Por Samuel Lagunas

Gran ganador del Festival Annecy en su emisión de 2015 en la categoría de cortometraje y nominado a los premios Óscar en 2016 por “We can’t live without cosmos” (Mi ne mozhem zhit bez kosmosa, 2015), Konstantin Bronzit es hoy uno de los animadores rusos más importantes en la escena internacional. Inició su carrera como animador a fines de la década de 1980 y hasta hoy ha dirigido poco más de 20 cortometrajes, además del exitoso largometraje “Alyosha Popovich and Tugarin Zmey” (2004). Sin embargo, es en los cortos donde ha plasmado el sello humorístico, no sin resortes dramático-trágicos, que lo caracteriza.

Ya en el corto “Tuk-Tuk” (1993), junto con el dibujo suelto y alargado, se observan algunos elementos característicos de su filmografía, especialmente la irrupción de un elemento extraño que detona todos los gags que hilvanan las aventuras y los acontecimientos de los personajes. En “Tuk-Tuk”, onomatopeya de un golpe en la puerta, un ruido de origen desconocido altera la rutina de los cuatro habitantes de un condominio provocando en ellos primero incomodidad, luego hartazgo, angustia y finalmente autodestrucción. Este extraño sonido volverá a repetirse en “Switchcraft” donde un hombre y su gato ven interrumpido su sueño por un inesperado crujido que va creciendo, cada vez que las luces se apagan, hasta desembocar en una sonorísima explosión.

Y es que en los pequeños mundos fantásticos de Bronzit los personajes no suelen tener finales gratos; en vez de ello, acaban, igual que el Wile E. Coyote de Chuck Jones en su perpetua cacería del Correcaminos, siempre cazados por aquello que cazan. La violencia del slapstick llega a su punto culmen en la espléndida “Die Hard” (1997) que catapultó a Bronzit al gran premio en el Festival de Annecy de 1998 y lo situó como uno de los animadores más mordaces del panorama mundial. En “Die Hard”, de apenas 2 minutos de duración, el ingenuo Bruce es sometido a balazos, fuego, cohetes e incluso un golpe en los testículos por una azarosa pierna gigante; las paredes del cuarto lo aplastan, lo restriegan contra la mirada del espectador; lo rodean varias granadas, alguien lo insulta. Nada puede ser peor para Bruce quien decide vengarse de todos los hombrecillos que lo torturan para descubrir que son ellos quienes también tienen amenazada a Holly, su amor verdadero.

En “Die Hard” Bruce era el típico personaje bronzitiano: solitario, rutinario, insípido: todo un juguete del destino. Sin embargo, la irrupción de Holly supone una transformación en todo el universo del animador ruso: la intromisión del amor.

En su siguiente corto importante, “At the ends of the earth” (1998) lo fantástico no se despliega como la aparición de un elemento extraño en la cotidianidad de los personajes sino por el escenario mismo: una casa en la punta del cerro: la cima del dibujo triangular no puede ser más incómoda para la pareja de ancianos que habita ese borde junto a sus animales. “At the ends of the earth” reboza simpatía, humor y cierto dramatismo que orilla, literalmente, a los personajes con todo y casa a un nuevo, y no menos incómodo, terreno inclinado.

En 2003 Bronzit realizó “The God”, su primer cortometraje en 3D, donde regresa a la simpleza de cortos como “Tuk-Tuk”: un elemento rompe la monotonía del personaje central: en este caso, la estatua un dios hindú de seis brazos es despertada de su milenario reposo por el zumbido de una mosca a la que da incansable caza con sus numerosas extremidades. Al final, no falta el guiño irreverente de Bronzit ridiculizando la supuesta omnipotencia de las deidades.

Al final de este recorrido encontramos los dos cortometrajes que evidencian un giro en el universo bronzitiano: “Lavatory-Lovestory” (2009) y “We can’t live without cosmos” (2015); ambos continúan la veta insinuada por el desenlace de Die Hard: cualquier cosa merece ser hecha si lo que importa es estar con alguien más. Los personajes de Bronzit se enfrentan en estos dos cortos a nuevos obstáculos para lograr su objetivo: la compañía. En “Lavatory-lovestory”, animación en blanco y negro, la encargada de supervisar que los usuarios de un baño público dejen su cuota añora escapar la futilidad de su día a día y sueña con conocer a su amor verdadero. De pronto, su rutina es rota por unas flores que alguien deja en el frasco de las propinas. Alguien las ha puesto allí para ella. Necesita encontrarlo. Si Bronzit fuera predecible, el final de “Lavatory-lovestory” sería tan hilarante como devastador para las aspiraciones del personaje. Todo el corto, de hecho, parece apuntar hacia allá. Sin embargo, el genio de Bronzit es dar un giro inesperado y proporcionar por vez primera a sus personajes un final halagador: la mujer encuentra a su enamorado secreto y, sí, algo estalla, pero ya no es un paquete de dinamita ni una granada: es un beso arrebatado e intempestivo: es un ramo de flores multicolores. La rutina puede seguir siendo la misma pero los personajes la enfrentan ahora juntos. El gran acierto de Bronzit en “Lavatory-lovestory” es dotar en pocos minutos a sus personajes de una profundidad emotiva que los vuelve entrañables para el espectador quien ya no sólo ríe o se carcajea de sus desventuras, sino que además comparte sus dolores y su lucha por comenzar a vivir de otra manera.

En “We can’t live without cosmos” el escenario es una base de entrenamiento aeroespacial donde dos amigos luchan por ser elegidos para la nueva misión. Aquí el animador ruso conduce emocionalmente al espectador de un modo nuevo para él pero muy similar a lo que hace Michaël Dudok de Wit en su aclamado “Padre e hija” (2000). En “We can’t live without cosmos” presenciamos una entrañable relación de amistad entre dos hombres que desde pequeños lucharon juntos por cumplir su sueño: viajar al espacio. Ahora que están tan cerca se esfuerzan al máximo en cada prueba: son los primeros en las pruebas de natación, resisten con parsimonia las vueltas a altísimas velocidades en el simulador y, por las noches, reactivan sus anhelos saltando en la cama en secuencias tan enternecedoras como graciosas.

El día tan esperado llega. ¡Lo han logrado! Ambos se dirigen al cohete el día del despegue pero sólo uno de ellos lo aborda. El otro fue elegido como astronauta de reserva. Golpe inmisericorde para las emociones de los espectadores. Separados, no obstante, el uno vive el sueño del otro y no hay resentimientos por ello. Eso también es la amistad. Sin embargo, la historia da un nuevo y dramático giro que sitúa al astronauta de reserva en la condición más difícil de su vida: la soledad. Superar esa soledad y reencontrarse con su amigo será su nueva meta. Al final, “We can’t live without cosmos” es el trabajo más franco y emotivo que Bronzit ha realizado hasta ahora: un elogio a la amistad contundente y lleno de esperanza.

Si se trata de encontrar un hilo que recorra los principales cortos de Bronzit, éste es la voluntad que poseen sus personajes por vivir. Claro que en cada uno de ellos la “vida” es resignificada de manera distinta: desde solamente deshacerse de un fastidioso toc-toc hasta reencontrarse con el ser más querido, los personajes intentan continuamente romper sus límites -incluso resistiéndose a los destructivos deseos del animador mismo- ya que sólo así conseguirán entrar a un nuevo territorio: ése de la alegría completa, ése de la “vida” en su más acabada expresión.

We Can't Live Without Cosmos from Dave Foltz on Vimeo.