Por Pedro Paunero

Introducción

La Epopeya de Gilgamesh, el concepto de domesticidad, la idea del fin de la civilización de Kurt Vonnegut, el reclamo de propiedad y, por supuesto, el darwinismo, se dan cita, todos, en “El planeta de los simios. Nuevo Reino” (Kingdom of the Planet of the Apes, Wes Ball, 2024), una de las contadas películas de Ciencia ficción con ciertos visos de inteligencia de los últimos tiempos.

Reinicio en la Tierra prometida

Comienza donde terminó “El planeta de los simios: la guerra” (War for the Planet of the Apes,  Matt Reeves, 2017), cuando César (Andy Serkis), muere sobre la colina, tal como Moisés en el monte Nebo, con la Tierra Prometida prácticamente a la vista, y es sepultado en un ritual primigenio. Generaciones después, el Clan de las Águilas, constituido por chimpancés, ha logrado domesticar águilas que les sirven para pescar, y viven en una aldea cuyas chozas se sitúan en árboles, como las criaturas simio de la novela pionera “El pueblo aéreo” (1901), de Julio Verne, obra que influyó en el Tarzán de Edgar Rice Burroughs, y está claramente inspirada en la teoría darwiniana, a la cual alude Próximus (Kevin Durand), el rey chimpancé que pretende hacerse con las armas humanas. Esta sociedad simia ha creado, incluso, ritos tribales, como la desafiante colecta de huevos de águila, para crianza doméstica de los polluelos.

Gilgamesh y la toma de consciencia

Hay una escena definitoria en “El planeta de los simios. Nuevo Reino”, que nos remite a la condición edénica: Raka (Peter Macon), el orangután, último en guardar los preceptos creados por César -sabe que los libros contienen ideas, impresas mediante símbolos-, descubre, como en una aparición, una cebra. No sabe de qué clase de criatura se trata, y sólo atina a decir que es un “caballo con franjas”. Lo acompañan Noa (Owen Teague) y la chica humana a quien ha bautizado como Nova (Freya Allan). Un poco más adelante, vemos una escena fascinante. Las cebras caminan lentas por el riachuelo, en cuya orilla opuesta beben un grupo de humanos reducidos a una condición primitiva, llevan pieles encima y están sucios, con el cabello enmarañado y la barba larga. Los simios, que montan a caballo, así como Nova, permanecen al margen, observando sin alterar la escena. Las cebras no se alteran, es decir, no temen a “esos” humanos, cuya capacidad para hablar se ha perdido debido al virus, creado por los mismos humanos, en laboratorios. Entonces llega el grupo de simios de Próximus, también a caballo y armados. El grupo humano se desbanda, al igual que las cebras.

Hace 4,500 años, en el primer texto conocido -escrito en tablillas de barro cuneiforme, por supuesto-, aparece Enkidu, el hombre bestia, a quien los dioses han enviado para confrontar al rey tirano Gilgamesh. En la Tablilla I. Parte IV, se lee:

“En cuanto a él, Enkidu, nacido en las colinas, con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se abreva en la aguada, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua”

A Gilgamesh se le ocurre que, la única forma de enfrentar a un ser bestial como Enkidu, es civilizándolo. ¿Cómo? Enviándole una prostituta sagrada.

“Después que (se) hubo saciado de sus encantos, volvió el rostro hacia sus bestias salvajes. Al verle, Enkidu, las gacelas huyeron, Las bestias salvajes del llano se alejaron de su cuerpo”.

Enkidu se sorprende, y la prostituta se apresta a hacerle comprender que ya no pertenece a ese sistema de cosas salvajes, puras e inocentes, sino a la civilización.

“Enkidu hubo de aflojar el paso, no era como antaño pero entonces tiene [sa]biduría, más [am]plia comprensión. Volvióse, sentándose a los pies de la ramera. Mira a la cara de la ramera, atento el oído, cuando la ramera habla; [la ramera] le dice, a Enkidu:

“¡Tú eres [sabio], Enkidu, eres como un dios! ¿Por qué con las criaturas silvestres vagas por el llano? ¡Ea!, deja que te lleve [a] la amurallada Uruk, al santo templo, morada de Anu e Istar, donde vive Gilgamesh”.

La lectura de este texto nos recuerda la “sabiduría” que la serpiente le ofrece a Eva, en el Génesis. No es de extrañar, pues la Epopeya de Gilgamesh, más antigua que el libro del Génesis, influyó en este. 

En “El planeta de los simios. Nuevo Reino”, tanto Nova, que usa pantalones y blusa, raídos, pero ropa al fin y al cabo, como los simios que cabalgan, simbolizan el mismo estado post coital en que Enkidu se encuentra, ya iniciado por la prostituta, y tras adquirir consciencia, como Adán y Eva, que se reconocerían, desnudos y sexuados, después de comer la manzana. Los simios, a cuya tribu pertenece Noa, de hecho, han logrado la domesticación de las águilas, es decir, la sujeción de todo el ciclo vital de una especie, bajo condiciones controladas, en un entorno doméstico. Su camino a controlar el planeta es, pues, evidente.

