Por Ali López

El Cine es el arte que permite jugar con el tiempo; que deja descomponerlo, evadirlo, acomodarlo, dotarlo, eliminarlo y/o consumarlo. Líneas temporales a veces lisas y llanas, a veces geométricas y a veces de Escher, pero es el tiempo, siempre el tiempo, el que hace al cine ser el cine. El tiempo significa movimiento, y cuando algo se mueve ladran los perros; se escucha el murmullo de la tierra rotando para siempre y por siempre. El cine se mueve, a veces lento, a veces rápido, a veces sin forma y otras con una estructura que parece calca; sosa. Y es necesario que cuando el cine avanza se ladre, se hable, se diga.

“O Futebol” (El futbol, Sergio Oksman, España-Brasil, 2015) es un filme exacto, así, llano. Un filme que coloca los matices cinematográficos a un nivel discreto, pero que es sólido, fuerte; de una estructura inquebrantable y sencilla. Sergio no ha visto a su padre Simão en los últimos 20 años, pero ahora, con el inicio de la Copa Mundial de Futbol Brasil 2014, la situación cambia. El hijo le propone al padre ver el torneo juntos, cada día, cada partido; un mes de hallazgo y nostalgias, de reencuentro y nuevas enseñanzas. Un documental relista y personal, lo bastante interno como para volverse plenamente humano.

Brasil alberga una de las mayores festividades deportivas del mundo, y aun así luce gris, demacrado, cansado; justo como Simão, que a pesar de ser un aficionado pleno del futbol, y presumir que nadie sabe más que él sobre este deporte, no ha pisado un estadio en poco más de 30 años. La vida se le va en el trabajo, en las cuentas, en los sueños pasados de las glorias brasileñas. Simão lo anticipa, Brasil quedará fuera de la competición y la final será entre Alemania y Argentina; ya no hay sueño con la verdeamarela, la derrota ha llegado a la zona más peligrosa, las cabezas, las mentes; las almas que ya no esperan. Analogías, simbologías, juegos de cámara que nos muestran un país en decadencia, absorto ante la pantalla, sí, pero más absorto en su propia caída.

La comunicación entre esta familia trunca es poca, viajes larguísimos en auto, en silencio sin radio, sin más anécdotas que las que intentan desenmarañar un tejido anudado por el pasado. La relación padre-hijo sujeta a los resultados, a los diarios, a los gritos de los aficionados que son todos iguales, pero, muy en el fondo, descubren una diferencia, la de estar adentro o estar afuera. El hombre del Siglo XX consumado por el Siglo XXI,  por su vorágine tecnológica y su comunicación incomunicativa. Del pasado sólo quedan afiches, souvenirs, objetos que encierran significados que se han perdido en la mar del tiempo. El tiempo, otra vez el tiempo.

Lo días pasan unos tras otros hasta que terminan por consumirse más no consumarse. Pasan, los días, iguales, lentos, eternos, sin estallidos, sin goles, sin festejos. Pasan los días mientras uno está en la banca, esperando, yéndose, jamás retornando.

“O futebol” es el cine melancólico de la Latinoamérica absorta en un juego de 90 minutos, sin saber que se hará cuando se pite el final. ¿Realmente sabremos jugar? Es el filme temporal de una generación que aún no aprende a ser humana, de una generación que se ha ido por la cloaca, y que se aferra a los sueños rotos de un balón redondo. Es la música apagada de la ciudad silenciosa, del 7-0 que recibió Brasil de Alemania, y del “no era penal” que murmuro mi vecino de sala al ver en la pantalla “México vs Holanda”; ellos siempre tendrán la culpa.

Película imperdible; ganadora de esta y todas las copas.

“Meurtrière” (Mortífera, Philippe Grandrieux, Francia, 2015) es más una pieza de arte que una película, mucho más cercana a la pieza de museo que a la cinta que forma parte de una cartelera. No es un cine narrativo, no es una línea que vaya de punto A a punto B, es una conjunción de imágenes que buscan emanar estética, no una historia. Sí ideas, no ficción.

Cuerpos amorfos que confluyen, que mutan, que forman otros cuerpos. No hay apariencia humana, hay esencia humana. Hay pieles, extremidades, sexos; pero son sólo partes de un rompecabezas poético, son luces, sombras y formas que permiten a la pareidolia apropiarse de nuestra mente.

Con un formato vertical, y sin esa idea narrativa, “Meurtrière” se aprecia mucho menos en una sala se cine de lo que lo haría en una galería; pues se estética rebaza la labor del proyector y el proyeccionista; no es cine para las masas. No es cine para la colectividad, es pieza, es cuadro, una danza, una instalación que merece más apreciación que la de sus 60 minutos de duración. El loop podría ser su fuerte, o el simple vistazo a la idea.

El cine llevado a su máxima potencia, ahí donde todos sus elementos se explotan para formar algo que sea por sí mismo capazas de dilucidar ideas; edición, efectos especiales, fotografía, sonido, todo en favor de una idea, la del autor.

Cines audaces para mentes diferentes.