Por Pedro Paunero
El Dr. Joe Burke (Simon Oates), director del proyecto “Star Talk”, en compañía del Dr. Keller (Stanley Meadows) y su secretaria, la guapa señorita Sandy Lund (Zena Marshall, ex villana de James Bond en “El satánico Dr. No”), se empeña en escudriñar el espacio en busca de señales de radio emitidas por civilizaciones extraterrestres pero, tras varios años de fracasos, no es bien visto por el Dr. Shore (Max Adrian), que pretende cancelar la investigación por gastos excesivos en el presupuesto. Cuando se detecta una señal, emitida en periodos regulares -lo que denotaría inteligencia- provenientes de un asteroide, Shore cree que se trata de una impostura “conveniente”, tratándose de un programa a punto de cerrarse.
Por esto, cuando el cómico Sr. Yellowlees (Charles Hawtray) de profesión contable, es enviado a revisar las cuentas, sirve como testigo involuntario de la señal de respuesta obtenida, aparte del más sensato en cuanto a los temores que desata dicha posibilidad. ¿Y si los seres que envían las señales fueran monstruos o invasores? ¿Y si, en lugar de brazos y piernas, tuvieran tentáculos? De pronto, como atendiendo a dichos horrores, una nave espacial gigantesca se presenta encima del complejo astronómico, arranca de sus cimientos al edificio, con el par de investigadores, secretaria, contable y hasta la simpática vendedora de té, Mrs. Jones (Patricia Hayes) dentro, y los traslada fuera de la Tierra, en un lejano eco de la novela “Héctor Servadac” (1877), de Julio Verne, que el genio checo de la animación Karel Zeman adaptara para su película “En el cometa” (Na kometě, 1970), y otros aún más cercanos de la joya “This Island Earth” (Joseph M. Newman, Jack Arnold, 1955), que se mantienen a años luz de calidad de nuestra película.
Ya a bordo de la nave, que resulta ser una fortaleza, un robot parecido a la sonda inteligente del capítulo “El desplantador” (The Changeling, Marc Daniels, 1967) (Cap. 8; Temp. 2), de la serie original de Star Trek, o a los igualmente horribles Daleks de la sobrevalorada serie “Dr. Who” (1963) -de hecho, Robert Jewell, el operador de los Daleks en “Dr. Who”, fue el responsable de echar a andar el robot de “Rapto espacial”-, pone a prueba a los viajeros forzados, cuando algunos expresan padecer hambre, y se les ofrece una caja cerrada, que tendrán que resolver cómo abrir, para acceder a los alimentos que contiene. Después de pasar algunas otras pruebas, a cuál más estúpida, se dan cuenta que la nave guarda una biblioteca con conocimientos suficientes para derrotar a un enemigo común, que tiene planeado invadir la Tierra. Hay una batalla proto “Star Wars” (George Lucas, 1977), donde la participación de Ms. Lund es esencial -igualmente ella había resuelto dos de las pruebas anteriores-, o a la manera de un juego de vídeo barato, que parece emular, avant la lettre, a “Space Invaders”.
El guion de “Rapto espacial” (The Terrornauts, Montgomery Tully, 1967) que de terror (en su título original) no tiene nada, fue escrito por John Brunner, importante representante de la Nueva Ola de la Ciencia ficción de los años setenta del Siglo XX -a quien se atribuye predecir los virus informáticos- adaptaba la envejecida novela “The Wailing Asteroid” (1960), de Murray Leinster, (autor de novelas Pulp quien fue, a la vez, quien introdujo el concepto del traductor universal en la Ciencia ficción, y uno de los pioneros en el tema de los universos paralelos, así como una idea original de un sistema parecido al Internet), y constituyó su único trabajo para el cine, pero se decantaba por un infantilismo consciente, extrañamente lejos de su obra maestra, la compleja y ambiciosa “Todos sobre Zanzíbar”, novela que publicaría un año después, y se haría acreedora del codiciado Premio Hugo, de la literatura de Ciencia ficción.
La gran idea de la película -la comunicación con inteligencias extraterrestres- se adelanta al popular Proyecto SETI, y se puede rastrear a lo largo de varios títulos del cine de Ciencia ficción, desde el menos comprometido, en el caso de “Alien, el Octavo pasajero” (Alien, Ridley Scott, 1979), hasta la inteligente “La llegada” (Arrival, Denis Villeneuve, 2016), pero sus efectos especiales y tratamiento de esa idea aparecen ya desfasados, incluso para la época, cuando el cine daba películas y series hoy legendarias, como “Star Trek” (1966-1969), “El planeta de los simios” (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968) o “2001, Odisea del espacio” (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), apenas un año después del estreno de “Rapto espacial”. Sus maquetas sostenidas por hilos -es imposible no evocar “Plan 9 del espacio exterior” (Plan 9 from Outer Space,) y su “atrezzo tambaleante”, para usar una frase del editor David Pringle en relación con la citada “Star Treck”- y sus telones pintados a lo naïf, no sólo resultan ridículos sino risibles. La pareja cómica Hawtrey-Hayes, realmente no tiene gran cosa que hacer, y termina desdibujada entre la pirotecnia visual, literalmente hablando, de cohetes de juguete que estallan en chispas y se encienden en llamas, claramente provocadas a mano y por un cerillo. ¿Y qué decir del sueño infantil de Burke, con su doncella espacial al punto del sacrificio por los seres verdes -afectados por una locura inducida a distancia, por los invasores-, que sólo saben arrojar lanzas de utilería, en una secuencia que en nada contribuye a la trama? Su explicación radica en estar incluida en el libro original de Leinster, que en la adaptación de Brunner se torna ilógica.
Su monstruo informe, hecho con un disfraz de papel metalizado, con su ojo lateral y pinzas de cangrejo, provocaría la risa de cualquier niño, y aunque la partitura de la película, compuesta por Elisabeth Lutyens -la primera mujer en componer música para el cine-, no salve a “Rapto espacial” de ser considerada una de las peores producciones de la casa británica Amicus, se ha ido labrando una considerable como merecida fama de película lisérgica, muy de su época y, en paralelo y contraste, ya fuera de tiempo, para una productora que todavía tendría vida más de una década por delante.
En algún momento, el negativo original de la cinta (filmado en 35 mm), se consideró perdido, hasta que la productora Vinegar Syndrome lo recuperó y relanzó este año 2025, restaurado en 4k y en formato de Blu-ray con metraje completo (a diferencia de su estreno, en una versión cortada y editada), como rescate histórico de una parte casi olvidada de una de las legendarias productoras británicas del cine fantástico.