PARTE 2 DE 2
Por Hugo Lara Chávez
Considerado por algunos como una vaca sagrada del cine mexicano, Arturo Ripstein (México, 1943) responde con humor que lo que le molesta de ello es ser visto como “una vaca”. En esta segunda parte de la entrevista con el cineasta mexicano —que esta semana recibe el Ariel de Oro en reconocimiento a su trayectoria de medio siglo—, revela una serie de aspectos acerca de su oficio como director, como su afán por filmar cosas que le dan miedo. “Hablo de personajes y de atmósferas donde yo no pulularía. Yo no invitaría a ninguno de mis personajes a cenar nunca. Yo filmo por revancha y por miedo”.
Asimismo, comenta asuntos como su método de trabajo con su esposa y guionista de cabecera Paz Alicia Garciadiego; la forma en que trabaja con los actores y su consideración de que el esquema del Actors Studio es una falacia que ha fomentado malos hábitos en los actores mexicanos.
Para Ripstein, Paz Alicia Garciadiego es una escritora de gran talento, como otros escritores con los que ha trabajado, por lo cual el proceso para desarrollar un guión tiene los mismos problemas, las mismas dificultades y la misma facilidad. Sin embargo, admite que la cercanía sentimental es un ingrediente que pesa. “La intimidad de pronto da para deformaciones. Puedo decir una serie de cosas que ella sabe porqué las estoy diciendo de inmediato. En cambio, esa misma serie de cosas dichas a José Emilio Pacheco o a Juan Rulfo, no sabrían porqué las dirías. Pero el resultado de trabajo es igual, porque es un trabajo de dedicación y entrega, seriedad y rigor”.
El director de filmes como “Principio y fin” (1993), “Profundo carmesí” (1996),
y “Las razones del corazón” (2012), asegura que Garciadiego trabaja los diálogos de forma única. “Parecen muy normales, pero son diálogos extrañísimos, con tiempos de verbos cambiados, con ritmos que se contraponen, con unas tensiones muy extrañas. Eso es su aportación, sin duda”.
Por otra parte, Ripstein ahonda en el hecho de ser un director que ha trabajado con los mejores actores del cine mexicano, pero también con los peores. “Aquí los mejores actores son un puñadito y los malos son legión. Es una industria de malos actores, por entrenamiento, por seriedad”.
Al respecto, comenta sobre uno de sus filmes más significativos, “El lugar sin límites”, donde coincidieron actores de diversas generaciones, como Fernando Soler, Gonzalo Vega y Roberto Cobo (recordado también como El Jaibo, en “Los Olvidados”·, de Luis Buñuel), quien hizo un memorable papel de travesti en ese filme. “El trabajo es asombroso, pero era un actor espantoso. Era un hombre con muy pocas entendederas. En cambio había otros con los que fluía todo, como Gonzalo Vega o Fernando Soler. Era un deleite verlos trabajar. Incluso Lucha Villa que cuando me la impusieron en ese reparto me ponía muy nervioso, pero era una mujer encantadora para trabajar, era dulce, fácil, simpática y llena de cositas que adornaban el papel con galanura”.
Para Ripstein, trabajar con los buenos consiste en plantearles un problema y ver cómo lo resuelven. “Y cuando lo resuelven es un deleite […]. Cada actor plantea problemas distintos. Claro, los buenos y que tienen un talento, están en otra categoría y con esos no hay muchísimo que pelear. […] Yo he hecho de todo: súplicas, amenazas, gritos, golpes, lo que sea para sacar adelante el trabajo que se requiere”, afirma.
“Yo no invitaría a ninguno de mis personajes a cenar nunca. Yo filmo por revancha y por miedo”
El director —ganador cuatro veces del Ariel a la mejor película y dos al mejor director (por “Cadena perpetua” en 1979 y “El imperio de la fortuna” en 1987)— reflexiona acerca de la influencia de la escuela artística del Actors Studio, algo que para él ha durado mucho en el mundo, “más que el rock&roll, que el Kremlin y que el PRI. Es una eternidad y es una falacia. Para lo único que a mí me ha dado pábulo es para que a los actores le dé carta franca de ser majaderos, inconsecuentes y pesados. Que en Estados Unidos se vale porque son los que arman las películas, porque son taquillero o son financieramente útil, son los que deciden cómo se hace la película“.
En otro orden de ideas, Ripstein se siente agradecido por la televisión y el trabajo que ha desempeñado dentro de ella. “He hecho telenovelas porque he podido ejercer mi oficio, no sé hacer otra cosa y porque me pagan por hacerlo. He intentado hacer las mejores cosas posibles[…] Yo pretendo muy poco morder la mano que me da de comer. Agradezco muchísimo que se me haya dado la posibilidad de hacer eso y que me pagaran. Para mí fue fundamental poder comer”, dice con sorna.
En cuanto a la receptividad que tienen los espectadores frente a sus películas, asegura que las hace para compartirlas, pero rechaza hacer concesiones fáciles para poder conquistar al público masivo. “Porque además, yo no sé cómo se le hace para tener el favor del público, nunca lo he sabido. Pretendo que hacer una película que esté bien, alguien irá a verla. No hago películas para que las masas que siguen el cine comercial vayan a verlas. Las mías son distintas. Como Carlos Fuentes no es Corín Tellado, yo no soy Derbez”.
El cineasta también habla sobre las nuevas posibilidades del cine en Internet, frente al hecho de que haya películas suyas, como “EL castillo de la pureza”, con más de 2 millones de reproducciones en YouTube. “Es lo que viene. Nuestras películas en salas van a ser muy especializadas, lo que antes se llamaba salas de cine y ensayo. Ahora es a lo único que aspiramos. Yo estar en los cineplex con cientos de copias es absurdo, no es por donde yo ando. Cuando te empiecen a pagar porque se vean las películas por Internet o empiece el público a comprarlas es lo que nos va a financiar. Me halaga saber que 2 millones de espectadores han visto mi película, yo pensé que (en cine) no los había tenido jamás, con mi obra completa. Pero a alguien le tenían que haber pagado un peso cada uno de ellos para que ese dinero pudiera irse para hacer otras películas, o para que un señor que metió la lana comiera”.
Otros temas que comenta se refieren a sus atmósferas de cierta teatralidad, así como a su “claustrofilia”, la cual asegura provienen “de vivir aterrado. Yo vivía con mucho miedo y lo que me protegía era estar resguardadito. Era un adolescente muy miedoso, por todo. Yo filmo las cosas que me dan miedo, no las cosas que me dan gusto. Hablo de personajes y de atmósferas donde yo no pulularía. Yo no invitaría a ninguno de mis personajes a cenar nunca. Yo filmo por revancha y por miedo”.
En este sentido, argumenta en torno al retrato oscuro y sórdido que suele hacer de México a través de sus películas. “Vivimos en un país escalofriantemente difícil, un país de sobrevivientes, de cosas tenebrosas. Hablar de eso es apenas una revanchita, algo minúsculo. Y es el país que más quiero en la vida, no viviría en ningún otro lado”.
Para Risptein, lo que hay ahora dentro del cine mexicano son unos cuantos autores con unas cuantas películas que están marcando el camino. El cineasta considera destacable el cine de Michel Franco, Amat Escalante, Carlos Reygadas, o Julián Hernández, entre otros. “Pero no son muchos más, son un puñadito. Dios a la hora de hacer artistas es muy poco generoso, no es democrático, le tocó a unos cuantitos […] Uno no se esfuerza en ser artista, uno es o no es, y son muy pocos los que son; artesanos somos muchos, son oficios que se aprenden. Yo lo aprendí después de muchos años”, puntualiza.
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