Impresión digital de un still de la película “Los asesinos de la luna”, donde aparecen JaNae Collins, Cara Jade Myers, Lily Gladstone y Jillion Dion, intervenida con bordado, bisutería y chaquiras. Octubre 27, 2023. Martha Patricia Montero
 

Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

Fue en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) que pude, por segunda vez, visionar “Los asesinos de la luna” (2023), la nueva obra maestra del Maestro Martin Scorsese. Maestro con M mayúscula. Desde que la vi por primera vez en su fecha de estreno he estado buscando las palabras adecuadas para escribir sobre esta épica donde la historia de la humanidad es la historia de la relación entre los opresores y los oprimidos. Una obra magna de una relevancia impactante, la situación que enfrentan los Osage dentro de la cinta es aquella que se observa con los Palestinos en la actualidad, un genocidio lento, cruel y que, si a los opresores les sale bien, será silenciado. Es un milagro que la historia de los Osage salga a la luz, que podamos informarnos al respecto y a través de una de las voces cinematográficas más importantes de la historia, como lo es Scorsese. Es un cuento tan antiguo como la historia, la tragedia absoluta. La corrupción de almas y sus consecuencias, la violencia aquí ya no es dinámica o divertida, como en “Casino” o “Goodfellas”, se trata de planos abiertos, se trata de la crueldad que empuja a tirar del gatillo. Se trata del envenenamiento progresivo, de una falta de sentido moral abismal, donde creemos que, en el acto de matar, puede haber amor.

Lo nuevo de Scorsese entra entre las películas más importantes que el prolífico cineasta detrás de “Taxi Driver” y “El Lobo de Wall Street” habrá hecho. Es una historia que, en sus palabras, Scorsese “siente en los huesos”, lo cual me hace creer que si, al momento de hacer cine, uno no se siente de dicha manera, la pieza simplemente no vale la pena hacerse. También me parece extremadamente complejo poder hacerle justicia a aquel sentimiento, sobre todo cuando se origina en una historia ajena, la de los Osage. Los Osage, al quiebre del siglo 20, fueron mandados a Oklahoma, donde, ¡vaya sorpresa!, los encontró una vasta riqueza petrolera. Los miembros de este pueblo originario de Estados Unidos, marginados y discriminados, pasaron a convertirse en los más ricos per cápita del mundo.

¿De quién es esta tierra? ¿Qué color de piel dirías que es ese?

Mi tierra. Mi color.

Son gente de alto porte, Scorsese así los retrata, la cara en alto, la dignidad ante todo. El ritmo de la película se maneja alrededor de los rituales de los Osage y la explosión de la tragedia que les aconteció. La cinta es, ante todo, una muestra de respeto máximo. No hay ni un grano de soberbia. Desde el inicio de la película sentimos una feroz tormenta acercarse, vemos a los viejos Osage enterrar una pipa que representa una forma de vida, aquella donde la tradición, el lenguaje, la sangre se buscaba preservar. Los niños husmean entre el tejido, escuchan atentos las premoniciones de su futuro. Para Scorsese, y desde siempre, el rol del niño es el del observador inteligente. Pensemos en “Lobo de Wall Street”, cuando Jordan Belfort está drogado y destruido en su cocina, mientras su hija observa. Los niños son, pues, testigos de la violencia, saben reconocer señas que los adultos no tanto. Pensemos en el rol de Peggy, hija de Frank Sheeran, en “El Irlándes”, con pocos diálogos, su personaje es de lo más impactante de la cinta. Ella entiende el misterio de la desaparición de Hoffa, le quiebra el alma. Regresando a “Los asesinos de la luna”, los ancestros entierran la pipa. El petróleo fermenta, listo para explotar y ser explotado, mientras la guitarra desconcertante y magnética de Robbie Robertson, en su última colaboración con Scorsese antes de fallecer, acompaña imágenes de los Osage bailando alrededor del petróleo. Es una danza quizás de celebración, pero como más tarde en la cinta uno de los jefes de la tribu declara: “Cuando este dinero empezó a llegar, debimos saber que vendría con algo más”. Ya que, por supuesto, la supremacía blanca y la avaricia no podían dejar que la suerte divina de los Osage fuera pura, establecen leyes para determinar si los miembros de la tribu son “competentes” de manejar su propio dinero o deben tener un guardia, por supuesto blanco, que lo maneje por ellos. Cada gasto y necesidad debe pasar por su guardia antes de que ellos puedan decidir cualquier cosa. Lo tenebroso está en que, en un plazo corto de tiempo, muchos Osage empiezan a morir de sobredosis, de veneno, de suicidio. De supuestos accidentes. Entre casamientos y demás enredos, su dinero, su headrights, aterriza en manos de blancos. Es un plan elaborado por amigos y amantes, por seres cercanos, que esconden tras su amabilidad el alma del diablo. El Gran Padre Blanco es el Gran Diablo Blanco. Es un complot permitido por el sistema, es el complot que moldea al sistema.

