La figura del maestro en el cine mexicano. Parte 1
Para Eduardo de la Vega Alfaro, Ángel Miquel, Rafael Áviña y Ricardo Pérez Monfort, que han sido mis maestros fuera de las aulas
Por Raúl Miranda
La mayoría de los relatos cinematográficos se sustentan en argumentos y guiones que poseen una fórmula simple, resuelta en la pregunta ¿cómo se gana la vida el personaje? Así, el cine cuenta historias de múltiples oficios que emergen según el contexto geográfico y la época. El cine habla acerca de las profesiones y empleos, de las actividades laborales. Cierto que, regularmente, escamotea las secuencias en las que los profesionistas se ven trabajando, condensándolas, comprimiéndolas, mediante elipsis, o simplemente no mostrándolas. ¿Quién quiere ir al cine para ver gente trabajando?, se preguntan los espectadores que desean ver a los personajes en sus actividades más lúdicas, referidas al tiempo libre, durante el tiempo no laborable (en las vacaciones, en los disfrutes hogareños, en la búsqueda amorosa, en el anhelo de satisfacción sexual, en el paseo, en la cantina, el billar, de compras, etc.). Siendo más atractivas las películas referidas a las actividades donde el personaje es aventurero, explorador, militar, policía, trapecista, guerrillero, cazador de leones, gigoló, forajido, delincuente, etc.
Y sin embargo, el relato cinematográfico se las arregla para darle emoción a las actividades profesionales digamos sedentarias.
Dentro del grupo de profesiones nobles, al menos así consideradas hasta el siglo XIX, se encontraban las del médico, el sacerdote y el hombre de leyes. Con la ampliación histórica de la educación o instrucción pública, emerge el tema de la docencia, la educación, la escuela, el anhelo de aprender. Este mundo, el del entorno pedagógico, académico o estudiantil ha quedado registrado de diversas formas en el cine mundial.
Es un tema sumamente emotivo para la mayoría de los públicos, si partimos de la idea de que, con sus excepciones, sobre todo en México, todo mundo fue o va a la escuela.
La figura del personaje simbólico de la enseñanza, el maestro o profesor, se ha plasmado desde los arquetipos (el coadyuvante, el ángel benefactor, el consejero sabio, el guía espiritual); y desde los estereotipos (el autoritario, el de la pedagogía milagrera, el amigo más allá del salón de clases, el jansenista maestro rural).
Mencionemos algunos ejemplos, primero desde el cine mundial:
Observamos la presencia del maestro con valores tradicionales y métodos autoritarios, como en “Los cuatrocientos golpes” (Francois Truffaut, 1959). En tanto que se representa a los alumnos, siempre dispuestos a rebelarse contra las estrictas y rígidas formas cuestionando el papel de sus maestros, como en “Cero en conducta” (Jean Vigo, 1933). Muchas películas muestran la crítica a los usos de castigar en las aulas: “El club de los cinco” (John Hughes, 1985).
Otras tantas cintas hacen evidente el rechazo hacia la innovación educativa o la pedagogía especifica implementada por un maestro, como en “Día de pinta” (Jea-Paul Le Chanois, 1949). Hay películas en donde el maestro comprometido pretende compensar en clase las desigualdades económicas en un entorno social injusto. Otras cintas plantean utopías pedagógicas en escuelas de provincia.
El profesor universitario, torpe y tímido, será encarnado por Jerry Lewis, en la famosa comedia, variante de “Dr Jekyll y Mr. Hyde”, “El profesor Chiflado” (Jerry Lewis, 1963).
Otras más describen la vida de autoritarismo cotidiano de los centros escolares. Otros títulos subrayan la perdida de legitimidad de los maestros y las contradicciones de los objetivos de la enseñanza. Hay películas críticas que arremeten contra la autoritaria institución escolar, como en “If” (Lindsay Anderson, 1968).
Las más emotivas son quizá, las que muestran la estrecha y fecunda relación entre profesor y alumno, dando lugar a sugestivas historias de aprendizaje, maduración y descubrimiento del mundo.
