Por Pedro Paunero

“Der Fan” (aka. Trance), de Eckhart Schmidt, película del año 1982, cuyo título puede traducirse como “La fanática” o, en términos “pop”, simplemente como “La fan”, fue rodada durante los años en que el “Nuevo cine alemán” –abanderado por el genio Rainer Werner Fassbinder- había ya legado una serie de películas –Fassbinder moriría ese año, precisamente- que, para el cine, constituían el testamento de una era en la nación germana, así como Balzac, en la literatura, hiciera con su “Comedia Humana”, en la Francia del Siglo XIX.

De consciente estética pop, que sirve perfectamente para los fines de la película, narra la historia de la adolescente Simone (Désirée Nosbusch), fanática –tal es el término que, desde entonces (la RAE la incluye, por primera vez, en 1984), designa a un seguidor incondicional de algún artista y sus obras de arte –o, mejor dicho, a alguien entregado a los quehaceres de un creador de renombre, muchas veces prefabricado, de la cultura popular-, con sus excesos característicos-, enloquecida –literalmente-, por la música y la figura de “R” (Bodo Staiger), un cantante, a quien ve por televisión –aunque su padre considere una mierda, y prefiera ver cine-, de quien escucha su música y a quien escribe obsesivamente –y con ella, miles de “fans”-, sin obtener respuesta. Simone le pide a su ícono –en una de esas cartas-, que le haga un guiño con el ojo derecho, en un show televisivo, si es que, como ella a él, ha llegado a amarla, pero ante la duda –su padre ha cambiado de canal, zapping mediante-, abandona la escuela –donde se la tiene por alumna problemática, que prefiere ponerse a soñar, enfermiza, a estudiar o responder los exámenes-, y emprende el viaje hasta los estudios de televisión en Múnich, durmiendo en paraderos de autobús y pidiendo aventón (con un intento de violación por parte del adulto que la ha recogido en carretera), hasta apostarse fuera del edificio donde se presentará su figura de veneración.

Antes, la chica ha sido capaz de volcar los sacos del cartero, en busca ansiosa de la esperada respuesta de “R”, incluso de visitar la oficina postal a diario, donde hace un escándalo, pensando que, o el personal de correos, o alguien cercano al cantante, le ocultan las cartas.

La película se ahorra varios detalles del periplo de Simone que, al obviarlos, se vuelven en profundas lagunas del guion. ¿Cómo es que la muchacha conserva unas ropas impecables, con su Walkman siempre bien puesto en su cinturón? ¿Qué comió, o dónde se aseó durante el trayecto? Pero incluye, en cambio, la escena de dos jovencísimas rubias que se desudan en un parque público –una de ellas, en un desnudo explícito, visto desde atrás-, para darse un chapuzón en el río Isar.

Cuando Simone logra colarse en la transmisión de un vídeo en vivo de “R”, que la ha descubierto alejada del resto, en el estacionamiento, por lo que llama su atención, no dudará en privilegiarla sobre las demás (él se le acerca, le pregunta su nombre, pero ella sólo puede desmayarse, con lo que es trasladada al interior del edificio), incluso sobre su asistente, productores y personal de la televisora, a quienes abandona para llevar a la muchacha fuera de las instalaciones. La frivolidad, los caprichos y los arrebatos de la figura pop, están bien trazados en unas cuántas escenas, y Bodo Staiger ofrece una actuación convincente. Jamás maltrata a Simone, ni la trata con condescendencia, y podemos adivinar los deseos –momentáneos, sin embargo-, de escapar de todo lo que le rodea por parte de “R”, que cree encontrar un solaz en el cuerpo –y los propios deseos- de Simone. Ella le ha ofrecido una fuga efímera de su apretada agenda, y Simone ha visto cumplido su sueño.   

Désirée Nosbusch pasará la tercera, y última parte de la película, desnuda, ya en la casa de unos amigos de “R” –que le han prestado la casa, por tiempo indefinido, mientras están de viaje- y, tras acostarse con él, éste decide, súbitamente, regresar con su gente, a quien –considera-, no ha tratado justamente, para después tomar esas merecidas vacaciones que tanto ha soslayado. “Tú puedes permitírtelo”, será la respuesta contundente de Simone, refiriéndose al poder que ejerce sobre los demás.