En teoría, ese es el discurso de todo el cine de Scorsese, el mundo no está manejado por aquellos en las importantes oficinas administrativas, sino por aquellos que disparan el arma que permite que aquellos otros estén en dichas oficinas. En “El Irlandés” es la mafia italiana la que manda a Kennedy a la Presidencia. En “Silencio” es la tortura, no la enseñanza, la que evangeliza. Hablando de esas dos películas e incluyendo esta, Scorsese está ya en su estilo tardío. Término originalmente acuñado a los escritores, en referencia a que, al llegar a la vejez, su estilo literario se volvía uno de desnudez. Borges dice: “Bien cumplidos los setenta años, un escritor, por más torpe que sea, ya sabe ciertas cosas”. Hay un sentido de legado e importancia al artista que contraataca; el artista, como nota también Borges, sabe ya sus límites. Quizás no sólo estéticos, pero mortales. Scorsese, al promocionar esta cinta, no deja de reflexionar sobre la cantidad de películas que le quedan. Predice una, máximo dos más después de esto. Espero de todo corazón que el Maestro, aquí, se equivoque y que su cine nos sea eterno. Aquella esperanza es adolescente, inocente y tonta, pero este es el señor que para mí le da la voz al medio, por ende, tiene una significancia masiva en mi vida personal. Las conversaciones de cada sábado, con mi papá, siempre terminan girando alrededor de Scorsese. Al dirigir mi primer corto este verano, no dejaba de pensar en las enseñanzas heredadas al seguir de cerca al buen Marty.

Entonces me cuesta admitir que Scorsese es, ahorita, de los mayores exponentes cinematográficos del estilo tardío. Me cuesta porque aún conque es una etapa de su cine que me fascina e incluye, creo yo, varias de sus mejores películas, de sus más contemplativas y complejas, también incluye admitir que no le queda mucho tiempo. Que al entrar a la sala de “Los asesinos de la luna” estamos entrando a la sala de una de las últimas películas de Martin Scorsese. Menciono que son cintas contemplativas porque el estilo tardío demanda una confrontación directa con la muerte, en el caso de esta cinta, es una confrontación ante los cómplices y orígenes de la muerte. Y nosotros somos los cómplices. Mucho se ha hablado de que en una cinta que gira alrededor de una comunidad como los Osage el protagonista sea el Ernest de Leonardo DiCaprio, quien, sí me permito decirlo, es de los personajes más fascinantes de analizar en la carrera de Scorsese, junto al propio William “El Rey” Hale de Robert De Niro. Pero hay que entender el porqué de esto, a Scorsese, repito, no le pertenece la historia de los Osage. Sólo a los Osage, y son ellos que la vivieron y la respiran, los únicos que realmente la pueden comprender. El rol de Scorsese, y de la audiencia, es el de los asesinos, los perpetradores del crimen. Llámalo el crimen de tener que retratar esta violencia, atestiguar el acto, olvidarlo o cometerlo. Un narrador sorpresa, encargado de cerrar la película, nos recuerda su papel en esta historia: “Los asesinatos no fueron mencionados”, un permiso colectivo que le hemos dado a una infinidad de crueldades históricas.

Es por esto que Ernest es nuestro protagonista, tonto cómplice, berrinchudo niño, asesino en sangre fría, que es el esposo de Mollie interpretada por Lilly Gladstone –Gladstone da, por cierto, la mejor actuación del año–, y es Mollie una de las grandes sobrevivientes de la masacre, todas sus hermanas, madre y amigos cayeron ante los lobos blancos y sedientos de dinero. Veterano de la Primera Guerra Mundial, la actuación de DiCaprio, una de sus mejores, nos muestra a un hombre en estado de lenta desesperación, cuando sus actos le pesan más de lo que podrían mil montañas, le confiesa a William Hale que no siente nada más que arrepentimiento. Es un personaje que Scorsese puede tratar, sus grises y sus extremos nos son familiares a quienes hemos recorrido toda la filmografía de Scorsese. Y es que recordemos, no es una película sobre el surgimiento del FBI, como la portada del libro en el que nos anuncia se basa; no es una película sobre los Osage, posible es que sólo un Osage podría construir algo así; es una película sobre estos asesinatos y por qué permitimos que sucedieran y se olvidaran. Es cruel de observar, es llenar el tanque de enojo y frustración, nuestros límites como espectador nos enfurecen. La edición de Thelma Schoonmaker, colaboradora de toda la vida para Marty, es deslumbrante, todo dura lo que tiene que durar, nada que se pueda cortar o ajustar, son tres horas y media de nulo desperdicio y que, en mi experiencia, se pasan volando ante lo excepcional que es la labor de todos involucrados, mencionemos: la fotografía de Rodrigo Prieto, preciosa y comprensible; las actuaciones, a la medida que una cinta así demanda; la música de Robertson, aterradora y memorable; el diseño de producción de Jack Fisk aprovecha cada centavo del presupuesto de 200 millones, sin lugar a dudas; los vestuarios diseñados no sólo por la excelente Jacqueline West, además es una labor cuyo rol también tuvo la propia comunidad Osage en la producción de la cinta. Los Osage, quienes son dueños de su plano final, donde el tambor resiste y suena con gran poder. Otro nombre: la dirección del Maestro Scorsese, donde cada plano narra algo, donde el simbolismo es respetado, donde sencillamente está puesto, se comprende que el cine tiene que significar, simbolizar e importar, que el cine tiene que ser tratado como un fenómeno que sintamos en los huesos. Podría gritar que es la mejor película del año, y lo es, pero me parece más relevante declarar que es la película más importante del año. Donde tenemos que cuestionar cada aspecto de nuestra humanidad y nuestro rol en la historia. Imperdible de ver en cines, sería un crimen no hacerlo.