Por Roberto Ortiz Escobar
Lamentable que haya ocurrido el deceso de Silvia Pinal para abordar sus memorias tituladas “Esta soy yo: Silvia Pinal”.
Ciertamente la Pinal fue una mujer emprendedora y muy trabajadora, al grado de que algunas de sus compañeras hablaban muy bien de ella por su disciplina en el trabajo y calidad humana.
Cada vez son menos las figuras vivas que trabajaron en la época de oro del cine nacional. Sucedió con Silvia Pinal, quien empezó a participar en la pantalla grande en los cuarenta, siendo muy joven. Aún se le recuerda acompañando a Germán Valdés Tin Tan en “El rey del barrio”, “La marca del zorrillo” y “Me traes de un ala” (las tres dirigidas por Gilberto Martínez Solares entre 1949 y 1952); su presencia en el beso que le estampa un Tin Tan alcoholizado, declarándole su amor en “El rey del barrio”, se mantiene como una escena antológica en el cine mexicano.
Con Rogelio A. González hizo “El inocente” (1955), al lado de Pedro Infante, la cual pone en escena los conflictos de clase en una relación matrimonial. En una típica historia de las diferencias entre ricos y pobres, los actores principales estuvieron espléndidos en una comedia divertida, cuando el director estaba en un buen momento de su carrera.
Con Fernando Cortés hizo “Mis tres viudas alegres” (1953) y “Las cariñosas” (1953), con las presencias complementarias de Lilia del Valle y Amalia Aguilar; con Joaquín Pardavé como director y actor, trabajó en “Doña Mariquita de mi corazón” (1953) y “El casto Susano” (1954). Alberto Gout la dirigió en “La sospechosa” (1955) y “Mi desconocida esposa” (1958). Con Emilio Fernández hizo “Una cita de amor” (1958), película bien ponderada por cierta crítica, pero donde la Pinal no se ajustó convenientemente en las reacciones anímicas en el terrible drama amoroso donde el padre (interpretado por Carlos López Moctezuma) impone su voluntad a la hija en un medio campirano, impidiéndole la relación amorosa con un hombre despreciado por el progenitor.
Si bien en los sesenta realizó “Los cuervos están de luto” (1965, de Fernando del Villar), por la que obtuvo un reconocimiento actoral, en “La soldadera” (1966, de José Bolaños), tuvo una presencia interesante por el tratamiento de su personaje femenino en el contexto de la revolución mexicana. Se puso trenzas para verse atractiva en la taquillera “María Isabel” (1968, de Federico Curiel), inspirada en una serie gráfica de Yolanda Vargas Dulche. Obtuvo varios arieles, la Diosa de Plata y varios premios TV. Novelas.
En los sesenta trabajó en tres cintas bajo la directriz de Luis Buñuel: en la laureada internacionalmente “Viridiana” (1961), donde cobró presencia relevante mundial, en “El ángel exterminador” (1962) y en el mediometraje “Simón del desierto” (1965), personificando al mismísimo Diablo. A fines de los sesenta y durante los setenta hizo una serie de comedias variopintas donde lució su cuerpo de mujer madura, no quedándole otra que desnudarse de los senos en “Divinas palabras”, adaptación cinematográfica de Juan Ibáñez, basada en la obra de Ramón Valle-Inclán. Aunque en su momento la Pinal declaró que no volvería a actuar en el cine si no era con Luis Buñuel, debió desdecirse y aparecer de mujer más que madura en “Modelo antiguo” (1992, de Raúl Araiza), basada en una obra de Luis Eduardo Reyes; posiblemente, la última cinta notoria de ella.
Lo que vino a continuación en el cine no es para celebrarse, refugiándose en la televisión comercial donde hizo de 1988 a 2006 la exitosa serie “Mujer, casos de la vida rea”l. También realizó para Televisa el muy sonado programa “Silvia y Enrique” en el periodo 1968-1972, al lado de su esposo Enrique Guzmán.
Fue productora, dueña de un teatro que llevaba su nombre y actuó en algunas comedias de notorio éxito, además de ciertas obras dramatúrgicas.
