Por Ali López

“3 mujeres o (despertando de mi sueño bosnio)” (Sergio Flores Thorija|Bosnia y Herzegovina – México|2016); es la culminación de un proceso cinematográfico de escala mundial. Bajo la tutela de Béla Tarr, y auspiciado en la escuela de cine que el abriera en Los Balcanes, Flores Thorija realiza una cinta con actrices no profesionales, y con un guión que se construye sobre la marcha, en el que recrea la vida y sueños de una sociedad de la Europa periférica. Allá, más precisamente en Bosnia y Herzogovina, el director mexicano encuentra similitudes entre las fantasías, manías, fobias y filias del pueblo mexicano y el del país que visita. “3 mujeres” es una cinta que desde la localidad crítica y expone los pesares globales.

La cinta comienza con Ivana, quién trabaja en un restaurante, cuida a su madre enferma y sueña el sueño americano; pues, sin duda, debe haber un mundo mejor que en el que habita. No es de extrañarse que el reflejo irreal del día a día de esta chica se encuentre en las telenovelas mexicanas (las cuáles el director descubrió tienen gran influencia en la sociedad Herzogoviana); pues lo que las protagonistas lloronas y amorosas de la televisión exponen, es la interiorización del cuento de hadas que Ivana no vive.

Aunque encuentre un príncipe azul, el cuento no sigue. No hay espacio para la fantasía en un lugar como ese, y cómo éste, en done la economía oprime los tiempos. No queda más que ver la televisión, más que vivir por medio de otros.

La segunda mujer es Clara, una brasileña que llega a Sarajevo en la búsqueda de obtener dinero. Su trabajo, como cualquier otro, tiene altibajos, sin embargo le termina trayendo turbulencias externas, pues los pocos que la rodean, no pueden verla sin el velo oscuro de la mojigatería.

Clara es bailarina, exótica dirían algunos, pero como bien lo aclara ella, lo es a secas. Baila en un table dance de poca monta, y poco público; que más que ganancias le otorga pérdidas. El chico que pretende ir tras ella corre despavorido ante su profesión, y la mujer que le arrenda no tolera sus salidas nocturnas. Se enfrenta a un machismo ilógico y arcaico; se enfrenta a la intolerancia de una sociedad que no entiende el feminismo, el vegetarianismo, ni la estética del cuerpo. Es éste, quizá, el segmento más crítico, o por lo menos, donde la crítica social se hace más evidente; pero sin que el cine se convierta en panfleto de ideologías, pues, a la vez es el segmento de mayor comedia negra.

La cinta termina con la historia de Marina, una joven que, tras enterarse de la partida de su mejor amiga a otro país, ya no puede acallar el amor que siente por ella. Sin embargo, el mundo que rodea a Marina no acepta un amor entre personas del mismo género; desde la familia burguesa y ciega, hasta las calles llenas de matones sordos que golpean a quien se atreva a ondear la bandera LGBT.

Mariana no sólo que tendrá que enfrentarse a lo conflictos internos, en la dubitativa entre amistad y amor, sino a lo externos, donde un beso puede ser causa de muerte. En esta historia las preguntas surgen más que las otras, pues la trama amorosa, se vuelve personal. Hay una identificación clara con un conflicto recurrente, pero que dado el contexto, termina por crear dudas, y, espero, conciencia.

Bosnia y Herzogovina termina por no ser muy diferente que México, en cuestiones, y problemáticas,  sociales, culturales y políticas. Hay en estos dos mundos, un mundo a veces moderno, pero muchas veces medieval; donde las voces internas, auspiciadas por la culpa religiosa, no permiten que los gritos de libertad sean como tienen que ser, claros y reales. Mundos cegados por la televisión y acallados por la violencia; mundos donde ser mujer está permitido, siempre y cuando se encaje en la norma; y donde ser humano sigue siendo ser pieza de un rompecabezas en el que hay que encajar, aunque duela.