También se han filmado películas mediante crónicas rigurosas centradas en el papel profesional del magisterio, como en las cintas francesas: “Mañana será otro día” (Bertrand Tavernier, 1999), “Ser y tener” (Nicolas Philibert, 2002), y “La clase” (Laurent Cantet, 2008). Otros filmes relatan el fracaso de la vida sentimental del maestro o maestra, mientras que su labor docente, todo lo contrario, es exitosa. Así, se narra el contraste entre la actividad profesional del docente y su pareja amorosa, o simplemente su pareja de vida.
Otro grupo de filmes se centra en la novatez del profesor: “Ni uno menos” (Zang Yimou, 1999), y otros tratan sobre conflictos en los modelos y programas educativos.
Hemos visto retratos de alabanza a la labor docente: “Camino a casa” (Zhang Yimou, 2000). Ejemplares son las películas que hablan de la lucha de los profesores contra el analfabetismo: “Padre padrone” (Paolo y Vittorio Taviani, 1977).
El maestro jubilado, o pronto a jubilarse, es otra variante. Abundan otras, y son las más celebres cintas, en donde se presenta la figura del profesor como líder carismático, seductor, capaz de encontrar soluciones a la desmotivación o al clima de violencia escolar: “Semilla de maldad” (Richard Brooks, 1955), “Al maestro con cariño” (James Clavell, 1967), “Con ganas de triunfar” (Ramón Menéndez, 1988), y “La sociedad de los poetas muertos” (Peter Weir, 1989).
Un grupo reducido de películas, pero muy emotivas para los públicos, son las historias de alumnos genios y su relación con sus maestros: “Mentes que brillan” (Jodie Foster, 1991), “Una mente indomable” (Gus Van Sant, 1997).
Hay películas que nos cuentan acerca de algún profesor como la mejor persona del mundo. Otras películas se sitúan en medio de conflictos sociales extremos, como las guerras, las revoluciones, las revueltas, las dictaduras, el fascismo, el clasismo y el racismo.
Un grupo muy célebre es el de las películas en las que el maestro debe lidiar todo el curso con alumnos convertidos en delincuentes. Otro subgrupo es el de las películas donde la relación maestro-alumno se torna en relación amorosa. Sin dejar de mencionar las cintas en las que la relación sexual se manifiesta, ya sea mediante comedias eróticas o intensos melodramas románticos.
En otra latitud geográfica y cultural, la cinematografía iraní nos ha ofrecido los más emotivos relatos de los esfuerzos de los niños en sus asuntos alrededor de lo escolar, con películas como: “¿Dónde está la casa de mi amigo?” (Abbas Kiarostami, 1987), “Niños del cielo” (Majid Majidi, 1997) y “Buda explotó de vergüenza” (Hana Makhmalbaf, 2007).
La cinematografía mexicana ha mostrado también la figura del maestro de diversas formas. En la inmensa mayoría de las películas en donde aparecen maestros, éstos pocas veces son los protagonistas. Aparecen tangencialmente una y otra vez, aquí y allá. Casi siempre son portadores de una ética impecable. En otras ocasiones, su responsabilidad cívica-laboral corre paralela cual si fuera una consigna sagrada.
En el cine nacional se inscribe la figura retórica de enorme fuerza, la del arquetipo del buen maestro, o el maestro bueno, como el profesor Perbono (Domingo Soler), en la cinta “Corazón de niño” (Alejandro Galindo, 1939), basada en la novela “Corazón” de Edmundo D’Amicis. Lo que significó que nuestra cinematografía se inclinaba por el relato de valores espirituales y familiares, antes que por la educación laica o basada en el socialismo científico que, a través de la Secretaria de Educación Pública, el gobierno de Lázaro Cárdenas había legislado desde los años 1934-1936. Lo valioso de esta cinta es quizá, sus breves secuencias de la hora del recreo, de gran verosimilitud, pues los patios de recreo son reales.
