La “dictadura perfecta” en el cine
Por Raúl Miranda
Los licenciados, los diputados, los caciques, los gobernadores
preciosos, los presidentes municipales, los caudillos militares y los
líderes gremiales corruptos han sido personajes de los que ha dado
cuenta la cinematografía nacional.
Dos de las más prestigiosas películas políticas de nuestro cine:
“La Rosa Blanca” (Roberto Gavaldón), y “La sombra del Caudillo” (Julio
Bracho) fueron filmadas el mismo año, 1960. La primera, basada en una
obra de B Traven, se refería a la voracidad de las compañías
extranjeras del petróleo y la expropiación de las mismas por el
gobierno de Lázaro Cárdenas; la segunda, basada en una novela del
escritor Martín Luis Guzmán, describe el asesinato del incomodo (“jijo
de la tiznada”) general Aguirre, en los años veinte del siglo pasado.
La censura inmediata de esos dos filmes evidenciaba que el sistema
político mexicano delineado por el autoritarismo, la corrupción y el
corporativismo no habría de acabar.
Los asesinatos, las matanzas, el despotismo y la demagogia conformaron
el folklore de la cultura política mexicana. Los Figueroa de Guerrero,
Gonzalo N. Santos y demás caciques del control político regional del
PRI, aparecían en forma caricaturesca en las historietas de Rius; pero
ya habían sido representados, aunque con trazos elementales, en cintas
como “Río Escondido” (Emilio Fernández, 1947) y “Rosauro Castro”
(Roberto Gavaldón, 1950). En 1958, Giovanni Korporaal dirige “El brazo
fuerte”, cinta que sigue explorando el tema del caciquismo y que fuera
desenlatada hasta 1974.
Otras tempraneras películas con tema político son “Distinto amanecer”, de
1943 (también de Julio Bracho), pero ahora con apuntes sobre el
sindicalismo; “Dicen que soy comunista” (Alejandro Galindo, 1951), sobre
un obrero de imprenta, adoctrinado, militante en un partido político
que resulta ser un grupúsculo que prepara un complot.
El movimiento estudiantil de 1968, tiene un tríptico fílmico en “El
grito” (Leobardo López, 1968), documental de culto; “Canoa” (Felipe
Cazals, 1975), sobre el reflejo condicionado del anticomunismo en
provincia; y “Rojo amanecer” (Jorge Fons, 1989), la crónica de la
masacre de Tlatelolco desde el punto de vista de una familia de
condóminos de esa célebre unidad habitacional.
La década de los 70 verá surgir una serie de filmes con tesitura
política: Alfredo Joskowicz cuenta la historia de unos jóvenes que,
hartos de la vida citadina, se mudan a provincia en donde se
enfrentarán a los intereses de una fábrica contaminante (“El cambio”,
1971). Gonzalo Martínez filma su primer largometraje (“El
principio”, 1972), sobre la toma de conciencia y la necesidad de la
lucha en los inicios de la Revolución Mexicana, además de incluir el
magonismo como componente de las tradiciones de organización política
en México. Alfonso Arau dirige “Calzonzin inspector” (1973), comedia
satírica sobre la corrupción en las presidencias municipales,
verdaderos laboratorios del control priísta a lo largo del país.
Alejandro Galindo dirige Ante el cadáver de un líder, divertida comedia
al estilo de Don Alex acerca de un líder sindical fallecido en un hotel
de paso. Marcela Fernández filma De todos modos Juan te llamas (1975),
cinta acerca de la corrupción de un general en la época Cristera. Ese
mismo año, Luis Alcoriza dirige Las fuerzas vivas, título que explica
en forma de sátira, el significado del modus operandi de los
conservadores y liberales con poder de facto para acomodarse ante los
vaivenes de la Revolución Mexicana. Roberto Gavaldón muestra como opera
la demagogia de un candidato a diputado (“Las cenizas del diputado”,
1976). Una familia no se inmuta al perder sus tierras debido a la
Reforma Agraria (“Los indolentes”, José Estrada, 1977). Por su parte,
Gabriel Retes retrata a un grupo de jóvenes cineastas perseguidos por
peligrosos industriales asesinos (“Bandera rota”, 1978)
Arturo Ripstein dirige “Rastro de muerte” (1981), cinta nunca estrenada
en cine y que narra acerca de la corrupción en Mérida durante el
gobierno de Emilio Portes Gil. Alejandro Pelayo cuenta acerca del
nerviosismo de un político, e interesados, mientras espera ser nombrado
miembro del gabinete del nuevo presidente (“La víspera”, 1982). Felipe
Cazals explora el mundo de la guerrilla urbana (“Bajo la metralla”,
1983). En 1986, Raúl Araiza dirige la cinta “Los camaroneros”, donde
relata sobre la vida gremial de unos pescadores. En “Días difíciles”
(Alejandro Pelayo, 1987) se plantea el secuestro de un empresario de
fábricas contaminantes. Nuevamente Alejandro Pelayo cuenta en su filme
“Morir en el Golfo” (1989) el enfrentamiento entre dos caciques. Araiza
rueda “Guerrero negro” (1993), cinta acerca de la preparación del
asesinato de un empresario metido en la vida política. En vena
humorística, Ivan Lipkies realiza “Las delicias del poder” (1996), cuyo
papel estelar pertenece a La India María; Ese mismo año, pero inscrito
en la dinámica genérica del thriller, Francisco Athié realiza “Fibra
óptica”, filme acerca de un periodista que investiga el asesinato de un
poderoso líder sindical. En 1999, Luis Estrada realiza la película que
“derrocó al PRI”, “La ley de Herodes”, filme-parodia del sistema político
mexicano que prevaleció durante casi todo el siglo XX.
Pero “todos los filmes son políticos”, dice Christian Zimmer en su libro Cine y Política.
Raúl Miranda López