Por Manuel Cruz
@cruzderivas
Ella estaba sola en medio de la tormenta. Intentaba dormir, pero una serie de ruidos extraños no se lo permitían. Caminó lentamente por el pasillo de la casa oscura. El ruido era más fuerte, y ella se acercaba a él, indefensa, mientras un coro de voces distantes imploraba: “no lo hagas, no lo hagas, ¡no lo hagas!”
Sin embargo, lo hizo. Y una vez más, el asesino la acuchilló en mil pedazos. La audiencia en el cine se lo dijo, pero ella los ignoró. Como aquellas que la precedieron, desde Viernes 13 hasta “La bruja de Blair”, fue masacrada, pero también víctima de un destino premeditado: de alguna forma, la audiencia ya conocía su muerte, y así, la historia de esta película queda resulta antes de que empiece. Semejante premonición ha perseguido al cine por décadas, construyendo una tradición de reglas: los guiones se escriben en tres actos, las películas existen dentro de géneros, y todo lo que se filma está justificado. De tal forma se sabe que James Bond siempre va a salir vivo, Terminator siempre es amenazante, y la chica siempre se queda con el galán, aunque se hayan peleado 5 minutos antes. Las historias de cine son altamente predecibles, y podría decirse que todo ha sido narrado.
No para “El Escarabajo de Oro”, co-producción Sueca y Argentina en el marco de FICUNAM. Es una sola película, pero cuenta más de una historia. De un lado presenta a Rafael, quien tiene la ilusión de encontrar un tesoro enterrado por el político argentino Leandro Alén, muy lejos de casa y rodeado de misterios. Por otra parte, un grupo de hombres quiere hacer una película sobre Victoria Benedictsson, escogiendo a Buenos Aires como el lugar perfecto para recrear la vida de la escritora sueca y aparente precursora del feminismo. Rafael propone usar la realización de la película como pretexto para encontrar el tesoro. Pero uno de sus compañeros le recuerda que debe comprometerse a la otra película. ¿Cuál película? “El Escarabajo de Oro”.
¿De qué se trata entonces? ¿O sólo es un pretexto para burlarse de la inteligencia del público? Una pregunta así amerita otra: ¿Cómo pensar en el cine? En lugar de una estructura donde la historia podría quedarse atrapada en una serie de expectativas premeditadas, “El Escarabajo de Oro” requiere la constante inteligencia de su espectador: La historia de Alén puede cambiar a la historia de Benedictsson sin advertencia, y una vez que la película se reconoce como tal, su fotografía inicialmente claustrofóbica da paso a una serie de composiciones más grandes, donde los personajes entran y salen a placer, listos para anunciar su intención. Rafael está empeñado en ir por el tesoro, pero Alejo Moguillansky (director de “El Escarabajo de Oro”) debe realizar la película de Benedictsson, aparentemente encabezada por Fía-Stina Sanlund, una directora Sueca que ocasionalmente lo llama por teléfono para supervisar la producción y protestar ante la iniciativa del tesoro. Es probable que Fia-Stina no pueda entrar a escena porque, además de vivir en Suecia, está muy ocupada co-dirigiendo ”El Escarabajo de Oro”, observando como presencia omnipotente a todos los elementos de su creación.
Pero aún detrás de ese sutil control, la cinta sale de sus dos tramas para reflexionar sobre la relación socio histórica entre América y Europa en una serie de monólogos por Rafael. También presenta la eterna lucha entre el hombre y la mujer con un astuto giro de trama, regresa al pasado para explicar el origen del tesoro con un ligero cambio de vestuario y la suave voz en off de una mujer, y demuestra el poder de los medios digitales para filmar con economía (financiera y fílmica, regresando a los efectivos planos abiertos), y la ausencia de límites para la imaginación. Aparenta ser la nieta de una obscura película que cambió la historia del cine, décadas antes de su aparición.
En 1968, William Greaves hizo una película con truco. Para entonces, el cineasta estadounidense egresado del Actors Studio había dirigido una gran cantidad de documentales, algunos piezas clave en la crónica de los derechos afro- americanos en el país. Pero “Symbiopsychotaxiplasm” pretendía ser algo nuevo, desde su largo título hasta el último cuadro visto en pantalla. Al inicio, presenta una pareja en medio de un conflicto intenso: el hombre ha confesado su homosexualidad, y la mujer reacciona con una mezcla de furia y terror. Las cámaras lo filman desde diferentes ángulos, y corte. En la segunda toma, Greaves entra a cuadro y otorga nuevas indicaciones a sus actores. Acción, y ahora se ve a Greaves en la escena, rodeado por su equipo de producción. Pero algo no está funcionando. Lo repite una y otra vez, hasta que su dirección del proyecto se desvanece y responde con preguntas a las inquietudes de sus colegas, antes de lanzarse a caminar por Central Park, abandonando todo excepto la cámara que lo sigue.
Al equipo de producción no le parece chistoso, y se reúnen a discutir la aparente incompetencia de su líder, ponderando su intención detrás de la película. Uno de ellos incluso dice: “Espero que Bill no vea esto”. Pero William Greaves lo ve, finalmente está en su película. El director que no parece dirigir únicamente observa a su legión de intelectuales, desesperados por encontrar la respuesta a esta producción en particular, al cine, y a la vida. Pero quizás no existe tal cosa. En una escena posterior, Greaves y su equipo se encuentran con un mendigo, y entre palabras de aparente locura, el hombre pregunta: “Si esto es una película. ¿Quién mueve a quién?”
Y en consecuencia, ¿quién mueve al pensamiento cinematográfico? ¿Una serie de estructuras narrativas donde la mujer siempre es asesinada y el héroe salva al mundo, para facilitar las ganancias del productor? ¿O una invitación a ejercer la curiosidad? ¿Y por qué no concluir que, sencillamente, el ser humano no es tonto? “Symbiopsychotaxiplasm” y “El Escarabajo de Oro” creen en esa pregunta. La primera permaneció oculta por décadas y es relativamente poco conocida, y la segunda debuta en uno de los festivales más importantes del cine nacional. En 1968, es posible que Hollywood no estuviera particularmente entusiasmado por Greaves y su experimentación radical, aún cuando “Woodstock” fue estrenada por Warner Brothers dos años después, y Francis Copolla se preparaba para reescribir la idea del gángster con “El Padrino”. Hoy, en la era del internet, todo se consigue más rápido, y aún así, las ideas tontas prevalecen: FICUNAM es un evento para intelectualoides, y sólo algunos son capaces de comprender las películas que presenta. El resto debe conformarse a gritar “no lo hagas” como borregos en una sala oscura a una mujer cerca de su muerte brutal.
Pero al igual que la mujer, el asesino, y la noción de que todo ha sido narrado, no es verdad. La cultura es para todo aquel que desee conocerla, y el cine no hace excepciones al respecto. Ello es evidente desde su origen, notablemente en “La llegada del tren” a la estación filmada por los hermanos Lumière. La audiencia huyó despavorida tras observar el vehículo acercándose en pantalla, y lo que aparentaba ser el registro de una banalidad también abrió la puerta a un mundo interminable de curiosidad e imaginación. Esa reunión de sensaciones, más que cualquier pulgar oponible, es el eterno nacimiento del ser humano.
Es tiempo de volver a la puerta. Y “El Escarabajo de Oro” la abre.
“El escarabajo de oro” está disponible en MUBI por el resto del mes.