En nuestra cinematografía no abundan los maestros malos ni los malos maestros. Es casi inaudito ver a un maestro corrupto. Casi siempre el maestro mexicano en el celuloide, aparece como un ser ejemplar, generoso y paciente. Un profesional destinado al esfuerzo y al sacrificio, abnegado, recto y modesto en su vivir. Durante mucho tiempo se habló de la actividad docente como apostolado.
Sin embargo, no siempre al maestro se le ha mostrado como un ser perspicaz: también se le ha exhibido como una persona despistada, en una variante de estereotipo, figura retórica no del todo falsa, como el distraído profesor Atenodoro (Joaquín Pardavé), en la cinta “Mil estudiantes y una muchacha” (Juan Bustillo Oro, 1941), situada en los años veinte del siglo XX, en una supuesta facultad de jurisprudencia, en la época en la que los estudiantes vestían de saco y corbata. En esta cinta no aparece alusión alguna a la política educativa de José Vasconcelos, a los primeros años de la Secretaría de Educación Pública (SEP) de 1921-1934, no hay mención alguna a la autonomía universitaria ni a la libertad de cátedra, demandas por las que se pugnaba en aquella década, la de los veinte. Lo que significaba para el cine mexicano una evidente desatención a los sucesos de la historia de la educación en México.
Es en la llamada Época de oro del cine mexicano, los años cuarenta, en la que surgen las cintas de colegios de señoritas. Aquí el profesor se vuelve el centro de atracción, más allá de lo académico, como el profesor Montiel (Emilio Tuero), en la comedia musical “Internado para señoritas” (Gilberto Martínez Solares, 1943). También en este entorno académico de concentración destinada a jovencitas, se hace patente la diversidad de las personalidades de las maestras, como la profesora solterona y envidiosa (Aurora Walker), y la profesora explotada por un sinvergüenza (Sara Guash), en la película “Las colegialas” (Miguel M. Delgado, 1945). Lo que nos muestra que el cine mexicano se avocaba en aquellos años, a los asuntos en los que el atractivo de las señoritas, hijas de familias acomodadas, privaba más que el hecho de la fundación, por ejemplo, del Colegio de México (1940), o el surgimiento del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en 1943. Después de todo, al principio de su mandato, el presidente Manuel Ávila Camacho se declaraba “creyente”, e iniciaba así, el desmantelamiento de todas las posiciones socialistas dentro del magisterio y la SEP, de tal suerte que se impulsaba la participación de la iniciativa privada en la enseñanza. Las películas de escuelas privadas para señoritas ricas, no sólo se hacían por su natural atractivo, sino que, sin lugar a dudas eran reflejo de cierta contrareforma educativa; un ajuste de cuentas bajo el manto ideológico de la “unidad nacional”.
Por otro lado, singular es la película “Enamorada” (Emilio Fernández, 1946), en la que un grupo de personajes de la “alta sociedad” son llevados con el general revolucionario José Juan Reyes, entre ellos se encuentra el maestro Apolonio Sánchez (José Torvay). Cuando el general le ordena ir a abrir la escuela, éste le informa que desde hace 7 decenas el gobierno no le ha pagado y que por eso ha estado la escuela cerrada desde hace una semana. El general Reyes le pregunta cuánto gana al día y el profesor Apolonio le responde que 1.75 y que es el único maestro en todo el pueblo (de hecho, los alumnos no caben en el salón). El general le da 200 pesos, se compromete a pagarle lo que se le debe y le aumenta el sueldo al doble. El profesor Apolonio queda muy agradecido con el general y se retira (mientras silba “La Adelita”). Así, vemos que el cine con tema de la revolución mexicana, se manifiesta como proyección social educativa y hace evidente el analfabetismo entre los revolucionarios y el pueblo en general, reconoce la disminución de escuelas en el medio rural (un sólo maestro para toda una población) y compensa monetariamente, al menos en esta película, la labor sacrificada de los profesores de provincia.
