Jung, Freud y Cornemberg: un método poco peligroso

Por Pedro Paunero

Para Adriana García

“Que esperaba más de la reina de las drogas” dice un brutal poema del autor maldito Eros Alessi. Los seguidores del director canadiense David Cronenberg hace tiempo que se han sometido a tratamiento de desintoxicación de esa droga que terminó volviéndoles adictos a su cine desde los tiempos de “Shivers” (Orgy of the Blood Parasites, 1975), una de sus primeras historias de transformación física a partir de una enfermedad atípica, ya que con Cronenberg ha sucedido algo similar  a lo que pasó con Ridley Scott, se agotaron hace mucho, se vertieron en unas cuantas obras y después, a tropezones, han dado un puñado de cintas pasables y otras tantas aberraciones.

Y es que el Cronenberg de “Un método peligroso” (A Dangerous Method, 2011), ya no es en absoluto el director de la extraña y parafílica “Crash” (1996) que está basada en la novela del mismo nombre a la vez que rinde un homenaje a su autor, J. G. Ballard (nombre que se le da al protagonista en la cinta, a diferencia del original en el libro), novelista en la corriente de la “nueva ola” que cambió la ciencia ficción de mediados de los años sesenta del Siglo XX; la cinta de culto “Cuerpos invadidos” (Videodrome, 1983) o “La Mosca” (The Fly, 1986), dos filmes representativos que le valieron ser ese profeta de lo que él mismo denominó “la nueva carne” y que presentaba en pantalla los resultados escalofriantes de la unión del ser orgánico con la máquina.  

“Un método peligroso”, su incursión en los inicios del psicoanálisis y las supuestas biografías –o, mejor dicho, un episodio en sus vidas- de Carl Gustav Jung y su paciente Sabina Spielrein que terminaría siendo su alumna aventajada, y su amante a la vez, resulta un intento fallido, plagado de inexactitudes (¿”necesarias” para el desarrollo del guion?) y algunas otras truculencias gratuitas. Vale la pena hablar de esta cinta recientemente estrenada en México aunque sea sólo para mostrar cómo, en cierto tipo de cine, vale más el efectismo que la veracidad histórica. Bien, no se trata de un documental, pero…        
Psicoanálisis y cine: antes de “Un perro andaluz” (1929), que nos sumerge en el inconsciente desatado a través de los sueños, la primera cinta que introdujo el psicoanálisis en el cine como forma de popularizarlo (aún con las reticencias de Freud) fue “Secretos de un alma” (Geheimnisse einer Seele, 1926) de G. W. Pabst, y desde entonces, pasando por tantas cintas de Woody Allen hasta el testamento fílmico de Stanley Kubrick, “Ojos bien cerrados” (Eyes Wide Shuts, 1999), basada en la novela corta “Relato soñado” (Traumnovelle, 1925) del introductor del psicoanálisis en la literatura Arthur Schnitzler, el tema ha sido recurrente y se ha transferido como la contratransferencia en el diván del psicoanalista.

El método: La película, basada en parte en la correspondencia entre Freud y Jung y en la adaptación de la obra de teatro de “The Talking Cure” (La cura por habla, como se denominó primero al psicoanálisis) de Christopher Hampton, inicia cuando una nueva paciente es ingresada al hospital universitario de Burghölzli, en Zúrich, Suiza. En este trabaja el joven Carl Gustav Jung (Michael Fassbender), deslumbrado por los escritos de Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y con quien intercambia correspondencia. La paciente es la histérica Sabina Spielrein (Keira Knightley), joven judía que desvela haber sido sometida desde niña a las humillaciones y abusos de su padre y mantiene una tensión sexual con su médico mientras otro paciente es ingresado, el doctor Otto Gross, quien sirve de desencadenador de la trama (y de la libido de los dos personajes anteriores) a través de sus posturas de anarquía y libertad sexual. La extraordinaria figura histórica de Otto Gross (interpretado por Vincent Cassel) está totalmente desaprovechada en el guion, sirviendo solo como el fermento que liberaría la sexualidad de Jung para con Sabina y les haría caer en una ficticia relación sadomasoquista de azotaina erótica.

La dionisiaca, poderosa e influyente figura de Otto Gross aún permanece en espera de ser rescatado de las brumas de la historia.

Otto Gross (1877-1920), fue el padre bastardo de la contracultura (la exploración de la mente a través del uso de psicotrópicos); un pionero de la revolución sexual con -y antes-, que Wilhelm Reich fuera perseguido por los capitalistas y comunistas por igual debido a sus tesis; un izquierdista freudiano (del tipo comunista y matriarcal a partir de las obras de Kropotkin y Bachofen) y un utopista que se trasladaría un tiempo al enclave de Monte Veritá, sobre la ciudad de Ascona, en 1910, en los Alpes Suizos, dónde pasarían un tiempo significativo para sus obras, personajes variopintos de la cultura, la teosofía, el naturalismo, el neopaganismo y la vanguardia literaria y artística como Herman Hesse y Paul Klee.

    De Gross diría Richard Noll, gran conocedor de la obra de Jung:

Era médico nietzscheano, psicoanalista freudiano, anarquista, sacerdote de la liberación sexual, maestro de orgías, enemigo del patriarcado, cocainómano y morfinómano disoluto. 

