Por Perla Schwartz
Tributo amoroso al cine, tributo a toda esa serie de mundos desconocidos que puede contener una película, cuestionamiento de si el cine ha de sobrevivir al embate de la alta tecnología: éstas son algunas de las directrices del segundo largometraje de Federico Veiroj (“Acné”), “La vida útil”.
Esta película que recibió una mención especial en FICUNAM y que actualmente se proyecta en Cineteca Nacional, filmada en su mayor parte en blanco y negro con el objeto de acentuar el dejo de nostalgia, en su primera parte se ambienta en las instalaciones de la Cinemateca Uruguaya, un lugar detenido en el tiempo, con pocos espectadores, pero con trabajadores que se entregan a ella en cuerpo y alma, una institución con fuertes problemas financieros, que se niega a desaparecer.
El protagonista es Jorge (Jorge Jellineck), quién es crítico de cine en la vida real. Él se maneja en la Cinemateca como una especie de hombre “multiusos”. Lo mismo se encarga de la proyección de las películas que de arreglar las butacas, de grabar los mensajes promocionales, de apoyar la programación, de presentar al director invitado o de intervenir en el programa radiofónico semanal dedicado a la institución.
A Jorge le duele que su amado centro de trabajo se encuentre en declive. En ese momento en “La vida útil” se despliega la gran vuelta de tuerca y Jorge se convierte en personaje de su propia ficción, en miras de superar su estatismo y vivir una ambivalente historia de amor. Y junto con él, los espectadores recorreremos los rincones de Montevideo y algunos de sus lugares como el Palacio Legislativo o la Universidad.