas, se lleve todos los premios y que la gente salga
feliz de verla, y que regrese y regrese, y la recomiende. Seguimos
insistiendo. Todos tenemos esa preocupación. Pero nuestra idiosincrasia
no nos lo permite.
– Ha actuado en varias películas
latinoamericanas y “El mural” es una coproducción entre Argentina y
México, ¿cómo ve la integración de los países latinoamericanos en la
producción de cine?
Es
ridículo que en ambos países estemos celebrando bicentenarios y no
tengamos mercados comunes, vigorosos y decididos. Es incomprensible. Es
vergonzoso que no tengamos un mercado cinematográfico común. ¿Cómo
puede ser que antes exista un mercado europeo que un mercado
latinoamericano? Nosotros que tenemos un idioma en común. Yo celebro
mucho aquella película que se la estigmatizó en su momento, “Edipo
Alcalde”. Tuvo mucho problemas porque se decía si estaban en Colombia o
en otro país, se preguntaban por qué hablaban español de Colombia o
español de Cuba. En vez de celebrarse esa fortuna de involucrar cinco
países latinoamericanos en una producción importante. Se criticaba el
idioma. ¿A quién le importa? En España me preguntaban si podía hacer
acento cubano. Sí, podría, pero si no fuera así, ¿qué importa? Hagamos
historias, contemos historias de nuestros males y nuestras alegrías en
Latinoamérica. Independientemente de hacer o no hacer películas en
conjunto, no deberíamos dejar de lado el mercado común. Yo quiero ver
las películas argentinas, cubanas, y quiero ver todas. No nada más las
exitosas o las que ganan premios o las que podrían interesarle al
pueblo mexicano. Yo creo que a todos nos interesaría saber de Perú,
Uruguay, Nicaragua, El Salvador… Entenderíamos quiénes somos, de
dónde venimos y a dónde vamos. Este es un continente joven, lleno de
ideas y de arte.