Una de las películas simbólicas, forjadora tardía de la identidad nacional, desde la labor del magisterio, es la cinta “Río Escondido”
Una de las películas simbólicas, forjadora tardía de la identidad nacional, desde la labor del magisterio, es la cinta sobre la jansenista maestra rural “Rosaura” (María Félix), a quien el mismo presidente de la república le ha encomendado la tarea de ir a enseñar al apartado pueblo “Río Escondido” (título también de la película de la que estamos comentando, dirigida por Emilio Fernández, 1947). Como ella es cardiaca se desmaya y el médico Carlos, otra figura benefactora, que va a otro pueblo a atender una epidemia, la auxilia. El cacique usa la escuela como caballeriza pero la maestra logra reinaugurarla. El cacique bota a su amante, antigua maestra rural, y pretende a la nueva. Se produce una sequía intencionada y sólo el cacique tiene agua en su aljibe. El pueblo bebe pulque y los niños se emborrachan. El cacique mata a un pequeñín que pretende sacar agua del pozo. Los pobladores amenazan al cacique, y él intenta violar a la maestra pero ella se defiende y lo mata y el pueblo sigue su ejemplo y ajusticia a los esbirros del cacique. La maestra muere pero antes ha escrito al presidente que ha cumplido con su deber. La cinta nos muestra a una maestra apasionada por su labor, que instruye a los chiquilines (incluidos nosotros, espectadores mexicanos bisoños) en el amor cívico a la figura de don Benito Juárez. Comprendemos así, que la Escuela Rural es el eje sobre el que gira el sistema educativo mexicano desprendido de la revolución, misma que, en su ideario, conducirá al pueblo mexicano a su realización (al menos así se entendía), pero que sin embargo, para 1947, todavía existía el rezago del caciquismo que impide al Estado mexicano dominar las regiones. Ya desde entonces el Estado mexicano era un “estado fallido”, representado por un ejecutivo palaciego, que por medio de su sombra, la del presidente en turno (Miguel Alemán), manda a la bella pero enfermiza Félix a morir a una inhóspita región dominada por el terrible y afiebrado cacique (Carlos López Moctezuma). Todo esto envuelto bajo la estética fotográfica de Gabriel Figueroa.
Otra gran cinta mexicana, en la que un temible cacique (Pedro Armendáriz), pretende a la firme y reacia maestra de pueblo Celia (Rosana Ladrón de Guevara), es “Rosauro Castro” (Roberto Gavaldón, 1950). De tal manera que, guión mediante, en las dramáticas dinámicas de las tragedias rurales, la maestra guapa de pueblo es una figura a doblegar por el machismo alevoso del cacique lugareño.
Sobre la necesidad apremiante de aprender a leer de los adultos, tenemos el ejemplo en “Maclovia” (Emilio Fernández, 1948). El pescador José y su amada Maclovia desean casarse pero Macario, el padre de ella, se opone porque José es pobre. José desea escribirle una carta a su amada por lo que pide al maestro del pueblo, don Justo (Arturo Soto Ragel), que lo acepte como su alumno. El aprender a leer salva, no sin atravesar terribles injusticias, la unidad de la pareja.
Dentro del género de la comedia romántica, la figura del profesor tuvo a bien encarnarse en el carismático actor Arturo de Córdova, aunque en realidad como profesor impostor: el traficante Daniel (de Córdova) huye para no ser encarcelado. En un camión hace que sus compinches secuestren a un profesor (Ferrusquilla) para que él tome su lugar en un pueblo en el que le esperan (al profesor). Daniel es tomado por el maestro y tiene que dar clases. El verdadero profesor instruye a los cómplices mientras lo tienen secuestrado. Daniel educa a un niño indígena que no habla español y se enamora de la maestra Rosita (Marga López). El profesor escapa y denuncia a sus raptores. Daniel ha cambiado pero es apresado y la maestra le dice que lo esperará. Todo lo anterior ocurre en la cinta “Medianoche” (Tito Davison, 1948).
Bibliografía consultada:
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