Por Javier González Rubio Iribarren
Si en el artículo anterior señalamos que Juego de Tronos era una serie sobre el poder, ahora de Walking Dead tenemos que decir, aunque resulte paradójico, que en la nueva televisión que recorre el mundo es una serie sobre la esperanza.
En el ambiente postapocalíptico en que se desarrolla, un mundo poblado de zombis (la referencia a “La noche de los muertos vivientes” de George a. Romeroa resulta inevitable como pionera del género), los personajes no sólo luchan por sobrevivir sino también por crearse otra vida que los acerque, al menos, a la anterior ya destrozada.
El éxito de la serie, que acaba de concluir su cuarta temporada, cuyo inicio fue visto, sólo en Estados Unidos por más de 16 millones de personas, radica fundamentalmente en la fuerza de los personajes y en la reflexión que aborda constantemente sobre la naturaleza humana.
No se trata sólo, ni mucho menos, de un grupo de personas enfrentando a unos zombis de existencia inexplicable. De hecho ellos parecen ser, a la luz de las dos últimas temporadas y de lo que promete la quinta, el problema menos grave: ahí están, comen humanos, pero los sobrevivientes ya saben cómo defenderse de ellos y acabarlos, aunque broten por aquí y por allá.
Lo que enfrentan el sheriff Rick Grimes (Andrew Lincoln), sus amigos y su hijo es un peligro mucho más grave: otros seres humanos, otros sobrevivientes. Los “caminantes” no son más que instinto o impulso motor, cerebros devoradores carentes por completo de raciocinio. El peligro real son quienes están dispuestos a sobrevivir a cualquier precio, así sea la destrucción de los iguales.
Porque el grupo de Grimes, conformado desde la segunda temporada tiene un vínculo común: la bondad, su afán a no renunciar a lo mejor de sí mismos como seres humanos. Una renuncia que otros han aceptado gustosamente con el pretexto de la sobrevivencia, asumiendo la ley del más fuerte (supuestamente).
En ese afán de mantener valores y esperanza, decisiva ha sido la presencia de Hershel Greene (Scott Wilson), un personaje desarrollado como factor de equilibrio, un hombre que es capaz de sobreponerse al dolor, impulsado, sobre todo, por una fe ciega en las mejores cualidades humanas.
Otro valor de la serie radica en el origen mismo de los protagonistas: todos ellos seres comunes y corrientes. El propio Grimes era un simple sheriff de un pequeño condado, ni jefe ni comandante ni nada de eso). Seres que, de alguna manera tenían su vida predeterminada sin grandes aspiraciones, ambiciones o cambios, y que de pronto, abruptamente se encuentran en un mundo totalmente violento y agresivo que les trastoca todas sus concepciones y proyectos preestablecidos. Pero son inteligentes y si algo los movió y unió fue su bondad intrínseca y además, gracias a su inteligencia y a su esperanza fueron capaces de sacar fuerza de sí mismos para sobrevivir. Se comprueba la aseveración de que ningún ser humano sabe de qué es capaz hasta que no se encuentra en una situación límite (como bien lo demostró Sam Peckimpah en la memorable “Perros de paja”, una película que desafía, orgullosa, al tiempo).
No cabe duda del enorme valor de los guionistas en la nueva televisión, y en Walking Dead no podían ser la excepción. Frank Darabont (escritor también de las películas “Milagros inesperados” y “Sueños de libertad”) y Robert Kirkman , creador y giuionista del comic que inspira la serie) saben no sólo desarrollar situaciones sino, sobre todo, conocer tan bien a sus personajes como para saber cómo van a enfrentarlas o a reaccionar ante ellas. Han construido tan profundamente sus biografías que por eso todas las reacciones nos parecen lógicas, incluso los cambios que pueden implicar en sus personalidades.
Encontrar el twist, el giro, es uno de los hallazgos más importantes en la evolución de la serie. Durante la temporada cuatro presenciamos, especialmente, un re-conocimiento de los personajes principales, de sí mismos, una especie de balance ante lo vivido; destaca sobremanera la confrontación de Carl Grimes (Chandler Riggs), el hijo de Rick consigo mismo, un niño al que se le arrebató la infancia (sin cursilería alguna), y la valoración de su relación con su padre. Aparece de nueva cuenta Carol Peletier (Melissa McBride ), un personaje que desarrolló una enorme dureza que le permite tomar decisiones en apariencia censurables, pero que son, a fin de cuentas, generosas y llenas de amor por los demás.
Y ahora comprendemos que en la siguiente temporada veremos una nueva confrontación de ellos mismos, y un enfrentamiento con nuevos enemigos que promete ser incluso peor al que se tuvo con El gobernador (David Morrissey), un verdadero sicópata más peligroso que cualquier “caminante”.
Los guionistas no se han tentado el corazón cuando la historia reclama la muerte de un miembro del grupo; de hecho en la cuarta temporada acabaron con dos niñas: una inocente y otra, cercana a la adolescencia, cuyo dolor la desequilibró por completo. Así que alguien más habrá de morir en la siguiente. Y aún así, o quizá por el propio sacrificio, la esperanza tendrá que salir adelante.
Rick y sus compañeros se reencontraron. Todos llegaron a Terminus casi con la ilusión de arribar a una tierra prometida. Pero ahí descubren que deberán vivir una nueva lucha por su sobrevivencia y su esperanza. El grupo ha desarrollado individual y colectivamente tal fortaleza interior que no en balde Grimes dice sobre sus captores: “les demostraremos que se metieron con la gente equivocada”.