El término “erotomanía” tiene dos acepciones. La primera, designa a una clase de personas adictas al coleccionismo de toda clase de obras eróticas. El influyente director de cine español, Luis García Berlanga, por ejemplo, fue reconocido como un erotómano excelso, que tanto coleccionó objetos –entre estos algunas muñecas del tipo “Barbie”, con vestuario BDSM-, como cientos de revistas, primeras ediciones de libros sobre la temática, e incluso dirigió la legendaria colección erótica “La sonrisa vertical”, de la editorial Tusquets, que también intervino en los procesos de liberación de una sociedad reprimida –el período del “destape” español-, a la muerte del dictador Franco.

La segunda acepción supone el grado de manía al que accede un “fan”, cuando se convierte en una persona que tanto acosa, como pone en peligro la vida de su figura de admiración. Es conocido el caso de John Hinckley Jr., capaz de atentar contra la vida del presidente Ronald Reagan, para llamar la atención de la actriz Jodie Foster, por mencionar un ejemplo.

Simone, a quien “R” ha amado tiernamente, no puede aceptar que “R” se ponga de nuevo su ropa –ella permanece a su lado, sentada, desnuda, desolada-, dice amarlo, a lo que él responde que también la ama y que, como ella a él, la necesita. Le entrega las llaves de la casa –“puedes quedarte el tiempo que quieras”-, pero ella lo retiene, matándolo (le clava en la nuca el brazo extendido de una escultura de bronce), descuartizándolo luego, lamiendo su sangre, devorándolo después y, finalmente, pulverizando sus huesos en una picadora de alimentos. Este vuelco súbito de la película en el gore puro, no es tan inesperado, sin embargo, y pertenece más al corte de un cine fantástico que a la realidad.

Simone se rapa la blonda y larga cabellera, se pone la camisa de “R”, y sale, con el polvo de los huesos de su amado en una bolsa de plástico, para verterlo sobre la acera de una calle, donde el viento se encargará de esparcirlo, antes de volver a casa, anunciar que regresará a clases y, ya en la intimidad de su habitación, tras ver las noticias sobre la desaparición de “R”, expresar:

“Sé dónde estás. No tengas miedo, no te delataré. Por ningún dinero del mundo. No tuve mi período. Tengo cuatro semanas de atraso. Te traeré al mundo. Seremos felices. Sé que me amas. Y yo también: te amo”.

Con esto, Simone cree haber asimilado –ha hecho por completo suyo-, al objeto de sus deseos, en una escena que tiene un cierto paralelismo con el final de la alucinante “Enter the Void” (2009), de Gaspar Noé, en el cual el alma de un “dealer”, muerto por la policía de Tokio, se encuentra pronta a reencarnarse en el hijo de su propia hermana, a quien ha embarazado su mejor amigo.

Mientras en la República Federal Alemana (Alemania Occidental), se rodaban películas violentas, y de temática occidentalizada, como “Der Fan”, unos años antes, el contraste, por ingenuo, se daba en la República Democrática Alemana (Alemania del Este), en una sociedad reprimida por el régimen soviético, con cintas como “Siete pecas” (Sieben Sommersprossen), de Herrmann Zschoche, del año 1978, que causó escándalo, a pesar del candor de sus desnudos adolescentes. La diferencia entre ambas cintas es sintomática.

En “Siete pecas”, incluso la música de Gunther Erdmann en los créditos de inicio, es melosa, poniéndonos sobre aviso a lo que vendrá después. Karoline Hinze (Kareen Schröter), se prepara para ir a un campamento de verano. Vemos escenas en el interior de su casa, con sus hermanos, la ropa tendida, y su madre, lidiando con el hijo de su hija mayor, apenas un bebé (cuyo padre es un marino, por lo que se encuentra ausente), antes de despedirla. Ya en el campamento, se reencuentra con Robert “Robbie” (Harald Rathmann), a quien reprocha el no haber sabido nada de él por mucho tiempo. Todos se divierten en un lago, y Robbie cuenta a uno de los chicos que, Karoline, tiene siete pecas, de ahí el título de la película, aunque su amigo le ha contado muchas más. Mientras esto sucede, uno de los instructores, Benedikt (Jan Bereska), decide poner en escena “Romeo y Julieta”, para lo cual hace audiciones, que son exitosas entre las muchachas pero no tanto entre los varones.

Robbie es elegido para interpretar a Romeo, en cambio, Marlene (Janine Beilfuß), amiga de Karoline, y no ésta, es elegida para el papel de Julieta. La puesta en escena encuentra en Frau Kränkel (Christa Löser), una maestra con ideas comunistas bastante arraigadas, a una opositora. ¿Cómo se le ha ocurrido a Benedikt poner a unos menores de edad a actuar en una obra de amor?