Cuando los simios de Próximus inician la redada entre los humanos primitivos, buscando realmente a Nova, se da otro conflicto primordial, el enfrentamiento entre el ser tecnológico y el ser básico, caracterizado bíblicamente en el gigante Goliat, que usa armadura, jabalina y espada, contra el pastor David, que se cubre con pieles y usa una honda, pero logra matarlo por ayuda divina. Lo tecnológico, así, se engloba en la esfera de lo humano, el “estado de naturaleza”, en cambio, por ser “puro”, a lo divino o cercano a lo divino.

Involución. Un tema antiguo

La regresión desde un estado civilizado a uno primitivo, por culpa de un virus, es una constante, desde la literatura de proto Ciencia ficción a la de la Ciencia ficción actual, situación que ocurre en “La peste escarlata” (1912), de Jack London, pero que tiene en “El eterno Adán” (1910), obra de Julio Verne, al parecer rescrita por su hijo Michel -y que le debe mucho al concepto del “eterno retorno” nietzschiano-, el mejor ejemplo de obra inicial en tratar el tema. En esta obra maestra, que conjuga cataclismos, la leyenda de la Atlántida, la evolución y la antropología, la humanidad se ve reducida a habitar un “Imperio de los Cuatro Mares”, un solo continente, rodeado por el océano. Un filósofo desentierra un cilindro, en cuyo interior hay un manuscrito, cuya historia demorará en descifrar. Así mismo, da con una serie de cráneos que, conforme se profundiza en la excavación, demuestran que ha habido una regresión evolutiva y, posteriormente, otro impulso hacia la inteligencia.

Los recitadores de la Ley

El recitado de la ley, que inventara H. G. Wells para los “humanimales” del Dr. Moreau, en su novela “La isla del Dr. Moreau” (1896), fue ya expresado en voz alta en la notoria adaptación “La isla de las almas perdidas” (Island of Lost Souls, Erle C. Kenton, 1932) para mantener su naturaleza de bestias a raya:

“¿Cuál es la ley? No caminar a cuatro patas. No sorber el agua. No derramar sangre. ¿Acaso no somos hombres?”

Y en la recensión que se da en “La conquista del planeta de los simios” (aka. La batalla por el planeta de los simios; Battle for the Planet of the ApesJ. Lee Thompson, 1973), una de las películas de la franquicia original, con El legislador (John Huston), recitando ante un kinder conformado por niños humanos y simios, conviviendo en paz:

“Un simio nunca debe matar a otro simio”

Homenajes

Los homenajes a la película original, “El planeta de los simios” (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1967) que adaptaba la novela de Pierre Boulle -obra con una notoria influencia de “Los viajes de Gulliver” (1726), de Jonathan Swift, en especial del capítulo dedicado a los caballos inteligentes o “Houyhnhnms”, y su contraparte, los involucionados humanos que reciben el nombre de “Yahoos”-, se van desparramando a lo largo de la película. La atmósfera primitiva, que nos ofreciera la música de Jerry Goldsmith en la película de 1967, es referenciada en esta nueva entrega por John Paesano, aunque carece del elemento dramático de la original, así como el descubrimiento de la muñeca que dice “Mamá”.

El habla en la esfera intelectual

En la película de 1967, cuando el astronauta Taylor (Charlton Heston), es capturado, recibe un golpe en la garganta que lo deja momentáneamente sin habla. Los simios, por esto, consideran que él y sus compañeros son tan atrasados como el resto de humanos. Cuando logra escapar, se ha restituido su capacidad oral, y pronuncia una frase antológica: “¡Quita tus sucias patas de encima, mono asqueroso!”, en un momento de ruptura conceptual. En “Nuevo Reino”, en la escena en la cual Nova está a punto de ser capturada -en un maizal, como en la película original-, grita pidiendo ayuda a Noa.  El momento no es tan efectivo, a nivel de ruptura, como en la película de 1967, sin embargo, nos permite conocer el nombre auténtico de la muchacha, Mae, miembro de un grupo humano que no involucionó, y portadora de una misión secreta. 

La anécdota, contada por Descartes, sobre los misioneros a quienes los indios les dijeran que los monos pueden hablar, pero no lo hacen para evitar ser puestos a trabajar, se localiza como trasfondo en esta idea, en todo el constructo imaginario de “El planeta de los simios”: los simios trabajan -cazan, cosechan-, los humanos, que no pueden hablar, en cambio, roban alimentos.

