Por Eduardo Serralde
Cito de memoria la ocasión en que Truffaut le preguntó a Hitchcock la definición de suspenso. El británico le respondió al francés: imagine que debajo de mi silla hay una bomba a punto de estallar; usted y yo no lo sabemos, pero el público sí lo sabe. Ahí el suspenso.
Del mismo modo, Fede Álvarez, uruguayo treintañero, lo recuerda muy bien y lo ejemplifica con pureza en su segundo largometraje, “No rspires! (“Don’t breathe”, 2016), un thriller hollywoodense producido de la mano de Sam Raimi, ex-experto en el tema.
Un relato ágil. En Detroit, tres amigos se dedican a robar casas desactivando los sistemas de seguridad. Saquean domicilios y obtienen joyas, lámparas, prendas, relojes y demás objetos de valor. El primer él, Alex (Dylan Minnette) es hijo del empresario que vende los sistemas de seguridad. El segundo él, Money (Daniel Zovatto), es su mejor amigo y novio de la ella, Rocky (Jane Levy), abandonada, tatuada y con las esperanzas de mudarse a California y conseguir una mejor vida para su novio y su pequeña hermana.
La oportunidad de sus vidas llega cuando revelan que, de la casa de un veterano de guerra, pueden robar más de 300 mil dólares que podrían solucionar sus problemas de por vida. Dispuestos, se adentran en la casa del veterano (Stephen Lang) tras descubrir, además, que éste quedó ciego tras batallar en Iraq por su honorable país.
En uno de esos vecindarios en que todas las casas están bien alineadas, Fede Álvarez y su fotógrafo, otro uruguayo de nombre Pedro Luque, llevan al espectador casi de la mano al interior de la casa, a través de concentrados planos secuencia levemente iluminados que marcan el trayecto del terror, como aquel que va desde la manija de la puerta hasta debajo de la cama de una víctima que es físicamente ciega, pero ventajosamente audaz cuando percibe, con los otros sentidos que le quedan, que alguien más está en su casa.
La oscuridad es constante. Por un lado, es difícil encender luces o mantener activas las lámparas portátiles. Por el otro, el veterano es ciego y para él todo es negro. No obstante, así se percibe cómo los tres ladrones y su víctima se persiguen en la casa, uno ignorando las apariencias y acciones de los otros; y los otros ignorando un escondite o por dónde puede salir sorpresivamente el ciego. Ahí el suspenso hitchcockiano: un juego de correteadas en que el espectador conoce todos los detalles pero no puede alertar a ninguno de los personajes, quienes ya no se reconocen como protagonistas ni como antagonistas.
Al purismo estilo de Hitchcock le añade Álvarez algo más: recurrentes efectos vértigo, a veces inútiles, a veces como homenaje y complemento. La música del multipremiado español Roque Baños funciona muy bien cuando no ignora que el silencio es fundamental para provocar los gritos de terror que invaden la sala cinematográfica durante casi noventa minutos.
El filme logra otro de sus cometidos: provocar sensaciones auténticas, desde la frustración hasta el miedo, sin caer en el error de casi todo el cine de terror actual (ese que hibrida con otros géneros y se sustenta en el CGI). Quizá ese sea su gran acierto, logrado además con el reducido uso de efectos especiales y con escenas estupendamente coreografiadas frente a la cámara y tras los monitores del montaje en posproducción.
Vea usted “Don’t breathe”, agárrese de su asiento y procure no tirar su bebida del susto.