Por Matías Mora Montero

La edición número 13 del Festival Internacional de Cine de la UNAM ha dado inicio este pasado jueves y fue el viernes que pude visualizar dos de las cintas más esperadas de esta entrega, las cuales han dejado impresiones fuertes en su primer recorrido por las salas del Centro Cultural Universitario.

Repasemos estas cintas y aquello que las hace formar parte del cine indudablemente imperdible dentro del catálogo del festival. Empezando, pues, con “Saint Omer”, película del 2022 dirigida por Alice Diop, donde seguimos a Rama (Kaije Kagame), novelista que atiende el juicio de Laurence Coly (Guslagie Malanda), quien se encuentra bajo juicio por el asesinato de su propia bebé de quince meses. Y tan sólo con una premisa así sobra decir que la película de Diop pertenece a un cine rudo, poderoso y, sin temor alguno a serlo, necesario.

Cerca del inicio, se indica quien será el jurado del juicio, un momento que en su construcción parece ser decisivo, aunque en el gran panorama de la trama termina siendo absolutamente intrascendente e irrelevante. Queda entonces preguntarnos el por qué de dicha secuencia. La respuesta parece ser la mayor indicación del efecto que la cinta tiene sobre el espectador, aquel hechizo que desata sobre su audiencia para atraparla en su drama de corte: nosotros somos el jurado. El veredicto será sazonado junto a nuestro pensar de la película, la opinión personal de la calidad y calificación de la cinta se desvanecerá ante el cuestionamiento moral impuesto sobre todo aquel que se atreva a adentrarse a las salas que la proyecten.

“Saint Omer” cuenta con infinitos matices, lidia con la cultura, la maternidad, la percepción pública, la empatía y la complejidad de las telarañas que los humanos se arman entre sí. Es una cinta donde sus protagonistas son misterios que, en formas absolutamente distintas, nos llenan de empatía. Es una película aterradora gracias a lo valiente que es. Es una obra feminista y antirracista, sin rebajarse a discursos baratos otorgados en bandejas de plata donde todo lo dictado lo encuentras en Twitter. Oza a más, de manera contundente. Como ejemplo, el racismo que denuncia es uno con raíces en el colonialismo, la ignorancia europea ante el espiritualismo y las culturas ajenas, la gentrificación, todo esto desde un lugar de elegancia donde la mayoría de las palabras escritas en esta oración no son dichas explícitamente en ningún punto de su metraje.

¿Por qué no lo necesita? Porque su discurso no está en la palabra, está en la imagen, en la mirada. Como el cine demanda que sus discursos políticos más efectivos se conciban. Y es que, “Saint Omer” es una película sobrecargada de diálogo, pero habla mucho de su brutalidad el que sus momentos más poderosos se vean acompañados por silencio. La cámara y aquello que ésta capta es suficiente para expandir, abrir o cerrar cada día que la película te pone en la mesa. Secuencias que recuerdan a aquel icónico plano de “Juana de Arco” de Dreyer comunican todo el lenguaje emocional de donde parte la película y de donde cierra, lenguaje que convierte una historia aparentemente ajena en una que nos involucra a todos.

Es el lenguaje de la tristeza, de la aparente locura, del temor, del horrible temor que nos persigue desde pasados y que agobian de inseguridades el futuro, dejando al presente en una nube creada por una niebla de abrumadora confusión.

Simplemente puesto, “Saint Omer” es una de las mejores películas de los últimos años. Te aprieta en la garganta y no te deja ir, sientes la culpa, sientes la necesidad de alcanzar con los brazos a aquellos que no podremos abrazar, pues son tan sólo reflexiones del proyector. Pero ser una de las mejores películas de los últimos años es, si se habla de mí, un título fácil de conseguir, así que elevo diciendo que la película de Diop es una de las más interesantes en mucho, mucho, mucho tiempo. No sólo por su premisa, o por los puntos que maneja, sino por el camino hacia donde los empuja. Un cine, de nuevo, que se debe ver, que es necesario.

Y dejando, lamentablemente, a “Saint Omer” a un lado, pasamos a uno de los estrenos que Mubi trae a esta edición del Festival con la cinta “Pasajes” de Ira Sachs.

Debo admitir que esta es, simultáneamente, la peor y la mejor película que pude ver después de “Saint Omer”, ya que me levantó los espíritus tras el golpe emocional que la cinta de Diop me dejó, pero a la par, no sé qué tanto me abrí a su potencial como película, ya que sería difícil que cualquier película pudiera llegar al nivel de “Saint Omer”. Un milagro hubiera sido encontrar dos obras maestras en un día. Con esto no busco comparar ambas cintas, sería inútil, provienen de polos opuestos. Pero quiero, más bien, explicar que requiero volverla a ver, darle el chance de existir por su cuenta y así obtener una visión más abierta de lo que me pareció.

Pero por ahora, diré varios puntos. Partiendo con que “Pasajes” contiene una premisa sencilla, pero súper interesante. Lamentablemente, no creo que sea llevada a ningún lugar realmente interesante. Me encontré con una película donde el cineasta alemán Tomas (Franz Rogowski) se encuentra en una inestable relación homosexual con el inglés Martin (Ben Winshaw), la cual finalmente explota cuando Tomas le es infiel con Agathe (Adéle Exarchopoulos), una mujer francesa. Todo esto en París, abriendo al choque sexual y cultural. Y me encontré en una sala llena donde, al ser evidente la premisa de la cinta y el tipo de triángulo amoroso alrededor del que gira, hubo gente que se salía de la sala… ¿la creían una trama ofensiva? ¿homofóbica incluso? Y bien que lo podría ser, pero el camino por el que opta contarla se siente como el más seguro posible. Su desenlace es increíblemente predecible estés en México, Alemania, Inglaterra o Francia.

Lo que sí resulta interesante es que, conforme la película avanza, su trama lleva a giros donde un machismo entra a lugar, aparente machismo que, como su aparente homofobia, juega entre la idea de nacer de sus personajes o de la película como tal. Cuestionamientos curiosos de hacerse al salir de verla, pero que no llevan a nada decisivo o interesante porque la película no se atreve a tanto. No te deja realmente nada. Y, sin embargo, es una absoluta joya por ver en el cine.

Es una historia de sátira, sátira naciente de contradicción, de absurdos, de sentidos de desesperación, anhelo y arrogancia de parte de sus personajes.

Y es ahí que la película se vuelve una en donde estallan las risas en su audiencia, vemos el ciclo por el que se condenan los personajes que ante nosotros actúan y no podemos evitar sentir lástima por ellos, una lástima hundida en risas sin cesar ante cada giro dramático que se toma y créanme, de esos hay muchos.

Y por más extraño que esto suene, quiero destacar las escenas de sexo, las cuales me parecen feroces, libres y elevan a la película de una buena película a una que en sí vale la pena destacar, y si sus escenas de mayor conflicto tuvieran la misma pasión que sus escenas de sexo, podría haber sido una gran película. Se queda en eso, en un cine divertido, no necesario. Aunque lidie con tabús como el poliamor, no aspira a romper ninguna de las paredes que han hecho de sus temas tabús. Secretos prohibidos susurrados, no declarados en grito de guerra como deberían.

No es cine revolucionario, es cine para pasarla bien. Y eso no está del todo mal.