La compasión

Noa tiene la oportunidad de rechazar la humanidad, siempre voluble, de Mae, cuando mira el libro de dibujos donde aparece un mono en una jaula, pero no lo hace, debido a las enseñanzas de Raka -la compasión, del latín “sufrir juntos”, que suponemos humana, aunque en biología existe el altruismo etológico entre especies, que sólo se explica como un sacrificio auto genético, en pos de la genética de los otros individuos-, pero cita, igualmente, el discurso de Próximus, de no creer en los “hipócritas” humanos. El beneficio de la duda se siembra como una oportunidad utópica ante un futuro de convivencia humana-simia.

El pacifismo y el abandono

Trevathan (William H. Macy), es el otro humano no involucionado que Mae encuentra en el “reino” de barcos encallados y herrumbrados, formado por Próximus. Se trata de un humano convencido de que, el planeta, ya pertenece a los simios, y la humanidad debe rendirse pacíficamente a este nuevo orden. Lee a Kurt Vonnegut, uno de los contados maestros de la Ciencia ficción del Siglo XX, notorio por su mensaje pacifista y su convicción en que, lo mejor de la civilización, había perecido durante la Primera Guerra Mundial es, así mismo, quien ha establecido un nexo entre lo humano  -los libros-, y Próximus,  quien se asume un nuevo César. Trevathan opina que a Vonnegut le interesaba en demasía el Imperio romano. El nombre de César, no es casual.

Los Estados Unidos, desde esta óptica de auge y caída de civilizaciones recurrente, de “eterno retorno”, representaría un Nuevo Imperio Romano -la película “Megalópolis”, de Francis Ford Coppola, deja muy claro este punto-, que necesariamente ha caído ante la horda bárbara, léase la de los simios.

En una escena que nos lleva al conflicto entre Caín y Abel, Mae, ante los ojos sorprendidos de los simios de Noa, asesina a Trevathan, para que este no interfiera con su misión. Los simios, todavía tendrán la oportunidad de creer en ella o no, entre la disyuntiva de la ley –“un simio no mata a otro simio”-, después que los soldados gorila de Próximus, hicieran lo contrario. Raka ya había hablado de “decencia, moral y fuerza”, como parte del ideario de César.

El concepto de propiedad

Mae tiene como misión destruir aquello que la bóveda cerrada resguarda, como armas y, entre estas, tanques de guerra, por “pertenecer al ser humano”, al tiempo que salva un dispositivo electrónico esencial para echar a andar un sistema de telecomunicaciones. Debe evitar que los simios se apoderen de la bóveda. En este conflicto ético subyace el concepto aristotélico de propiedad: “el por sí o por siempre”, inherente a lo humano.

Triunfo de la naturaleza

Como en “El Señor de los anillos. Las dos torres” (The Lord of the Rings. The Two Towers, Peter Jackson, 2002), en la cual los Ents atacan la torre de Saruman, el mago que ha talado el bosque, y rompen la presa que retiene al río, en “Nuevo Reino”, será el mar, cuando Mae haga volar los muros, el elemento que destruya la bóveda, y ahogue a los simios de Próximus.

Este “nuevo reino”, por consiguiente, no pertenece más al ámbito de lo natural.

Valoración

A nivel visual, “El planeta de los simios. Nuevo Reino”, comparte similitudes con “Avatar: The Way of Water” (2022), esa continuación de la fábula del Buen salvaje, extrapolada al futuro por James Cameron, esto debido a que comparten guionista, Josh Friedman. Aunque no tan poderosa, a nivel narrativo, como “El planeta de los simios: la guerra”, la película de 2024, dirigida por Wes Ball, sirve de nexo entre la trilogía iniciada por “El planeta de los simios: (R)evolución” (aka. El origen del planeta de los simios; Rise of the Planet of the Apes) dirigida por Rupert Wyatt en 2011, y una nueva serie, que comienza con esta. A nivel simbólico, la película permite una lectura ética y, por obviedad, ecologista. Como película de aventuras es la opción del verano. Como parte integrante de una franquicia, sortea, con éxito, los aberrantes errores en los cuales se hundiera “El planeta de los simios” (Planet of the Apes, 2001), dirigida por el venido a menos, Tim Burton.

En el pirotécnico panorama de la Ciencia ficción actual, con su reincidente excusa de Space Operas, más bien infantilistas (Star Wars, Dune), “El planeta de los simios. Nuevo Reino”, ofrece una opción más inteligente, repleta de ideas, como fuera el subgénero en un principio -véase la deslumbrante “Lo que vendrá” (Things to Come, William Cameron Menzies, 1936), adaptada y supervisada por H. G. Wells, uno de los padres del subgénero, de una de sus obras-, cuando una creativa nueva forma de escribir, abría las posibilidades no sólo a imaginar, sino a reflexionar sobre todos los futuros posibles.

Para saber más:

“Los gorilas en el cine I y II”, por Pedro Paunero.
Parte I:

 

Parte II:

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.