¿Sería consciente Herrmann Zschoche, el director de esta película, que el pensamiento de Frau Kränkel sería el mismo de los padres de familia que, en tropel, condenaron su película, alegando obscenidad? ¿Cómo era posible que se mostraran adolescentes desnudos –se los supone de unos catorce años de edad-, y toqueteándose en la pantalla? La película, que debido al escándalo, fue un éxito de la productora estatal DEFA (en un año había alcanzado la cifra de millón y medio de espectadores), pasó, a pesar de su trama sobre el despertar amoroso, la censura comunista, lo que obligó al realizador a seguir dirigiendo películas en la misma tesitura, buscando un público infantil y adolescente para sus realizaciones.

Frau Kränkel cederá, ante el entusiasmo de los jóvenes actores, a la presentación de la obra, no sin antes señalar que, el deporte, y no otra cosa, es lo esencial en el campamento. Karoline y Robbie tienen una oportunidad para escaparse en moto, mientras Marlene, enamorada de Robbie, se queda en la cabaña, llorando, y pone la caja de anticonceptivos bajo la almohada de Karoline. Los muchachos nadan desnudos en el lago, corretean por el campo y se besan, tendidos sobre la hierba. Cuando vuelven, semi desnudos porque un par de chiquillos les ha robado las ropas, Frau Kränkel amenaza con echar del campamento a la chica, y los rumores de ser una muchacha “precoz” y de acostarse con un adulto cada día, se esparcen entre el personal.

Todo en “Siete pecas”, es escapismo. Vemos adolescentes felices, que bien pueden ponerse a soñar con el amor –y el sexo, como en la escena en la que las chicas mastican “la píldora”, no por temor a quedar embarazadas sino para “ponerse hermosas”-, alguna alusión a la guerra, como en la escena en la que una mujer que, en las lindes del campamento, parece ajena a todo, porque “las SS asesinaron a su novio –un desertor-, delante de ella”, a pesar de las dificultades como las envidias y los celos. En este mundo idílico –que, decididamente quiere hacernos creer que en la RDA se vivía sin represión- existen, incluso, momentos para escuchar música occidental, de rock y usar jeans apretados. El partido comunista brilla por su ausencia, a pesar de una breve alusión, bajo la forma de un presidente de las LPG (Cooperativas de Producción Agrícola), que presta un viejo edificio con balcón para la obra, porque un poco de cultura está muy bien. Tampoco existe un muro de Berlín que ensombrezca la vida, y el futuro, y la idealización del futuro, a que estos adolescentes puedan aspirar, a pesar de las palabras de Karoline de no querer crecer, y que por ello usa coletas de colegiala.

Con todo y las escenas de desnudos, Karoline y Robbie no tienen sexo, porque ella opina que sería demasiado pronto, y quiere evitar el error de su hermana mayor de haber dado a luz a los diecisiete años, y los obstáculos son sorteados sin gran dificultad; Karoline, desesperada, intenta ahogarse en el lago, y tiene una fantasía en la que se ve muerta, flotando como la “Ofelia” del cuadro de Millet, un ave la asusta, cae y se golpea con una piedra. Robbie la rescata, pero al intentar subir una colina, con ella a cuestas, resbala. Abajo quedan tendidos, como Romeo y Julieta, y ambos fingen estar muertos cuando los desesperados instructores los encuentran. Marlene confiesa su culpabilidad a Frau Kränkel, y la picadura de una avispa en su nariz, pone a Karoline en el papel añorado de Julieta.

Estos dos títulos, antípodas en el cine de las dos Alemanias antes de la reunificación, demuestran la sociología, la política y hasta los estados mentales de un mismo país, dividido por el Muro.

En Israel, en cambio, el mismo año que se estrenaba “Siete pecas”, se estrenaba “Barquillo de limón” (Eskimo limon), de Boaz Davidson, la película que daría lugar a todo un fenómeno cinematográfico que tendría en “Porky’s” (1981), de Bob Clark, ya en los Estados Unidos, a su máxima expresión, la de las “Comedias sexuales adolescentes”, tan mordaces como divertidas. Un mundo de diferencia se tendía entre aquellas, y estas producciones.

Léase también:

“La comedia sexual adolescente, un viaje a sus orígenes” por Pedro Paunero:

  “Cosmonautas y bikinis: el cine de ciencia ficción en la Alemania del Este” por Pedro Paunero:

 

DER FAN (Eckhart Schmidt, 1982) from Spectacle on Vimeo.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.