En 2015, la actriz publicó sus memorias tituladas “Esta soy yo. Silvia Pina”l (Editorial Porrua), cuya lectura no fue muy atractiva por adolecer de una narración más bien superficial.
La Pinal fue una mujer trabajadora y luchona que concretó proyectos, logrando relaciones importantes con personajes que posiblemente la apoyaron en su trayectoria (la “Gorda” Elías Calles, Emilio Azcárraga El Tigre, el cineasta Gustavo Alatriste, etc.).
Las memorias no dilucidan del todo su personalidad de aristas múltiples, ya que fue actriz en cine, televisión y teatro, productora en esos medios, funcionaria pública, política, amante de varios hombres y, de acuerdo a lo declarado a Cristina Pacheco, un símbolo sexual. En el rubro de su relación con los hombres, el libro solo deja constancia fotográfica de algunos que se atravesaron en su vida, resaltando a los que amó. En un pasaje alude que Enrique Guzmán la maltrataba.
Generalmente, si se publican en vida, las memorias casi siempre dejan bien parado a quien las escribe, ya que se hacen para que el personaje luzca bien ante los lectores. No se entra en polémica porque no se pretende mostrar al personaje en sus contradicciones. De ahí que resulte decepcionante que en “Esa soy yo”, Silvia Pinal exponga que en un momento de su vida debió fugarse a Estados Unidos cuando Gertz Manero pretendía encarcelarla por un móvil que jamás alude la actriz, asegurando solamente que era inocente de cualquier señalamiento. O que pondere positivamente sus participaciones cinematográficas con Tulio Demicheli, creador de soberanos churros fílmicos (aunque resulta interesante el texto del cineasta titulado “Silvia y Tulio, hermanos de cine” [1].
A propósito de memorias actorales, puede ser más interesante la lectura de “Mujer de papel”, el libro de Rita Macedo, publicado por una de sus hijas después de la muerte de Carlos Fuentes, escritor con el que estuvo casado la actriz por varios años. Publicado muchos años después de muerta la actriz, el libro fue reconocido como la mejor publicación de no ficción de 2020 por la Industria Editorial Mexicana.
En un capítulo de “Mujer de papel”, Rita Macedo reconoce que debió recurrir a la prostitución para mantener un status. En otra parte, resulta más interesante cuando habla de la relación de Buñuel con los actores, que lo dicho por Silvia Pinal en sus memorias, cuando señala al director con el que filmó “Viridiana”, a principios de los sesenta. Mientras la Macedo hace un planteamiento de la libertad de Buñuel con sus actores, no obstante, no habla muy bien éste de ellos, Silvia no se cansa de posicionarse por su actuación de “Viridiana”, de la cual usufructuaba la Palma de Oro de Cannes, jamás otorgada a la mejor actriz. Tampoco resulta notorio el pasaje donde dice que el papel considerado para ella en “Diario de una recamarera” (Francia-Italia, 1964), debió asumirlo finalmente Jeanne Moreau. Sobre esto, es más elocuente lo dicho en una entrevista a Cristina Pacheco.
Tal vez sean interesantes al lector las consideraciones iniciales de la Pinal, donde plantea que sus antecesoras familiares fueron mujeres fuertes, lo que supondría que ella fue la encarnación familiar de una especie de matriarcado. Lo notamos con la familia que tuvo, aunque no estoy tan seguro que haya encausado debidamente a Frida Sofía; aunque, quien debió atenderla oportunamente, era su madre, Alejandra Guzmán, hija de Silvia Pinal.
Con o sin la lectura de sus memorias, habrá que concluir que Silvia Pinal fue una de las presencias agradables en diferentes medios de comunicación, actuando hasta el final de su existencia, como lo probó su empeño de actuar en una obra de teatro poco antes de retirarse de la farándula. Vivió más de 90 años y fue, efectivamente, una diva del cine nacional.
Notas:
[1]. Letras Libres, IV-2016.
CDMX, 2024.