Otto Gross, influenciado por los arrebatos psicoanalistas de su padre, Hans Gross, uno de los fundadores de la criminología, era pues, un paciente psiquiátrico perturbador a la vez que un psicoanalista genial. De él diría Freud, citado en la misma película:

El doctor Otto Gross, un muy brillante pero errático personaje, necesita urgentemente de tu ayuda. Lo considero, además de ti, el único hombre capaz de hacer una gran contribución a nuestro campo. 

    Añadiendo:
    Recuerda la advertencia de su padre, cuando Otto era pequeño, “ten cuidado, muerde”. 

Es pues, a partir del encuentro entre Jung y Gross (siempre según el guion) que el primero es asaltado por el “trasfert” de Gross y le libera, como se dijo más arriba, en relación al sexo de la señorita Spielrein. Uno de los diálogos más interesantes es el que se desarrolla entre Jung y Gross.

Gross le dice a Jung:

Cuando la transferencia se produce, cuando la paciente se fija en mí, le explico que esto no es más que un símbolo de sus hábitos monógamos miserables. Le aseguro que está muy bien que quiera dormir conmigo, pero sólo si, al mismo tiempo, se reconoce a sí misma que ella quiere dormir con un gran número de otras personas. (…) Me parece una medida de la verdadera perversidad de la raza humana, que una de sus pocas actividades placenteras fiables deba estar sujeta a tanta histeria y represión. (…) Nuestro trabajo es hacer a nuestros pacientes capaces de ser libres.

A lo que Jung replica:

He oído decir que usted ayudó a una de sus pacientes a suicidarse.

Gross contesta:

Ella era decididamente suicida. Solo le expliqué cómo podía hacerlo sin estropearlo. Entonces le pregunté si no prefería convertirse en mi amante. Ella optó por ambos.

El siguiente dialogo, entre Jung y Sabina también es significativo. Dice ella:

Si no me equivoco, sólo el choque de fuerzas destructivas puede crear algo nuevo.

Hay aquí, implícito para quien sepa leer, un trasfondo nietzscheano que pronto se aplicaría a las tesis antisemitas (nazis en este caso, que hay otros antisemitismos) porque, debemos saber, mientras Jung y Gross son “arios”, Freud es un judío que necesita alumnos de aquella raza para servir en las filas del psicoanálisis, para darle realce. Es interesante lo que señala Richard Noll sobre Jung ya que, mientras el dionisiaco Gross sirve a una causa comunista, Jung va volcándose, paulatinamente, en “un culto mistérico, espiritista de renovación y renacimiento” a partir de las tesis neopaganas de la época (ya antes se había dado su ruptura con Freud), que lo llevaría a ser un simpatizante con el nazismo. Antes, Gross terminaría en las calles de Praga dónde conocería a Kafka en quien influyó en la creación de su novela póstuma “El proceso” (1925) en cuya complejidad narrativa hay quien ha sabido ver parte de la personalidad de Gross, así como en el tratamiento de la sexualidad que da D. H. Lawrence en sus obras.

Sería esta incursión en el misticismo (que se toca brevemente en la película en la forma de discusión entre Freud y Jung sobre no apartarse de la ciencia o suicidarse profesionalmente de parte del primero y de no rechazar áreas enteras de investigación según el segundo), la que les llevaría a separarse. En la cinta se ejemplifica a través de un conocido episodio: mientras ambos psicoanalistas discuten se escucha un chasquido. Jung, emocionado, anuncia que sabía que eso iba a pasar. Freud comienza a molestarse, alega que se trató de la calefacción, de la madera de la biblioteca que se ha contraído. Jung niega, explica que ha sentido un ardor en el estómago que le indicó que algo iba a suceder, que se trata de un fenómeno catalizador de exteriorización. Freud, asombrado, se molesta aún más. Jung piensa que el fenómeno se repetirá. Mientras el maestro sigue en pie en su postura y alegato se vuelve a escuchar el chasquido.   

Con una fotografía preciosista que más tiene de oropel, una escena de la cual bien se puede prescindir, la del barco entrando a la bahía de Nueva York, deslucido reflejo de “El inmigrante” de Chaplin (1917), dónde se mete a saco y de manera forzada al psicoanalista Sándor Ferenczi (que no ha aparecido en el resto del filme), como por no dejarle fuera y que sólo sirve para expresar a Freud que están llevándole la peste a los estadunidenses, y otras totalmente de mal gusto (las inventadas relaciones sadomasoquistas entre Jung y Sabina) el filme se mantiene apto sólo para un público no demasiado exigente, constituyéndose como una más en la lista de filmes que toman como pretexto al psicoanálisis y su premisa (el interés que una relación entre psicoanalista y paciente puede despertar) se queda en mero morbo no saciado.

En el diálogo entre Freud-Mortensen y Jung-Fassbender en el filme, al desparecer Gross del escenario del hospital de Burghölzli, se aclara una postura soterrada de la película:

Jung: Todas esas discusiones provocativas ayudaron a aclarar gran parte de mi pensamiento.

A lo que Freud contesta: Él es un adicto, puedo ver eso ahora. Sólo puede terminar por hacer un gran daño a nuestro movimiento. ¿Te das cuenta que eso te hace el indiscutible príncipe de la corona, mi hijo y heredero?

Así, al contrario que “Amadeus” (1984), la película de Milos Forman sobre Mozart y que, en realidad, es una cinta sobre Antonio Salieri, su supuesto rival y asesino, “Un método peligroso” más parece un filme trunco y fallido sobre la dionisiaca, poderosa e influyente figura de Otto Gross que aún permanece en espera de ser rescatado de las brumas de la historia.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.